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''each of us having loved the flesh in its clenched or loosened beauty''
-Adrienne Rich- |
NOVIEMBRE
Cuando se despertaba, le acercaba a la cama un cuenco con cereales y plátano cortado. -De verdad, qué asco, los plátanos tienen un proyecto de sabor, en serio, un falso intento, pero terminan por ser una plastosidad amarilla, le decía quejumbrosa-. Leían el periódico tirados en la cama, siempre en inglés, siempre solo enfundados en sábanas, y el cuenco al final se quedaba vacío. Como las paredes eran blancas, la oscuridad en ese cuarto era un destilado de luz, una coloración aderezada con un aroma más denso, con más contorno táctil. A él le parecía que el cuerpo pequeño a su lado era una enormidad de mujer. A ella le parecía que había que amar al cuerpo como lo que es, un cuerpo, y no un surtido de defectos, pero solía fallarle a su palabra. Había un cuaderno marrón con una goma oscura sujetándolo, sepultándolo en su clausura, apoyado en la mesilla-¿puedo leerlo?, le preguntaba ella- No podía, no, y ella lo comprendía, porque no sometía sus textos a escaner ajeno tampoco. La miraba desperezarse, arquear ligera su figura nívea, un poco imperceptible, altamente eléctrica. Tres huesos marcaban territorio sobre su delgadez: los hombros (casi esa elegancia), las costillas (casi desagradable), la pelvis (casi provocativa). Despuntaban también sus pómulos, sus muñecas. Le hubiera gustado hablar su idioma perfectamente, para entenderla mejor. Ella nunca se zarandeó ante esa brecha. -Algo haré para que puedas leerme, escribiré a veces en inglés, aseguraba-. Le gustaba verla así tendida porque era su mejor estado de placidez. Le entraban ganas de soltar frases bonitas, pero estaba desentrenado en el arte de expresar sin parecer incómodo. Sacaba los dedos de paseo, se alzaba impune su deseo. Entonces le entraban ganas de soltar frases crudas, córreme a mí como tú sabes, pero solo le salían gemidos inconexos. Al cabo de un rato, miraban la hora. Siempre se sorprendían, por tarde o por pronto. Dormitaban, hablaban de la tristeza de la cuenta atrás, de la felicidad en los días así. Hablaban de tantas cosas, que siempre parecían pocas. -Cuando no estés, te aseguro que ya no pienso desyunar plátano cortado y cereales. Me haré algo menos sano y más delicioso, se reía ella-.
MARZO
Abre los ojos y se retira el pelo de la cara. Hace crujir las articulaciones, se acuerda de que no queda ni mantequilla ni leche. Le falta terminar un trabajo y mañana tiene que madrugar todavía más que hoy. La angustia la encarcela en la cama, la vuelve mármol impertérrito. La absurda condena de la misma vieja usanza del día a día. Nota que le duele el costado derecho, una contractura, una mala postura al dormir. Respira fuerte, sigue sin sentirse sólida. Tintinea el móvil. ''Hace un día increíble hoy en el sur americano, es perfecto. Qué perezosa eres, levántante ya que nunca te da tiempo a cortar el plátano''. Se estira, se le cambia la cara, ya considera que puede incorporarse.
Sonríe mientras trocea el desayuno.
A veces le parece que no, pero ya tienen la distancia a medio recorrer.
-Qué pesado es con lo de la maldita fruta, protesta-.
A veces parece que no, pero estos dos sí que van a llegar a la meta.
Paula Sanz