Qué vergüenza, habernos perdido tantos domingos. Con lo exquisito que era espiarte, mísera de mí, en tu somnolencia. Con lo que me gustaban la pureza grotesca de tus pies, tu saliva, tus espacios feos. Volverse tú de mí y yo de tí durante una cantidad arriesgada de días. Qué vergüenza que no pueda verte coger al niño en brazos y pierda así la oportunidad de sacar mi vago instinto de mujer. (And they call this tragedy). Lo envidiable de lanzarse a la avidez de las bocas, al doble cóncavo, al triple ciego de placebos, al agárrame fuerte, al quizás otra vez. Qué vergüenza, haberme cebado tanto con mi cuerpo. (Our earthly pleasures). Dar vueltas al ruedo, mi ambición enfrentada a la tuya, hacer gala de nuestra inteligencia, cepillarnos los adverbios a golpe de la palabra acuarela. Mezclarnos en un acto generosamente egoísta y capacitado, que te debo tantos orgasmos como tú a mí presencias. (Stop me if you think you've heard this before). Qué vergüenza que la soledad ahora haya copulado un abismo. Ya no me perteneces pero estás más guapo que ayer. No es fácil querer a una mujer que piensa que la salvación del espíritu está en los vértigos púbicos y no en las monedas. (Declaration of dependence). Coser escorpiones en las yemas de los dedos y por eso no tocar. Enfurecer la caligrafía, si la vida fuese menos pose y más prodigio, que me callo como una puta mi atroz falta de serenidad. Qué vergüenza, no saber decirte que llegarte, llegar tan lejos como allí, es tierra húmeda para mi deshidratación. (Not a single word about this).
Paula Sanz.