23 de febrero de 1981
(No es por legitimar pero)
él también era ciudadano y a él tampoco le habían escuchado.
Érase que se era una noche de agosto que se creía execrable. Aquella a la que se le cae la cara de vergüenza por anochecer, de las que prefieren mirar para otro lado y refugiarse en que su manto, con suerte, estará cobijando desastres de otro cariz (cuerpos que se desastran con ansias, ya sabéis). Aquella noche de agosto, estaban él y Él*, era Madrid y hacía calor.
–Ya sé que el otro día me pediste por tu casa y tu salud…
–Sí, a ver, no te agobies, pero es que no los puedo exigir delante de un tribunal. Los del setenta y ocho (ya sé que no es cosa tuya) no los consideraron fundamentales.
–Sí, si también tengo por ahí pendientes un par de retoques a la manera en que me asientes eliges. Te me quejas de vez en cuando por unos grupillos que, total, harían el mismo apaño que yo al retal, pero es que es insondablemente complejo, no lo entenderías, el proceso. Mejor dejarlo como está. Ahora bien, estas dos líneas de aquí, yo les daría un par de puntadas. Cero con cuatro puntadas, vaya.
–Pero, si ninguno de los grandes europeos ha conseguido gastar tan poco en los últimos veinte años, ¿estás seguro de que lo vamos a cosneguir?
–¡Hombre de poca fe! Que sí, que sí, pero bueno, esto lo legislamos hoy pero lo empezamos a cumplir dentro de diez años.
– No dejes para mañana lo que puedas hacer hoy –susurra, tímido.
–Hombre, date cuenta de que tal y como está el panorama ahora––
–Dos de cada centena estamos parados, cuatro entre nuestros hijos.
–Exacto, estando las cosas así, mejor dentro de unos años, que, para entonces, a ti ya se te ha olvidado y el resto afuera ha hecho algo con sus dineros. A ver si con suerte se les caen un par de monedas al suelo y podemos agacharnos corriendo a recogerlas. Que ya te lo decía yo, que no se podía, tanto gastar en el hombre de a pie.
–Pero si dicen que aquí el gasto público por habitante es el menor de toda Europa.
–El problema es que ingresamos demasiado poco: hay que subir los impuestos.
–Pero si el de la industria aquí paga casi tres cuartos de lo que el sueco, y en Suecia ya sabes que son los que más pagan. Además, los hay que tienen mucho y que no pagan; de hecho, leí el otro día que más del 71% del fraude es culpa precisamente de las grandes fortunas.
–Quién te habrá mandado a ti leer. Eso no te lo han enseñado en esta casa, intelectual, que me vienes aquí de intelectual y de revolucionario. Tanto leer, tanto hablar y qué poco escucharme. Que me va a salir bien, ya lo verás.
–Bueno, pues si es así, adelante –dijo el pueblo, y el representante gobernante reformó el artículo 135 de la Constitución.**
paulasánchez, ciudadana no consultada y disconforme
*Corresponde al lector atribuir la mayúscula al personaje crea preciso.
** En realidad esta última frase forma parte de los excesos de dramatización que puede permitirse el cuento: claro que al pueblo no se le permitió pronunciarse al respecto; qué barbaridad, si no, faltar al honor de instrumentos sagrados como la «charanga y pandereta» y, por ende, del país que Machado así calificaba.