Darse cuenta
subterráneamente
de que ya todo
va a perturbar las adherencias.
De que ya las metáforas
no se fuman con boquilla.
Las anacondas detrás de los ojos:
saberlas.
Y permitirse el lujo del miedo
y desprenderse un poco
porque se va a desgastar
también nuestro rosa.
Nadie viene al caso
en el valle de los espejos amargos,
nada ahonda.
Pobres banderas que
conjuran amor y renuncias:
no van a ondearos.
Sin extravagancias
hemos quedado
en la pueril muerte
de los vínculos que no duran.
Darse cuenta,
más tarde que temprano.
Paciencia, solo queda lo peor:
las saetas agrias
tumbándonos a todos,
tumbándonos a todos,
mutándonos en seres
concéntricos,
descabalgados,
egoístas.
Que conste que la culpa
la tienen mis entusiasmos,
que se callan como putas
cuando ven venir
las grandes (anti)conquistas.
Paula Sanz.
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