sábado, 26 de junio de 2010

MAD-MXP


Nadie quiere pisar nunca la tierra que dicen que es de nadie. Porque hacerlo, usarla en tránsito, la vuelve tuya.

Te recae la pertenencia.

Milán es un espacio abierto entre trincheras, ese suelo sin dueño, unas costras, todo sucio, calle abajo o calle arriba y las manos vacías de tanto restregarlas contra las mejillas lisas de la rutina. Milán, cántame otra, tócame otra, rasgas bien todas las guitarras. No parece una ser de nadie, cuando se barajan las lejanías.


Tampoco hay ganas de explicarse la muerte, o entonces la vida, con una copa de vino blanco. Porque hacerlo, agriarse el rastro, te vuelve turbia.

Te disloca las traiciones.

Milán que tanto nutre, que me llegaba en ayunas, que me ha dejado satisfecha, un toque latte manchiatto y albahaca en las esquinas. Todos los huertos tienen el mismo perfume, de tinieblas rosas y amapolas y charcos. Con idéntico deseo de ser mi verdadera consecuencia, pesa en mi bolsillo una larga ristra de epifanías en italiano.


Nadie nunca sabe por qué vuelve o si se ha quedado. Porque saberlo, pulirse la perfecta consistencia, deja un residuo viciado de preguntas cojas de respuesta.

Te adormece la coherencia.

Milán, qué bien me vienes y qué bien te vas, cómo te callas la boca y no revelas las historias profundas que estás gestando. Había un mutismo casi barato en mis entrañas, casi confuso, y menos mal que he derrocado ese paso en falso. Se me ha caramelizado la pena, que no disminuído, se me han acabado los buenos argumentos para tener la sangre fría.

Milán, de aguas secas y vintage de lujo, de aceite y pan y tirachinas,
compórtate y hazme de nuevo, no recules, no me lo pongas más difícil.



Paula Sanz.

lunes, 7 de junio de 2010

Salvation was just a passing thought.

Darse cuenta
subterráneamente
de que ya todo
va a perturbar las adherencias.
De que ya las metáforas
no se fuman con boquilla.

Las anacondas detrás de los ojos:
saberlas.
Y permitirse el lujo del miedo
y desprenderse un poco
porque se va a desgastar
también nuestro rosa.

Nadie viene al caso
en el valle de los espejos amargos,
nada ahonda.
Pobres banderas que
conjuran amor y renuncias:
no van a ondearos.

Sin extravagancias
hemos quedado
en la pueril muerte
de los vínculos que no duran.
Darse cuenta,
más tarde que temprano.

Paciencia, solo queda lo peor:
las saetas agrias
tumbándonos a todos,
mutándonos en seres
concéntricos,
descabalgados,
egoístas.
Que conste que la culpa
la tienen mis entusiasmos,
que se callan como putas
cuando ven venir
las grandes (anti)conquistas.


Paula Sanz.

jueves, 3 de junio de 2010

Yo era un ser lluvioso y quería morir en París con aguacero.

Brindar con tal ímpetu que se parten las copas. Que caiga el cristal al dorso de la mano como beso engreído. El tajo menudo, el tajo sangra. La misma sangre que acarrea el pulso de la palma que, una vez, sobre tu palma, propagó el deshielo. Hielos en los vasos fermentando las tonterías que mejor nos hacen subsistir. Líquido asociado a la mesa, a las ropas, a la herida abierta. Agua que una vez sorteó la montaña, escaló alto, se desplomó. Paracaidismo vertical de las gotas en los escotes. Un sobresalto, un jodermehecortado, la piel resentida por el aire que ulcera. Úlceras acumuladas por los siglos de los siglos bajo los signos de interrogación. La saliva que desinfecta la apertura, la misma que sosiega tu hambre, la misma que se prolonga para darle cuerda a la conversación. Las palabras que aplastan las bocas, las bocas a los vasos, los vasos a la penumbra, la eterna oscuridad de los callados. Recuperar el hilo y olvidar el manojo de vidrio en el suelo. Suelo abatido, zarandeado por pies saltando, resignado bajo pies solitarios, edulcorado entre pies al vaivén del sentimentalismo.-Y qué bobadas son esas de ponerse cursis entre bebida y bebida. No nos amariconemos, que no estamos tomando vino, por el amor de Dios-. Dios en el que no creo, las agujas flacas de los relojes que nadie mira no revelan la hora. Alguien propone alzar el vaso para desear alargar las vidas. Pero yo mantengo que quiero morir en París con aguacero. De ese que viene del destripe de una nube, de un vapor, de un resquicio de una roca en cualquier parte. Que alivió la fisura de una mano de mujer, que una vez derritió el eco congelado de la mano de un hombre, unos minutos antes de que empezara a amanecer.




Paula Sanz.