miércoles, 28 de octubre de 2009

Apaga y vámonos.




De aquello que me pertenece,
no recuerdo nada mejor
que el guiño infiel de tu deseo
al otro extremo de la mesa.

De aquello que no hago,
ser paciente es mi dominio;
procuro humedecer el rebordede tu nombre
para ver si también te desquicias.

De aquello que eres,
que no estás dónde deberías,
es una tregua ciega en llamas;
corazón,
qué retorcido juegas.

De aquello que me has quitado,
quédate solo lo último.
Devuélveme la solidez de mi palabrería
y la belleza desparramada de mi alivio;
Ríspidas son y ríspidas serás
las exigencias incómodas de mis retinas.

De aquello que sé,
que vas a darme esquinazo
y a bordarlo con florituras transparentes,
es el pilar
de todos mis infortunios.

De aquello que me sobra,
los besos los malgasto en otros,
la ropa me la quito antes de tiempo,
y la decencia la baño en lejía.
No hago más que embadurnarme
de mundanidad repulsiva;

corazón,
suerte que no fumo de día.






Paula Sanz.

miércoles, 21 de octubre de 2009

Si aún dices venga, yo digo vale.


Paula (Sánchez) ya ha lacrado el sobre de esta noche. Acaba de llegar a casa y ha pensado que si su ánimo estuviese sentado en la cama de cara al armario a punto de escoger atuendo (el disfraz, para ser honestos), se habría enfundado la canción de Damien Rice que te está comentando ahora de pasada el ordenador. Y eso no es buena señal.

Paula tose de todo lo que ha fumado esta noche. En realidad lo que le pasa es que tiene hordas de conquistas a medias, adentro, fugitivas. Y cada esfuerzo que hace cada una de ellas por escapar y ser entera choca contra el pecho, lo voltea, retuerce la garganta y levanta una polvareda tal que Paula se expía a base de sacudidas de aire. Una convulsión por cada gana de volver a verte.

Paula se ha aproximado a cuerpos ajenos esta noche. Paula ha sudado, ha reído, con la colaboración de su par de pies ha reformulado el concepto de salsa, Paula ha posado los labios en una botella de Coronita mirándote de lejos y habría ofrecido al peor postor su don de la palabra por que te fundieras ese preciso instante en vidrio azteca. Para corona, tu mano en mi pelo. Tu palabra tras mi palabra (o el encadenamiento mutuo, ineludible y absoluto), laurel en rama.

Paula es consciente de que tú la has mirado esta noche. Paula ha firmado a regañadientes (la estilográfica aún huele a cicuta) el testimonio de tus ojos sobre otra. De tus manos. De tu vaivén: ahí va tu camisa pegada a dos pechos intrusos; y ven, a comprobar la imperceptibilidad de los míos. Que las manos de Paula han recorrido la curva de una cadera de hombre en vez de esbozar el contorno de las comisuras de tus labios. La ciudad en llamas de embriaguez si estudiaras el dorso y del reverso de las suyas, su pelvis pronunciada a ambos lados, su tendencia a ti.

Paula ha encontrado fácilmente su hueco en un cuerpo que medio le sonaba, esta noche. (Paula se habría derramado sobre el tuyo.) Paula catalogaría estas horas de impulsivas. (Paula habría repetido hasta la infinitud las cuatro que pactamos de improviso el martes trece de octubre; como el rodaje perpetuo de la escena que lanza al estrellato y protege del abismo del olvido; como una vorágine cuya fertilidad alimentamos por el mero hecho de ser dos y habernos encontrado.) Paula ha llevado toda la noche el reloj de otro. (Paula tacha las milésimas de barro en el calendario de arena para ser causa de tus casualidades.) Paula, además de ser causa, quiere ser efecto. (Y que tú la primera, y que tú la segunda). Que seamos indefinidamente viceversa.



Paula irá a desmaquillarse al baño en breves. Paula (algodón en mano, tacones desperdigados por el pasillo) dará irremediablemente con su imagen en el espejo. Paula sabe con certeza que no se va a reconocer.

jueves, 15 de octubre de 2009

Sex&Sexability

Una mujer desnuda y en lo oscuro
es una vocación para las manos.
-M. Benedetti-


En el puro acto sexual de bailar contigo, qué quieres que le haga si me atranco, me pierdo, y se supone que yo guío, que yo sujeto la ligereza de tu cintura y el líquido discurrir de tus susurros (¿¡pero cómo bailas tan mal!?), y lo único que ocurre es que me sale fatal, me siento menos hombre para tí que para ninguna otra (lo siento, te he vuelto a pisar), y maldigo el momento en el que solté la columpiante seguridad de llevar los pantalones para bailar con una cascada de mujer que no hace más que deslizarse sobre mí como caramelo recién cocinado.

En el puro acto sexual de descalzarte, te me antojas de una suculencia que me roza la obscenidad entera, y trazo mapas táctiles desde tus pies pequeños y afilados hasta tu frente sin surcar todavía, sin gemir aún. Me sorprende la escasa suavidad del interior de tus muslos, y me gusta, es más, me encanta que lleves la raza tan al límite, que seas femenina en todo excepto en la piel que más debería serlo, piel que, sin embargo, huele a excesos de corazón y a tintura de melocotón madurando. Y me miro desde dentro, y me asusto (otra vez, joder, ¿cómo lo logras?) ante mi cuerpo insuficiente, la tosquedad de mis hombros y del salvaje tramo que va desde mi ombligo hasta el final. Qué voy a dejarte yo de mí, en tí, contigo y por tí, si yo solo sé ofrecer amor barato y a destiempo, si mis dedos no están educados para hilar tan fino como tú. Como tú así tendida a la penumbra del deseo efervescente. Te recubro con la lentitud más tardía del mundo, te estoy mirando estar (sí que eres guapa, sí), y me tiembla completa la espina dorsal, que me tienes rendido desde que me prestaste tu boca, que me tienes, que me tienes. Tú.

En el puro acto sexual de escucharte, la menudez de mi figura casi sale corriendo, no vaya a ser que descubras sus fallos, que te asqueen sus huecos. Me titubean los dedos ciegos de nervios y de anhelo (¿se puede saber qué clase de cremallera es esta?), la garganta se ríe de mí desde lo profundo, y para profundos, los suspiros que se me escurren de los labios, que avergonzarían a cualquier mujer que se preciase de serlo. La anchura de tu espalda me templa el ánimo, y tapo las deformidades tremendas (qué cuerpo tengo, diosmío, ¡qué hago!), el falso intento de mi escote, la huesudez de lo que soy, y me agarro a tí porque nací para aferrarme a hombres que suenan a melodía salada y a pianos en pleno éxtasis.

En el puro acto sexual de ser sexo contigo, vago por una ensoñación apretada y cargada de asfixia,de chasquidos de lenguas, de cálido y frío, de deprisa y despacio. Cierro los ojos, se cierran ellos por mí, me cierran- no, me abren- , mi cuello no lo soporta, pierde las formas, pierdo la compostura, y eres perfectísimo en cada instante que vives conmigo y de esta manera palpable y universal. Tus manos son lo único que preciso para seguir existiendo, no me sirve respirar, estás por todas partes, la longitud de tus músculos, mi vientre mullido en el reposo aniquilado- ahora tenso-, la verticalidad de tus palabras cristalinas, lo que quiero decirte, lo que te quiero esculpir en el alma, lo que te quiero, te quiero. A tí.





Paula Sanz.

Mais n'te promène donc pas toute nue.


Hay historias cuya existencia ostenta la levedad de una miga de cruasán; la nuestra es puro hojaldre. De la crème Chantilly sobre fuente de plata oxidada. La mejor Pêche Melba del Negresco derramándose en una cascada ebria lienzo de seda abajo. Una alfombra de luces de latón explayándose en detalles para un horizonte azul que ni la escucha. Tus fachadas con maquillaje descascarillado, que ya sé que lavas con jabón de Marsella y sales de lavanda. Y que nuestras escaramuzas no se consumarán en verbenas de farolillos y acordeones, sino esquinadas entre una contraventana abierta y un cartel que vede mi desnudez, eso también lo sé. Me da lo mismo. De hecho, hasta lo prefiero.

Los hay que sacian, como Madrid, que acobardan, como Oriente, y que retan, como tú. Y te voy a ser franca: la una podrá blandir una rutina afilada, el otro disparos a pares (a pares de piernas de mujer), pero como tus esencias tunantes, nada. Y qué más da. Total, los tres se saldan con un esbozo de mujer desvalijada: o se huye, o se provoca la desaparición escalonada de las palabras propias, o se asiste a la conversión de ciertos principios que se juzgaban arraigados. La conversión. Mmmouais. El trueque: mi entereza sin sal por tu vaivén bañado en ron de Martinica. Qué se siente cuando la inestabilidad de uno vuelve inútiles los tacones ajenos, solo tú y tu empedrado asalitrado lo sabéis.

Ahora bien, que no se te suban los humos de Gauloises a tu cabeza de azur. No voy a derramar ni lágrimas morenas ni amargas palabras hispanas por que un acento provenzal, un pasado italiano y un presente excolonial se deshagan en halagos. (Si basta con que me hables en francés para que algo suene a elogio.) No voy a dejar de mirarte a la cara por mucho que te tumbes boca abajo, frenesí occitano. Si estás harto de que horade tus espaldas con mis talones delcazos (para descalzos, tus motivos); la falda a la cintura, los labios sin pintar. Sírveme pastis y deshazte del agua en la fuente del Palais de Justice. Dame fuego con tus manos de adoquín francés.

Eh ben non. Tus simulacros de desidia tienen los días contados desde que firmo mis confesiones con un solo apellido. Como tú. Ahí va: no receles de mis noches de bachata en Túnez ni de mi improvisación acelerada en torno al mero hecho de existir. Es el efecto que produces, se siente. Sabes perfectamente que en ninguna otra noche saben más bohemios los cigarros abalconados ni suenan más amargos los acordeones limosneros. Eres sobradamente consciente de que ni todas las rosas del mundo vendidas por magrebíes con barba de dos días sustituirían a tu piano callejero. (Chi va piano, va sano. Chi va sano, va lontano.) Y yo estoy extralimitadamente convencida del poder de mis alientos sobre tus vientos mediterráneos. ¿O quién hay acaso que te respire como yo?

Desmenucémonos, martes nizardo, que rivalizamos en laberinticidad: mis grietas, tus entrañas.
paulasánchez

miércoles, 7 de octubre de 2009

Concrétion des aubes haineuses.


Vamos a [hacer el favor de] ignorar los platos rotos
y a sembrar de trigo [por decir algo] los escombros.
Vamos a enmarcar las cuatro fotos
que aún siguen en pie
retando a nuestro asombro.

Vamos a sonreírnos ampliamente [quien sonríe el último, sonríe mejor].
Vamos a limar [y quien dice limar, dice raspar muy ligeramente, que tampoco hay que pasarse] las asperezas.
Atrévete a mirarme atentamente
mientras con mi cinismo
cuestiono tus proezas.
Confiésame todas tus mujeres.
Desnúdate de cuerpo para arriba [tu resto me resbala].
Naufraga [por enésima vez y para variar] en la sed de mis placeres
pese a esa fianza tuya
carente de medida.

Muérdeme las uñas como antaño.
Expónnos a miradas ajenas [a ver qué se siente en público].
Que me haces un apócope de daño
y no daño como tal,
iluso, que lo sepas.

Jura que ni conmigo ni sin mí.
Asiste a mi deleite en tu miseria.
Pero cuando haya que zaherir
hazlo con acritud [conmigo, cobardías las justas]
(dispensa las especias).

Ódiame [cosa mala] como una transacción.
Provoca nuestro estar desafinado.
Repudia la palabra rendición,
que ni estamos en Breda
ni el duelo ha terminado.

*

L’homme est capable de tous les héroïsmes;
la femme de tous les martyres.
L’héroïsme ennoblit;
le martyre sublime.
L’homme a la suprématie;
la femme la préférence.
La suprématie signifie la force;
la préférence représente le droit.

L'homme et la femme
Victor Hugo

martes, 6 de octubre de 2009

Go slowly, Discourage



Qué de selvas cuelgan de mis ojos, desde que hago como que no me importas.
Qué de enredaderas, de lianas, de focos de penumbra.
Revolotean plumas de ocre y miel que quema
sobre la larga sequedad de mi ternura.

Qué de tierra abro con los dientes, desde que hago como que no lo noto.
Qué de barro, de polvo, de arcilla espesa.
La frondosidad amarilla de la incertidumbre
no hace más que quedarse pequeña.

Qué de animales se me despiertan, desde que hago como que no te quiero.
Qué de furias, de salvajadas, de posesiones eléctricas.
Voy pretendiendo ser mujer y compostura a medias,
cuando no soy otra cosa que el comienzo de una fiera.

Qué de mareas rebeldes manejo, desde que hago como que no comprendo.
Qué de oleajes, de algas crudas, de torbellinos ilusionados.
Vamos como desconocidos ahogados de indulgencias.
Vamos fingiendo estar solos, pero nos hemos encontrado.






Paula Sanz.

domingo, 4 de octubre de 2009

Quatre-vingt-quinze fois sur cent

la femme s'emmerde en baisant.
Qu'elle le taise ou le confesse c'est pas tous les jours qu'on lui déride les fesses.
Les pauvres bougres convaincus du contraire sont des cocus.
À l'heure de l'œuvre de chair elle est souvent triste, peuchère !
S'il n'entend le cœur qui bat, le corps non plus ne bronche pas.

Brassens



Donde las dan, las toman, pero, cariño, yo paso. De verdad. Ya, desde un principio, desde antes de haber siquiera empezado: renuncio. A hacer daño a nadie, una montaña de un grano de arena y el ridículo, por ese orden. ¿Puedes poner más cara de asco? Puedo. Puedo, pero paso.
Si sí. Si tu cadera tiene una cadencia hipnotizante. Si el eco de tus pulsaciones tiene propiedades sedantes. Si tus palabras danzan con la elegancia de las piernas esbeltas de una bailarina de ballet: tanta belleza junta resultaba fácil de beber (ahora deja un regusto a quitaesmalte). Si supiste ejercer la presión justa al experimentarme táctil. Si has sido el centro del escaparate cuatro días seguidos. Si todo eso te lo concedo.
Pero lo cortés no quita lo valiente.
Cosa guapa.

Porque todavía resuena el eco de tu dignidad masculina asegurando que delante de una mujer a la que hubieras besado nunca besarías a otra -y quien dice besar dice bailar el agua porque aquí o jugamos todos o pinchamos la pelota-, hace tiempo que no sentía nada parecido, me atraes muchísimo como persona, de verdad quiero seguir conociéndote, me encantan tus pechos. Que te me caes. Corazón.
Aquí tiran piedras todos menos el que está libre de pecado. Yo te lo agradezco, pero no. Yo, aquí, hoy: no. Esto empezaba a saber demasiado a agua de molino viejo y a escondite inglés y para lidiar con cobardes y jugar a juegos de críos me podía haber quedado en Madrid, apaga y vámonos. Me sé tus cartas a fuerza de haber pedido a mis contrincantes en anteriores derrotas que me mostraran las suyas, por caridad. Me sé tu jodida baraja de memoria porque llevo jugando desde los dieciséis. Tú llevarás desde los doce, pero retirándote de las partidas a medias y con tus reglas. Y lo que es peor: me sé, por todo eso y por un comodín que tú desprecias y que se llaman creencias (las creencias no son dogmas sino respuestas), cuál será tu estrategia. Y que te va a salir el jodido tiro por la culata, tarde o temprano lo verás. Porque un clavo saca otro clavo y a todo cerdo le llega su San Martín.
Qué guapa eres, qué bonita eres, eres una preciosidad.

Y mira que me da lástima, de verdad. Que No signifique traicionarte a ti y a tu circo de galanterías, de palabras, gestos, sudores, prioridades, salidas de tono, paciencias perdidas cuando una mujer te obligaba a hablar. Gracias a ti tengo un corazón más a prueba de bombas y, para qué engañarnos, el sentido del tacto un poco más agudo. Me debes un par de disculpas y unos gramos de plata, pero no me urgen ninguno, tranquilo. Ya vendrán cuando tengan que venir.



Son las siete y dieciocho de la mañana, yo soy una carcajada incrédula y tú eres un jodido fraude.

viernes, 2 de octubre de 2009

These hazards of life never more will trouble us.




La mujer está hecha al frío de ser humana.
Salen (ignoro de dónde)
las nocturnidades espesas de mis cautelas,
que de pronto no hacen más
que arrancarme la vida de cuajo.
Se multiplican demasiado las tinieblas;
las arenas desesperanzadas
de la coherencia
tienen las horas ya disueltas.
Vivir esta letanía
tiene el precio abrigado
por la monstruosidad dócil de la ausencia.


Después de ser dos ya no se puede ser uno.
Tenerte
escrito en cada curva de mí hasta ahora intacta:
la piel que une mis dedos pulgar e índice,
la concavidad de mis axilas,
las espaldas de mis muslos;
cincelado en las esquinas que recorrimos juntos.
Desliza peligrosamente,
igual que una trampa de mermelada,
el pensar que después de haberte tenido puedo no hacerlo.


Tus veintiochos de agosto son soles de membrillo para mi piel tostada.
Y no sé cómo,
pero tú me colmas el ánimo
de susurros dorados,
y la violencia con que este mundo aprieta,
no tiene hueco en tus huellas.
Has salpicado de pinceladas blancas
el muro de hormigón que la vida me había adjudicado.


Tiemblan mis principios de exilio férreo
(mis veinte años sidos a tientas, a expensas, a solas)
ante la certeza de que tu hierba mullida está deseando
ceder ante el ínfimo temblor de recibirme.


Paula Sanz & paulasánchez.