domingo, 31 de enero de 2010

Applaudir quelqu'un, c'est presque lui serrer la main.


No te ha costado demasiado ubicar los cuatro caminos que nunca parezco cansarme de recorrer, mi tendencia a tildar de cardinal lo nimio, la torpeza de mi retórica cuando no es escrita, la costumbre que tienen mis consejos de coger carrerilla y luego avanzar a trompicones, los prontos que le dan a mi conciencia, la porcelana de imitación que constituye los pilares de mi madurez y el brillo apócrifo que la concede (si por mi madurez fuera, resplandecía lo mismo que el cartel de un bar de alterne).
Parece que alguien fue acumulando en una caja de zapatos vacía todas las piezas de puzle que nunca encajan, los tuercas de más, los botones de repuesto, las tapas de bolígrafo sin bolígrafo y los suplementos dominicales condenados al apilamiento o la decoración de mesas de salón tras un par de hojeadas livianas, y decidió forjarme. Estoy tan mal hecha que me siento incómoda firmando mis textos: un nombre y un apellido imprimen una plenitud que no se corresponde con mis tuertas alcurnias; si lo hago es solo por protocolo.
Tú , en cambio, tienes la capacidad de vestir a quien se vierte en ti con la esponjosa certeza de sentirse capital, de desplegar una Galería de Espejos para las Taras Emocionales en las que, aunque reticentes a mirar -y haciéndolo muy de reojo-, todos nos vemos reflejados, de hacerlo sin avergonzarte, de cogerle del dobladillo a los vacíos que arrastro, de afinar acordeones para adecentar mis tangos. Eres capaz de todo eso y de culminarlo condecorando mi solidez de mármol de Ferrara (yo prefiero llamarla aguante por defecto, no es mas que hormigón armado de Getafe) con tu admiración y confesando que aprendes mucho de mí.
Tú meces mis flaquezas de bolchevique. Me reconcilias con mi humanidad y me alzas. El peso de tu par de años más, tu manera nítida de sopesar nuestra existencia, la fuerza adecuada de tus palabras y tu éxito apaciguando esta díscola vida justificarían el lujo del consejo que se sabe acertado. Y aun así permaneces humilde, joder. Parece que el hacer feliz a los demás no te costase, no te requiriese ningún esfuerzo, te saliese solo. Y es eso lo que más me maravilla: que tu manera de existir no sea adrede. Eres el tipo de persona que consigue que la palabra gracias se quede corta.


*


[…] nada me afecta como la flaqueza de ese bolchevique entregado a su inmunda pasión por la hija del tirano. Acaso nunca hubo tal bolchevique, y es indiscutible que aquella revuelta fue la culminación épica de una poderosa creencia. Aun así, mantengo lo dicho. Las creencias recorren invariablemente un camino natural, desde su sublevación contra otra creencia inicua hasta su transformación en la nueva iniquidad que será preciso destruir. El dolor y la belleza, en cambio, son irrefutables porque no se miden con ninguna creencia ni exigen que ninguna creencia se ponga a su servicio. Ningún hombre vale lo que cree, sino lo que ha deseado y lo que le ha sido dado sufrir. Cualquier hijo de perra o cualquier borrego puede creer cualquier cosa. Los elegidos lo son por el éxtasis o el infortunio. Los mejores, por ambos.


La flaqueza del bolchevique, Lorenzo Silva

A penny for my thoughts.

El tremendismo es siempre azul cobalto, como el fondo del cuadro que malpinto a base de tropezarme por gusto con todas las piedras. Si yo saliera siempre hecha de óleo, qué lejos quedaría mi título de Reina del Absurdo, qué poco aplicaría el ''apaga y vámonos'' y qué difícil sería diluirme en agua burdeos con sabor a amnesia-por-voluntad. No sé, la acuarela de madrugada a veces gotea de más. Igual que mi serenidad. Ahora tendré que limpiar los rebordes escarlatas de mis labios, dejarlos caer en el desuso, despintarme la piel, darme de bruces con el lienzo en blanco y darle una primera capa de gris (pisando con pies de) plomo. A buenas horas descubro que solo a mí me amarga un dulce. La displicencia que pregono es siempre coral y tostada, pero huele bien, a suavidad nacarada y oculta. Así funciono, así descarrilo. De entre los bocetos arrugados de otras horas espero sacar un dibujo que le haga justicia a la única razón que tengo, que es la de verdad, que de extraordinaria, es incolora. Y voy a poner las manos sobre la pintura fría y viscosa para plantar una huella por cada vez que he transgredido los límites del claroscuro. Por cada vez que he contaminado las sangres (in)necesariamente. Las puntas de la mayoría de mis pinceles están manchadas de verde esmeralda, violeta y añil; están manchadas de pupilas, un esquivar apurado y de la electricidad que hay entre mejilla y mejilla, por decirlo de otra manera. Tengo la camiseta hecha un desastre porque me creo pintora de cosas que tienen sentido, pero que, en realidad, se alzan y se expanden como el humo inocente de las bocas. Perder un pedazo de honestidad no se arregla dando brochazos naranja fosforíto a lo loco. Últimamente se había vuelto cobrizo el marco de mi cuerpo, por óxido o por temor, y cuando he ido a pulirlo, me he ido corriendo hacia el pasivo amarre del otro lado de la noche. Me estará bien empleado si la próxima vez que levanto un lápiz para esbozar un momento rosado y magenta, me dan con el aguarrás en las narices.



Paula Sanz.

miércoles, 27 de enero de 2010

Lávenme la boca con jabón.




La insuficiencia de engrasar
las visagras del cuerpo con sexo (sin)sentido,
me parece a mí que no sé lo que he sido,
que no capto lo que es quedarse callado
si paralizan las ganas,
mis musas sin jarras,
el romanticismo en pleno escándalo de polvos de mañana.
Necesitaría ser lacrada,
encadenada y partirme los tobillos,
goteada con lenguas usadas,
para quizás (sobre)vivir como la mujer del placer imantado.
Me encuentro picando en canteras de medio segundo,
de rocas que es una infamia que sean rocas,
con nieve entre las piernas escuálidas,
y qué obscenidad la mía, pretender un revuelo quitándome las bragas.
La hartura seca de limar las asperezas
en vez de buscar la herida, la sutura, el remiendo,
y asumir
que a mí lo que me va es el alma en rodajas,
más nueces y menos ruido,
que sean capaces de provocarme algo más que un resoplido.





Paula Sanz.

lunes, 25 de enero de 2010

Je ne m’habitue pas à vouvoyer.



Tengo una alegoría de veinte años muy mal aprovechados. Los tengo vestidos de traje y corbata, repanchingados en dos asientos de cine que alguien se debió de dejar olvidados en un descampado de la periferia de Madrid y que aparte de huérfanos están descoloridos y mordisqueados, están los pobres de un taladrado que el polvo de la juventudporamoralarte campa a sus anchas por sus recovecos extendiendo a su través un moho sospechosamente idéntico al síndrome del Niño de Papá. Me he sentido y me siento el producto (caro pero de mala calidad) de una sociedad que todo lo tiene al alcance de la mano y que no reconoce la felicidad ni aun teniéndola a dos centímetros de la puta punta de sus dedos occidentales.
Tengo un pasado glorioso que nunca fue consciente de las medallas que iba logrando por mérito propio y de los honorarios que se podía hacer pagar por la sencilla razón de que nació a raíz de que se le despreciara; un pasado que en su momento fue presente herido de bala y del filo de la indiferencia, y que se nutrió de ideales tangibles que giraban en torno a vivir por y para los demás, a dedicarlo todo: vida privada, académica y tiempo libre a hacer felices a los seres humanos que le premian con el mero hecho de existir y permitirle saberlos vivos, porque absolutamente nada más en este mundo tiene sentido. Quitarse los galones (uno a uno) (lentamente) (porque se relegaron al óxido los aperos de labranza que antaño cosecharon las victorias de uno) duele más que arrancarse la carne a jirones.
Tengo un pasado reciente que apesta a exceso: exceso de vacío, de humo, de hombres, de desasosiegos por mi efigie, de puerilidades, de inconsciencia consciente y deliberada, de resquemores, de ausencias destacadas en el juicio ante el tribunal de mis responsabilidades, de mañanas de domingos empleadas en dormir, de los contornos propios y ajenos sumidos en un sfumato acojonante de puro vívido, de traición –tal vez solo de provocación- facultativa a lo que uno fue y de capitulación resignada ante lo que uno siempre ha tenido claro que nunca quiso ser. Este pasado reciente gracias a Dios -y lo digo con unas ganas como catedrales de no laicizar mis expresiones- le ha cedido la cartera a un presente en vías de restituir la integridad que un día me caracterizó. No me quiero entusiasmar, pero creo que estoy bocetando los primeros contornos de una manera de existir enferma de horror vacui.
*

Pero lo que más tengo son ganas de romper en pedazos el cenicero donde apagas tus bocanadas anhelantes de vida, Paula, despellejar la pluma con la que firmas tus testamentos, reprender por su rebeldía deliberada a tus púberes rabietas de mujer con vida, hacerte ver que los espejos cóncavos del callejón del Gato donde se acicala tu esperpéntica manera de leer el hoy y el ahora son espejos y son cóncavos. De cogerte por los hombros y zarandearte, extenuada para gritarte que quién te crees que eres para blandir motivos (subterfugios) con los que venirte abajo. De contradecir tu desesperanza crónica, pero de contradecirte dando una mísera credibilidad a mis argumentos. Porque si no me los creo ni yo, el semblante tramoyista de mis banderas no va a ondear ni a media asta.

Yo amo este fenómeno incomprensible que es la vida, y que de puro grande y de puro incomprensible alude a una fuerza mayor, cuya magnitud a su vez es tal que parece de película. Así te lo digo: el mero hecho de que ahora tú y yo estemos respirando es surrealista, todo esto es un jodido cuadro dadaísta, un cubo de rubbick con parches de colores distribuidos de manera anárquica. El problema radica precisamente aquí: si dicha fuerza resultase cierta, todo sería tan jodidamente perfecto que no sería justo, porque no nos lo merecemos. Yo no me merezco una vida eterna, igual que ninguno de nosotros se la merece. Asistamos todos al baile de la sinceridad donde todos nos desenmascaramos y nos desvelamos desnudos de todo atavio salvo de nuestras deudas al mundo: voluntaria o involuntariamente, permitimos que haya gente que sufre. Yo amo la vida, repito, y quiero creer, táchame de quimérica o de débil, quiero con todas mis fuerzas creer que hay algún motivo, me da igual cual sea, por el que se me ha concedido la posibilidad de evitar esto último, y que ese motivo se me escapa porque no soy físicamente capaz de discernir la realidad que me rodea. Y como no sé nada, como mi realidad más absoluta es lo que veo y lo que toco, me limito humildemente (no me permito el lujo de desplomarme porque lo tengo todo) a alzar la frente y afirmar: yo no me dejo vencer por el terror que me invade al imaginar que las manos que hoy teclean descansarán algún día inertes bajo tierra.

miércoles, 20 de enero de 2010

Let the truth sting.


Foto: De la iniciativa ''Before I die'' polaroids.


Me puedo imaginar cómo serías debajo del edredón. Las tumbas se agrietan de igual forma que se me cuartean las manos con el ácido de rutina. Deberíamos hablar de la enfermedad y matar este miedo que acorrala las entrañas. Creo que sabrías encajar con mi postura. Olor a metamorfósis, esbozos de labios de perfil, escribir al ritmo de la música. Hacer cenizas si mueren. Devorar la perdición. La hierba bajo los pies cansados. El gris perlado del cielo cuando repican las campanas con ausencia. Si me tocas justo encima de la cadera, me tienes. La punta de la nariz manchada de nata. Llevar las flores al cementerio para adornar los huecos del alma. Comer sin gana, llorar hacia dentro, descarnados enteros los nudillos. Me puedo hacer una idea de cómo eres sin ropa. Puedo hasta describirte sin haber posado las pupilas sobre tu estructura. La mermelada un sábado, irse por la tangente, correr en busca del tiempo perdido. Replegarse ante la desgracia, no querer querer nunca jamás. Los crematorios que desprenden humo viciado de suplicios. Los lagrimales anegados. Lamer las heridas. Me puedo figurar que entenderías de besos agolpados y ansiosos. Que no te asustarías ante mi prisa, mi estrechez animal, la inmensidad de mi afecto. Los hielos en la espalda machacando el sudor. Deberíamos hablar de lo que ocurre por las noches en mi cama y aniquilar esta vergüenza que aprisiona. Una foto desenfocada, una foto antigua, una foto cierta. Las manchas de maquillaje en el cuello de la camisa. El sol los domingos, un café con espuma, tinta entre los dedos. Pasar delante de un funeral y sujetar el aire. El día a día marrón. Por no decir incoloro. Los pasillos inhumanos de los hospitales. No poder seguir leyendo estas líneas porque cae rodando la pena por todas partes. Odiar a quien te recuerda lo que falta. Que no me faltes. Zumo de naranja con mucha azúcar, los codos suaves, el pelo en bucles distorsionados. Me puedo imaginar cómo me agarrarías si se diese el caso. Las lápidas de mármol nefasto y extraño. Subterranean Homesick Blues entre copa y copa, pompas de jabón, apoyarse con todo el peso en la barra del bar. Estar vivo. Vivir muerto. Que vivamos. Que sepamos morir a tiempo.








Paula Sanz.

domingo, 17 de enero de 2010

De qué hablo cuando hablo de matarnos.


Aún sigo midiendo cuánta paciencia desalmada
me hace falta para concebir su espíritu barroco,
que voy a mantener mi apabullante muro de lamentos,
que he cincelado con las uñas mi alborozo.

(The art of losing isn't hard to master...)

La gramática insufrible de mi cuerpo estos minutos,
estas veces que amonesto el desabrigo de mis muslos,
que voy a recorrer todos los caminos dando tumbos
porque me gusta zaranderame el desaliento.

(So many things seem filled with the intent to be lost...)

Abocetar la recóndita armonía de entenderlo,
desplazar los pespuntes de mi orgullo incierto,
que se vuelve violenta mi templanza
al procurar tiznar mis ansias con sus dedos.

Pero sucede la maravilla de vivir incluso si claudico,
incluso cuando abundan el azar y esta muerte,
que si he de descansar sobre mi frío garabato
voy a hacerlo acompañada humanamente.

(...that their loss is no disaster.)


Paula Sanz.

jueves, 14 de enero de 2010

Doble soneto del día después.



Los vestigios del plural saben a vino rosado.
Muy dignas, en la mesa del salón,
tres botellas de vino desafían,
¿sobrio? eco de cierta algarabía
que anoche confluía en tu colchón.

Hoy recurro tu ardor por omisión.
Dedico un réquiem a nuestra afonía.
Ni tu hermeticidad ni tu apatía
son santos de mi (escasa) devoción.

Condeno una a una tus asperezas,
la vigencia limitada de tus «Quiero.»,
la física impersonalidad que nos vincula,

el confinar al desuso la franqueza,
el mapa de Europa de mis vaqueros
y mi tendencia al hombre que recula.


La humanidad consciente y otras excusas.
La catedral que tengo por orgullo
no va a tocar maitines hoy, se siente.
El lleno hasta arriba de penitentes,
que solo viene a misa a armar barullo,

ha quedado desierto ante el arrullo
de tu lengua y tu acento entre mis dientes.
Estoy harta de hacerme la decente.
Entre honor y carpe diem, ganas tú. Yo

doy porque tú no: he aquí mi inexperto
e insalubre concepto de VIVIR.
Sé, en el fondo, que estamos caducando.

Pero mejor hago que no me acuerdo,
me acoplo a tu mullido subsistir
y enjaulo mi amor propio a cal y canto.

paulasánchez

lunes, 11 de enero de 2010

Impervious.


A ver si tú aprendes a tirarte al pozo, y yo a no lamer las migas como si fueran joyas. Que si no, al final, la desazón se ceba con la amabilidad carnosa de una. Ya basta de irse de puntillas por las ramas, de zurcir chorradas entre mis dedos, de padecer la intermitencia de los cuerpos (ahora sonrojado, ahora no, ahora sonrojado...). A ver si dejamos de excavar hoyos donde echarnos a morir, y buscamos alguna cosa, en vez de perder lo que otorgamos. Ya está bien de tirar de hermetismo y de manifestar síntomas como quien baila el agua. Tengo cajas llenas del factor sorpresa, de sábanas sembradas de camelos, de órganos sensibles, que se venden más caras que la soledad que te autoimpones. Haz las cuentas, corazón.

Mis piernas, mi falda; las piernas de otras, otras faldas. La indiscreción con que degustas mis movimientos es igualita a la indiscreción de los que hacen copias de las llaves que abren las ansias de mujer: baratería de callejón. Lo de coser y cantar ya no funciona, aviso. La vasta llanura de mi inocencia-rocosa, costrosa, herida abierta ahora- ya no cumple con los dictados de mis labios: por mucho que proclame, me está pesando-acertadamente- la entereza. Tus hombros, tu perfil; los perfiles de los demás, sus hombros. La suavidad con que paladeo tu esplendor es la misma con que saboreo un acento forastero. Lo de pan comido es una leyenda estropeada.


[AGRAVANTE]

Yo, maldita misericorde.


[ATENUANTE]

Tú, prescindible,canjeable.





Paula Sanz.

domingo, 10 de enero de 2010

Manual para Héroes o Canallas.


1. Dejarme hojear no es un pasatiempo. No existen los preámbulos gratuitos; al menos, no conmigo. La rueda de reconocimiento es absolutamente indispensable: sienta las bases de esta coalición transitoria y volátil que al parecer estamos rubricando. Tú muestras tu amplia gama de sarcasmos, yo exhibo los aspirantes de mimo que tengo por encantos. Tú tiras los dados, yo avanzo las fichas. Todo está pactado, todo entra en el juego.

2. Es un atentado a mi persona considerarme apta única y exclusivamente para un polvo. Espero que mi edad y mi Erasmus no te lleven a error, campeón: yo aquí no he venido a regalarme. Si bien resulta ciertamente halagador que tus contornos respondan positivamente a los míos, se me antoja violentamente degradante que confines el laurel en rama de mis cruces y mis quinqués a cinco segundos de ceguera sensorial.

3. No poses tus manos a medio camino entre mi cadera y mis muslos si las consecuencias de dicha acción van a ser nulas. Si no vas a acompañar el movimiento de la palabra adecuada, en el volumen adecuado, a la distancia adecuada. Si no vas a cubrirme las espaldas (firmes, hábiles, dispuestas) con tu cuerpo (ajeno, impertinente, tahúr). Si vas a divertirte a costa de mi desconcierto.

4. La inestabilidad, cuando adrede y reglamentada a medias, agrada. Un ni contigo ni sin ti previamente pactado puede valer; de hecho, ameniza bastante las maniobras de adherencia a tu naturaleza evasiva. Cuando mi conformidad no está invitada a la fiesta de tus desapegos, ameniza lo mismo que un velorio.

5. El mostrar interés, o hacerlo más visiblemente que tú, chirría con mi concepción de ser mujer. Esta noche has hecho tu agosto y no has sabido sacar tajada. ¿Que yo puedo seguir apostando un rato más para conseguirte el capricho? Pues claro, corazón, pero subastas de quinceañeros, las justas.

6. Tengo oxidados los mecanismos del flirteo. Hace exactamente un año que no subrayaba los renglones de un sexo opuesto por el mero hecho de sexo y por el mero hecho de opuesto. Me resulta ridículamente innecesario darnos tantas vueltas, sabernos por terceros, el acelerón y la marcha atrás consecutiva, tus paréntesis vacíos, el asunto de los hielos.

7. Tienes una manera de existir a medio camino entre lo sugestivo y lo insufrible de puro escurridizo. Los ocasos de presencia que me gastas, las audiencias intermitentes que me concedes y los duelos a desubicar que me impones no pueden ir seguidos y sin comas. Y menos aún si cabe, coronados con ese jodido deje burlón que le ha dado por enfundarse últimamente a la comisura derecha de tus labios.

8. Discreparé en cualquier debilidad que me achaques (tus facciones multiplican mis bostezos y tu escabrosidad deliberada, mis hartazgos) salvo la fascinación que me provoca el conseguir que te rías. Arrancarte una carcajada, o que el resto ría mientras tú asientes y observas despierto el interés, me proporciona el mismo placer que a ti el sacar punta a tu agudeza.

9. Tu pretérito indefinido a otra le resbalaría, pero para mis veinte costras en las rodillas es un arma de doble filo. La sencilla equidistancia de un cuerpo humano delante de otro cuerpo humano se convierte en un abismo de desigualdades, de desconfianzas e inseguridades cuando se plantan entre medias tus treinta y dos cardenales.

10. Me eriza el vello de la piel, tanto o más que una tiza que rechina, que vayas al acecho de otros cuerpos. Me sabe a lejía que encuentres atractivas otras femineidades. Me produce unas arcadas del tamaño de catedrales, desde el comienzo de la garganta hasta el último artículo de mis principios, que regales tu teléfono a desconocidas en mi presencia. Y, pese a ello, o debido a ello, querer. Pero esto (como los peses, como los debidos, como el querer) ya es problema mío.
paulasánchez

viernes, 8 de enero de 2010

Esta loca se va con otro loco.

Esta marcha, que tiene tintura de escapada y de dirección. Esta huída. Le dijeron que le tembló la mano antes de tocarla. A veces no sabe si vestir la hombría o ir desnuda; si la vista percibirá la diferencia. Esta maleta, hasta arriba de libros, de ases que nunca sacó de la manga, de sábanas manchadas por la pluma irreverente de las madrugadas. Ya no le interesa el si me has visto, no te acuerdes. Doblar o no doblar el vidrio opaco de sus desengaños. No encuentra una cuenta para poder hacer el jodido borrón que delimita el nuevo comienzo. Le dijeron que quiso mirarla y flojeó en el mínimo intento. Ojalá le cupiese entre sus bártulos una sentencia de vida. A veces, no sabe si vestir la muerte o ir desnuda; si alguien percibirá la descomunal diferencia. Va a tatuarse un símbolo ondulado sobre las venas, para recordar que en cierta época no fue del todo mayor. Cuando esté lejos, quizás cuente las horas de distancia. Sentarse o embestir el muro humano con el que se ha topado. Algo habrá que hacer mientras aquí se quede. Ya no se toma la molestia de recoger los platos rotos. Jamás imaginó que la tristeza del mundo fuese capaz de agigantar la suya propia. Le hace un hueco entre sus cosas al débil alcohol que le mengua la adversidad y le acrecenta el tufillo a artista desvaída que tantísimo le gusta. A veces, no sabe si adornarse la piel o darse por perdida; si ella misma percibirá la sutil diferencia. Se lleva la tierna enseñanza de no perder el tiempo a base de suicidios. Le pesaría menos la maleta si no pretendiese cargar con las treinta toneladas de recelo, las dos velas de siempre, los sesenta segundos que tarda en medir el perímetro de la boca contigua.


Esta partida, que tiene textura de bálsamo. Este momento. Le dijeron que él era un sinsentido. Menos mal que ha terminado de llenar la maleta. A veces, no sabe si ataviarse una compañía o irse sola. Si existe o no alguna diferencia.





Paula Sanz.

martes, 5 de enero de 2010

Anima nostra, ignavia sua.


1.

Los cobardes siempre aparecen a media tarde; es un hecho. Hay excepciones, claro está, pero las excepciones solo existen para confirmar la regla. Como los cobardes para crear las suyas propias. Durante aquella media tarde de principios de curso parecía que las reglas estaban dispuestas sobre la mesa –toda baraja se juega de acuerdo con un código establecido–. Sin embargo, todos sabemos que quienes se conocen de farol están abocados a la luz intermitente y, más tarde o más temprano, forzosamente extinta; es un hecho axiomático –qué excepción ni qué niño muerto–, como el de la media tarde.
Los cobardes tienden a manifestarse a través de su sentido del humor y del deber (el deber de encandilar, o el deber de hacerte ver que eres la vigesimoquinta a la que más se ha entregado, agraciada de ti entre todos los mortales si recuerda tu fecha de nacimiento), la ley de su gracia y la sinuosidad fascinante de su cuerpo. Que como una también sabe dónde, cuándo y cómo sacar partido del suyo pues como que está mal quejarse, ¿no?
Así, una nunca sabe cómo pero acaba devanándose la cabeza –un desván donde cogen polvo poemas de Benedetti, lenguas anglosajonas y demás trastos inservibles– en intentos de dar con lo que no tuvo, blandiendo refranes y urdiendo resarcimientos.

2.

Los cobardes siempre aparecen de madrugada; es un hecho. Hay excepciones, claro está, pero las excepciones solo existen para confirmar la regla. Como las madrugadas para dejar en entredicho el buen juicio de una. Y aquella madrugada de muy a principios de curso no había reglas más allá de la que medía las distancias –milimétricas– ni juicios más allá de los aproximativos: de madrugada uno nunca sabe como será el otro; no queda sino conjeturarse, esbozarse a mano alzada mutuamente. Sin embargo, todos sabemos que un hombre postulando a una mujer y viceversa no llegan juntos ni a la vuelta de la esquina; es un hecho matemático que no tiene vuelta de página, como el de la madrugada.
Los cobardes tienden a pedir caridad en cuanto se les reprende, a pasar de acuartelarse porque sí en la vida de una a escabullirse de ella con tanta frecuencia y naturalidad como se pasa de nublado a lluvioso, y, de manera especialmente llamativa, a dárselas de buenos cristianos. Que como el cristianismo de una tiene unas goteras del tamaño de archipiélagos pues como que está mal quejarse, ¿no?
Así, una confirma sus peores predicciones y se petrifica al contemplarse aguardando en vano la respuesta jamás mecanografiada o la explicación que él jamás pensó que le debería, acorralando furtivamente cada una de sus huellas, cerrándose con llave y pestillo y atrancando la puerta con los muebles.



Lo importante de todo esto es la ley que prevalece por encima de todas las leyes de la física: el oleaje cobarde siempre topará con el mismo malecón. Tras meses de darse el pésame a una misma por su integridad fallecida, de escuchar las insufribles súplicas de su orgullo agonizante, de cuantificar los catastróficos efectos con los que las riadas se han saldado en la región de los lacrimales, habrá llegado el momento. El cobarde tratará en vano de cuadrar sus espaldas y acuartelarse una última vez. Pero con educación, sabes, con porfavores, losientos y toda la parafernalia. Y en ese preciso instante una habrá decidido –y digo decidido porque muchas veces una ni siquiera es consciente de que está abriendo la boca para emitir sonidos concretos, nefastos por lo general– pronunciar, muy lentamente, casi sin creérselo del todo:
- Porque el mundo es injusto, chaval, pero, si me provocan, yo también sé jugarme la boca. Yo también sé besar.



paulasánchez & Joaquín Sabina acerca de y para Paula Sanz

lunes, 4 de enero de 2010

Paula Sánchez (por Paula Sanz).





Al pan, pan y al vino, vino, pero por favor, a Paula Sánchez dádle un poco de las dos cosas, que ya veréis qué artefacto deslumbrante construye en escasos minutos, y sin comerlo ni beberlo, yo a tí la hombría te la destrozo a taconazos, un febrero de deliciosamente inoportuna decepción, qué triste estar de paso y no servir más que de escarmiento. Si esto va de encadenar palabras, no me atrevería a señalar a mejor mujer.

Paula abre mucho los ojos cuando le digo que vamos a morirnos, y se le escapa un sonido, una queja interna, mientras noto cómo su figura sufre la metamorfosis de la cruz que ella y yo cargamos. Paula se pinta los ojos, los recorre desde arriba, los enmarca, los endulza, los determina, sonríe pequeño, se ríe grande, se enfunda cualquier cosa y ya parece sacada de La bohéme. Paula es exacta y comedida en sus pensamientos, nunca nada de lo que yo describa le hará justicia, conseguirá alcanzarla, aproximarse al baremo que propone humildemente, y contra el que todos, sinceramente, quedaríamos a la altura del betún.

Paula Sánchez tiene el mundo escrito por toda la frente, y sé que a veces, no se da cuenta. Sus manos girarán más allá de lo que muchas otras han hecho, su voz arreciará huracanes erizados, cuerpos pulverizados, caminantes desvalidos. Va a hacer del verbo vivir un gerundio perpetuo y admirado. Va a callar más bocas que el hambre. Es demasiado como para que nadie venga a intentar hacerla deleznable. Tiene, para siempre, cubierta la esplada con mis pasos.



Aquí todo mi orgullo y mi agradecimiento por compartir con ella este espacio, estas horas, estos gestos.


Paula Sanz.

sábado, 2 de enero de 2010

No desordenes mi taller.


Lo bueno de los tres primeros segundos al despertar es que tienes la mente en blanco. Puedes haber pasado la noche anterior reviviendo palabras cobardes, puedes ostentar un corazón tan resacoso como jamás emanó de alcohol ninguno (ni del más abrasivo, ni del más barato), y aun así los tres primeros instantes permanecerán desnudos de todo harapo emocional. Peregrinamente, a veces me acuerdo de ti por las mañanas: el espejo boquiabierto (quién te ha visto y quién te ve) firma el testimonio de mi cara cada vez más limpia y de mi moño, cuya improvisación es objeto de una meticulosidad creciente, cada vez más elevado.

¿Sabes cuando te quedas mirando tan fijamente un punto que al final dejas realmente de verlo y tienes que parpadear varias veces para volver a la realidad? ¿Y cuando te tiras una hora para leer un párrafo y al cabo de esta te das cuenta de que no te has enterado de una mísera palabra? A mí la expectación de un reencuentro me nubla la vista y las lecturas. Inescrutablemente (tanto que puede resultar aterrador), a veces me acuerdo de ti en almuerzos difícilmente adjetivables: dos entes a tientas (la experimentación del otro, cuando termina mal, siempre es demasiado reciente) mientras el queso filadelfia con pimienta, atún, nuez y vino de Oporto despiertan hasta el más milimétrico resquicio de las lenguas y un cappuccino mediocre corteja saudades de Francia.

Las lágrimas de un Madrid ceniciento fallecen respetando unas constantes insultantemente regulares bajo la fuerza implacable de los parabrisas. Yo echo cinco euros apresurados de gasolina como antaño. Tener el motor vacío recupera los charcos de un Madrid allende las cruces habituales. Un calvario para las ansias de ceguera e irresponsabilidad. A veces me acuerdo de ti a media tarde: las gotas de lluvia prometen una rutina que me niego ni a oler; las lágrimas resultan casi profanas si se enjuagan en una cadena de restaurantes.
Rien n'est jamais acquis à l'homme. Ni sa force ni sa faiblesse ni son cœur. Et quand il croit ouvrir ses bras, son ombre est celle d'une croix. Et quand il croit serrer son bonheur, il le broie. Sa vie est un étrange et douloureux divorce.

Desgraciadamente, a veces me acuerdo de ti a las tres y pico ante meridian: el tacto rugoso de los muslos aún patente en las palmas de las manos y el olor a pasas placenteramente ajeno que desprende la piel. Y que me amputen la memoria, que me dispongan virgen de todos tus vestigios, que me desvalijen entera y que con suerte no quede ni rastro de la desastrosa inevitabilidad de la carne, del obscenamente ininterrumpido horario de apertura de los sentidos, de la humanidad por defecto. Parece que el verbo escarmentar es como el reírse de uno mismo: que cuesta.
paulasánchez