martes, 5 de julio de 2011

A rush of blood to the head.


Estaba yo comiéndome un huevo cocido sentada en un banco de la calle Emilio Muñoz, cuando vino a hablarme. Tendría treinta años, un cuerpo nada compacto, poco apetecibles los labios, los ojos de un color que no era marrón. Se sentó de golpe, con furia, y tecleó un número como quien llama a la ambulancia. Yo seguía pasmada mirando a los traseúntes, con el huevo cocido a medias y restos de miga de yema entre los dedos. Estaba yo pensando en mis asuntos de aviones y continentes, del qué dirán y del qué diremos; estaba yo agonizando por el hecho de que el día cinco me iba a cambiar la vida, no se sabe bien hacia qué dirección. Resultó que nadie le respondió al teléfono y entonces se giró y me dijo ''oye''. Me dí un poco de susto y casi se me cae el huevo pero me dieron tanta pena sus ojos que no eran marrones, su tronco que no era bonito, su boca dañada, que tuve que contestar. ''Dime'', le dije, como si nos conociéramos o quizás como si nos diéramos igual. ''Me ha gritado que no me quiere. A la cara me lo ha gritado y luego me ha dicho que no le malinterprete, que también le gusto. Tiene problemas, problemas del alma si es que eso existe, y me tiene cosida el alma a mí a cicatrices, como quien hace punto de cruz'', me soltó. Se me ocurrió ofrecerle mi manzana, pues yo, en el fondo, no me la iba a comer porque no me gusta nada, pero a la gente le gustan las manzanas, la gente es así. Me negó educadamente con la cabeza y siguió hablando. ''Nosotros nos queremos y nos odiamos a partes iguales, solo que yo siempre he querido más y él nunca ha odiado correctamente. Somos como dos desequilibrados tirándose mutuamente del brazo, intentando hacerse caer al vacío. Así dicho suena triste, suena mal, pero luego también tiene su lado bueno''. ''¿Cuál?'' le pregunté yo, después de tragar un mordisco de huevo. No veía ningún lado bueno en su historia. ''A veces, cuando se ríe, es como si la felicidad fuera mía, como si la compartiera conmigo desde la esquina inacabada de su sonrisa. A veces, si nos tocamos, el huracán lleva nuestro nombre. Eso es inusual, es valioso. A veces noto que realmente me asimila, que me siente. Sí, eso es.'', explicó. Antes de poder yo decir nada, volvió a marcar en el móvil y respiró profundo. Se le erizó el vello de la nuca cuando sonó una voz -la voz de aquel hombre que no sabía quererla y que la estaba rompiendo-, se levantó rápidamente y se puso a caminar calle arriba sin mirarme más.

Estaba yo terminando mi huevo cocido sentada en un banco de la calle Emilio Muñoz, pensando en mis asuntos de aviones y continentes, del qué dirán y del qué haremos; estaba yo agradeciendo el hecho de saber que tú no eres un veneno suave en mi vida, que no me obstruyes, que no me descalabras. Estaba yo agonizando porque se me iba a desviar la vida en un par de semanas. Estaba segura, sin embargo, de que mi historia sí que tenía lados buenos y pocas manzanas. 


Paula Sanz.