miércoles, 24 de febrero de 2010

lunes, 22 de febrero de 2010

La anáfora de los cuerpos cuando jóvenes -y, por ende, profusos-.


Hoy no escribe Paula Sánchez. Enarbola el florete de la palabra el hartazgo del caviar de metáforas cuando estas seducen al paladar de un comensal concurrido: el frenesí de emigrar del pronombre numeral cardinal Uno al derecho a emplear el adjetivo Mutuo. Tanto rococó para tan poco retablo, hay que joderse. A una le aburre soberanamente que las credenciales de un hombre sean siempre y en todo lugar tinta corrosiva sobre el papel de estaño que envuelve a la mujer. Que la naturaleza parezca haber establecido que el curso de un cuello con nuez riegue de hiel el carmín en que desemboca las noches de sábado. Paula Sánchez está cansada de hablar de amor.
Tampoco acusa hoy, la susodicha. No está el horno para bollos, la pluma para sonetos, la puta para remilgos. Ha clavado la daga que antes se hendía en recuerdos de otros en la tierra áspera a los pies de un hábito demasiado consciente de sí mismo. Como quien entierra un hacha de guerra, vaya, pero a medias. Por suerte o por desgracia, sabe que más tarde o más temprano querrá regresar a quitarle el polvo y no es menester ensuciarse las manos, que aquí somos todas señoritas hasta que se demuestre lo contrario. Paula Sánchez está francamente cansada de recitar a Aristóteles para luego resultar el vivo retrato de la plebe que este tachaba de inútil de tanto dejarse llevar por sus pasiones.
Paula Sánchez se siente tan gilipollas cuando salen de su boca Querer y demás verbos infecundos como cuando pasa más de diez minutos mirándose al espejo. Porque los cuerpos que funden en el abrazo de zafiros y tules su retórica (el de hiedra mustia su uso de razón) son tan doctos en afecto como ella pródiga en libido. Paula Sánchez está profundamente cansada de asistir a esta descoordinación de objetivos en la mesa de negociaciones que tiene por corazón.
La cordialidad incivil de las efusividades imberbes, cuando efusivo solo califica desajustes e imberbes atenúa las condenas, sabe igual de agrio que contenerse firmando Atentamente en lugar de Hasta nunca. Así que como una se hastía de tanto regar con vino blanco sus jardines de Babilonia particulares, esos donde de los cipreses solo quedan las cenizas, y de tanto sacarle lustro al lienzo para que el público solo cante las loas del marco, vamos a darnos un respiro. Vamos a oprimir los corazones que sienten junto a la alborada, con permiso de Lorca, y a quitarle a Neruda el gusto por los silencios de su amante ausente. Por la cuenta que nos trae.

lunes, 15 de febrero de 2010

Érase una vez la dignidad, pero tuve que matarla.


Voy a hacer de la soledad un eufemismo de bébete-el-vino-y-cierra-la-boca. Como una de esas historias españolas, que lo echan todo a perder, me han dejado en la estacada, me han rozado el muslo ansiosas manos en mitad del barrio de la Latina y si se supiera la densa trayectoria de mi esqueleto roído y desesperado, si se contaran todas las dagas que penden sobre mi cabeza, nadie querría una proximidad conmigo. A mí no me hace falta salvación ninguna, recomendaciones de guarde-usted-la-distancia-que-luego-llorar-cuesta, reproches entre línea y línea. Lo que me hace falta es un pedazo de mármol sobre el que cincelar la violación de mi armonía. Chillar y luego prestarle luto al silencio. Me da asco lo que estoy viendo, lo que se me está mostrando, y no quiero a este humano empeorado, a estos gestos egoístas, a mí misma aplastada por los dictámenes de quienes no me escuchan y no comprenden que aquí cada uno barre para casa, la primera yo. Se han encarecido las máscaras del saber estar. Si ahora solo nos costeamos las de fulanas sin escrúpulos- y quizá no debería pluralizar- pues buenas noches, vayan pasando al sórdido testimonio de mis dedos. ¿Dónde se exorcizan mis indecisiones? Que esto ya se etiqueta como ''sinvivir'', como berenjenal al cuadrado, y gracias por su visita, vuelva pronto a por más melodrama.

Parecía sencillo erizar el vello con pulso candente, parecía facilísimo tirar y aflojar dos cuerdas a la vez, pero mira tú por dónde, ahora pongo el grito justo encima del cielo y no basta para cubrirme la locura (o la flaqueza, según se mire). Pero no necesito que me regalen los oídos, y menos que lo haga una raza que me ha matado la esperanza, que me defrauda, que nunca será mejor de lo que fue cuando aún merecía la pena ser un hombre o ser una mujer. La cura de humildad ya me la dí muchas veces. La de espanto jamás resulta ser suficiente. Dejádme en mitad de la guerra, de verdad. Y vuelva usted mañana, que hoy ya me han contaminado la sangre lo justo. No me quedan letras que aporrear, clavos que desclavar, espinas que ponerle a mi corona. Puedo hasta hacer trenzas con los cabos sueltos de hoy, de ayer, de un tiempo a esta parte. Hacen aguas mis principios. Se me desvían las preferencias. Me araña escuchar que lo estoy haciendo todo al revés, pero que no, que no, que tú tranquila. De una manera extraña, algo se me desprende desde el centro innombrable del ser. Cae en picado hasta mi sombra, se rinde, se acurruca, me pide que lo deje estar. ¿Dónde se encuentra la salida para los que no queremos salir? Tensar la dignidad demasiado solo acaba por romperla, y yo voy detrás, sin estructura, hecha vaivén enfermizo, desbaratada, cayendo al hoyo con todos los bártulos insufribles, cayéndome conmigo misma, fantástica la pared lisa que tiene este abismo.Y usted no se preocupe, que mañana le contamos otra de esta idiota y de sus ranas.





Paula Sanz.

sábado, 13 de febrero de 2010

Start-Restart-Undo.

Ese hombre se pierde,
ese hombre está vencido,
pero yo me quedo
aún al lado del camino
estrecho de la poesía,
que requiere de tacto estrecho,
estrechas piernas,
estrecha calma.

Y no es verdad
que somos descarnados,
que nos hemos des-conocido.
Palpo la maravilla
del ánimo,
de piel calcinada por piel,
de la grandiosidad de quien
sabe lo que labra.

La soledad no es esto.
Y ese hombre grapado
a un terror sin vértebras,
ese flujo de venas trastornado,
se pierde,
(del todo)
mientras mi elogio
se prende,
(en todo)
de los que procuran
encontrar trozos y entrañas,
coraje,
vernáculas palabras
desplegadas sobre vidas
formidables, perfiladas.


Paula Sanz.

martes, 9 de febrero de 2010

Sono umana situazioni quei momenti fra di noi.


Debería ir saliendo. De esta espiral drogadicta y copulada entre mis dedos, de estos enredos y este coger con cuchara sopera el licor de mis malas ideas (como callarme la boca, como decir que sí, que vale; como reír las gracias para matar el tiempo perdido sin tí). Debería dejar atrás el tenebroso acto de leer epitafios. El éxtasis de mentira que me preparo noche sí, noche también, y el absurdo ¿dónde estás cuando deberías?. Y por qué falta velocidad en algo que no hace más que girar cual peonza endiablada y molesta. Yo soy de las de las cosas claras, y el chocolate espeso. Soy más de mí que de tí, también. Si tengo que salir de la mina de cuarzo de tu espalda, limpiarme la cara ennegecida y fingir ser muñeca de porcelana -nada mejor que parecer frágil para que quieran sacarte brillo- puedo hacerlo. Ya no tengo la ocurrencia de cerrar las puertas cuando lo que queda detrás de ellas no me place; ahora las entreabro, sugerente, y me pongo a bailar un por-si-acaso como una idiota. Debería urgar para sacarme la bala, que no la encuentro. Debería aplacar la mordacidad de lo que digo cuando lo que me pasa es tan sumamente delicado que me da hasta grima. Darme una de cal viva y otra de arena áspera. Y pasa que ahora, las luces de neón ya solo me sugieren la vulgaridad por excelencia, se me ha atragantado el lirismo; Melosidad, quién te ha visto y quién te ve. Que alguien le baje la cremallera a la indolencia de tus labios; si no los prestas, me entran ganas de hacer la gamberrada y salir corriendo. Corriendo de tus pantalones. Y si salgo de esta, y si esquivo los vientos que te nombran, y si vuelvo a poder pronunciar suavidad sin que suene cateto, entonces prometo sentarme frente a frente contigo y obligarte a jurar que si tú te largas, vas a dejarme, libre, en la cuneta.
Paula Sanz.

lunes, 8 de febrero de 2010

L'amour selon l'art naïf.


El amor es una amalgama de sábanas blancas y mantas ocres arrugadas en torno al mediodía del lecho. La borrasca que constituye la ropa de cama tacha su convenida existencia (el ir vestido siempre fue una convención) de prescindible bajo el peso de una rodilla flexionada de mujer de raza aria. La desnudez serena de la mujer y su contorno sinuoso (la sonrisa convexa de sus hombros, la media luna de sus muslos, el arco sin flechas de sus tobillos) dibujan un horizonte irregular de dunas sobre el fondo blanco de la pared. Este Sahara de carnes (oasis para el tacto) se apoya solo de un costado, encoge un brazo cuyo fin se esconde bajo la almohada y extiende otro como un puente tendido a lo ancho del colchón cuyo dedo índice mesa los rizos color latón de un corte de pelo à la garçon. Dos únicos granos de pimienta negra sazonan su cuerpo de loza blanca: su ombligo y su pubis; ella tan bella y tan humana que arrancaría las lágrimas del ciego.
El impudor espolvoreado con polvos de talco y azúcar glas yace regalándose a la vista de un burócrata sentado en la esquina sudoeste (si tomamos como norte la almohada de bordes sinuosos) del cuadrilátero de muelles que el ser humano ha convenido utilizar (el follar en la cama siempre fue una convención) para sus incendios. Hacia él alza ligeramente su cabeza de porcelana, con un aire incierto, interrogante, desordenado que exige el deletreo de la presencia del retrato de hombre en sepia. Una espalda que lleva el concepto de rectitud a la extenuación (y provoca la estupefacción de la mullida invitación del lecho) percha una camisa impolutamente blanca bajo el amparo de una americana negra sobriamente adornada por cuatro botones negros que un tronco uniforme conecta artificialmente con una pierna angulada bajo el muslo vestido de unos pantalones café con leche que una plancha ha tersado a conciencia. Una pajarita bronce ahoga la integridad de un cuello que se advierte digno y se resulta absurdo. El alambre oxidado de un par de gafas anémicas regala bostezos a un perfil donde una nariz ganchuda, unas orejas magnánimas y un mentón tímido encierran en su correccional a unos labios interesantemente entreabiertos y unos ojitos ávidos de contemplar. La contradicción entre el ensimismamiento de la vista y el estatismo de los cimientos confluyen en la tierra de nadie de la flaca naturaleza humana, que parece querer retirarse de la contienda, como si se le hubiera regalado la Luna y no supiera qué hacer con ella.
El hombre mantiene a buen recaudo una mano posada sobre su propia rodilla (la naturalidad de la maja desnuda se carcajea). La otra, en cambio, asiste incrédula al alarde de valentía temblorosa que despliega su aventurero dedo índice, a escasos centímetros de la cara interna de un muslo de mujer.

El amor es una venus descolocada por un burócrata de escayola que no la osa rozar.

martes, 2 de febrero de 2010

Pools of sorrow, waves of joy.



''Y si no puedes sobrevivir en este mundo, mejor será que te construyas uno propio.''
(J. Winterson)



Hasta que no te lo oiga decir:
-que no, que no-
voy a estar merodeando la vacuidad,
en donde borbotean las rarezas de una raza
que sé que no es como la mía,
es más punzante,
y yo, que nací de úlcera y guerra,
ya tengo bastante con mis renglones torcidos.

No sé bien por qué, pero echo
de menos otras manos
y de más la voz que las acompaña.
Será verdad eso que dicen
sobre mi desvergüenza y tu imposibilidad.

Lejos de ser merecedora del amor
de quien no acierta a describirme como errónea,
soy la mayor meretriz
de la mayor historia de infames
curtidos al sol de la envergadura de la autocomplacencia.

Sigo de largo,
con esa cara difícil que llevan las mujeres
cuando saben que caminan solas,
naturalmente siendo néctar,
mal coagulada yo, que en tí embarranco.

Me siento en carne viva,
como quien finalmente descubre
que ha actuado en legítima imprudencia.




Paula Sanz.


lunes, 1 de febrero de 2010

En scandant notre "Ça ira" contre les vieux, les mous, les gras.


Hace tiempo que no me sentía tan diferente de nadie como de ti.
Pareces haber llegado al andén sin aliento y haber dejado detenerse tu dedo índice en un destino al azar, pareces haber decidido que sí, que te valía -¡sin siquiera haberte parado a aprehender su nombre!- y haberte agarrado al ultimo vagón de un tren que ha pasado de repente. Yo, por mi parte, camino convencida hacia un manantial que se vislumbra a lo lejos. Sin embargo, todos sabemos que uno a veces tiene tanta sed que el cuerpo está convencido de lo que en realidad jamás existió, y a mí me da miedo que la felicidad que creo ver bajo unas formas completamente definidas no llegue nunca porque esta no sea más que un espejismo.
El ímpetu de tus raíles y mis desiertos indemnes chocan por naturaleza y aunque pueden dar la impresión de compartir caminos, en realidad no hacen sino redundar en bifurcaciones: donde tú ves victorias, yo veo rendiciones; tus frecuencias son mis nuncas; tus lecciones, mi escepticismo; tus errores, mis juicios; mis lacras, tus silencios; y un largo etcétera que da miedo calificar de largo de puro cierto.

Hace tiempo que no me sentía tan igual a nadie como a ti.
No hace falta brindarte las llaves nuevas porque empiezo a saberme tus entresijos de memoria ni hacerle la reverencia a mis primicias por tres cuartos de lo mismo. He terminado cogiendo la fea costumbre de dar por sentado el ébano del adelantarse la una a la otra y la naturalidad de los silencios, habituándome al balanceo de las sinestesias que nos equilibramos: tus días insípidos por mis manos azul cian, tus arrojos morenos por mi resignación vertiginosamente rauda. A día de hoy encuentro un extravagante placer en el conjunto de elementos que componen la amargura del día después: las botellas vacías, el repaso de la noche a golpe de café, los sonetos. No concibo esta jodida ciudad –me da hasta reparo ponerle el jodida delante– sin el aprendizaje común de palabras que identifico como nuestras cada vez que las usamos, dar rienda a suelta a mi imaginación cada vez que tengo que llamarte, compartir cama, rímel y aceite de oliva, por no abrirle la puerta a la eterna retahíla de frases terminadas mutuamente, las dichas al unísono, las que no hizo falta ni pronunciar.
Tengo los pelos como escarpias de tanto compartir idiosincrasia.

Para serte franca, estoy viendo que voy a cojear de un pie, pero que, como siempre, voy a saber disimular mis cojeras. Voy a ir timbrando las vías del tram, las cuestas de Carlone, las playas de guijarros, los adoquines del Vieux Nice y los escalones todavía hoy cubiertos de plástico de un hall con olor a pintura con una sentencia de huella y un pespunte de otra. Pies para qué os quiero, si la ausencia de los tuyos va a cincelar fallas ante la presencia descalza de los míos, si no van a taconear juntos Jean Medecin, si voy a tener que ir con los de plomo ahora que no vas a estar para barrer mis despropósitos (el serrín de mis propósitos), si no tenerte aquí teniéndonos en pie por no tener no tiene ni pies, ni cabeza.