viernes, 28 de agosto de 2009

She who dwells


Es tarde, de verdad, en muchos sentidos, pero aquí estoy, de pronto, y sin nada mejor que un puñado de angustias espolvoreadas de milagros. Y lo digo mal y pronto, pero lo digo, porque esto es para no callar. Y lo digo, en bajo, por si es muy tarde, por si es quizá temprano y a tiempo. Por si acaso. Porque estoy multiplicando las palabras tiempo, tarde y pronto para ver si así acelero el ritmo, el que debería desprenderse de su lentitud venenosa.

Estamos a la deriva.

Por lo mismo algunos; por todo, todos. Porque nos hemos perdido por un camino que ni siquiera era el nuestro, porque la maldita frondosidad del hueco que dejas nos aniquila pausadamente, porque la espera cansa y cansa desde el centro de los huesos, porque los que estamos deberíamos no estar, o estar contigo. No hay aguas mansas de aquí a muy lejos, y nos faltan brazos de apoyo. Se hunde esta flota por exceso de paredes agujereadas.


Esta boca es la nuestra
.

La de los que aguardan sin expectativas pero con la esperanza hecha delgados hilos. La de las que no saben cómo explicar la desazón, el sacarse de quicio a uno mismo, la realidad demasiado palpable y demasiado fea. Esta boca es la de los que podemos seguir y seguiremos, pero no hacemos más que mirar hacia atrás y cimentar nuestros pasos sobre la reminiscencia. Estas bocas no suplicarán nunca, porque se contraen ante el
qué dirán, pero se susurrarán entre ellas todo el miedo que invade a golpetazos. A puñalada limpia.

Ojalá llegue la vida para siempre.
Ojalá el final, esta vez, sea el correcto.

Ojalá los que ahora son el horizonte más allá de nuestros ojos, entiendan lo que he querido decir.
Aunque lo haya dicho mal y pronto.





Paula Sanz.

martes, 25 de agosto de 2009

Fuck the reasons


[What is]

La conjugación del olvido, otra vez. Las arrugas que marcan el contorno de mis ojos de veinte años cuando me río con fuerza. Mis manos pequeñas, mis nudillos perfectos. Los surcos en mi palma izquierda que no me auguran un futuro muy claro. Las cicatrices en mis labios. Sí, cicatrices. Yo. Vivir en los pronombres. La música demasiado alta. Los kilómetros. La luz que se agota cada vez más pronto. Las noches con la pendiente excesivamente acusada. El no entender para qué tanto retorno. El roto de la ausencia, como antes. El descosido de mis piernas, las cuerdas violáceas que me amarran cada día a una balsa hecha por mí. La libertad para callarse la boca. El refugio de tus palabras siempre. La superficie desigual de mis uñas. El gesto casi elegante de mi clavícula. Nuestras pupilas pertenecientes a la misma raza: la de la audacia y la inclemencia. El gesto abandonado con que me dices que no merece la pena. Mereces la pena. La nota más aguda de Joaquín Sabina colgando de mis comisuras. Ser capaz de invocar el abismo cuando quiera. Cerrar los ojos, cien deprisa, cincuenta despacio, y que estés. El humo como pulseras de aire que me trago voluntariamente. Mis hombros cuando saben a sal. Un puzzle que no termina de encajar porque me empeño en astillar las piezas cuando me pongo nerviosa. El escepticismo floreciendo. Recurrir a lo físico para ver si se me pasa. Tender mil años de palabra y que eso te convenza. Mañana no será lo que Dios quiera. Yo decido, yo elijo.


[What will never be]

Él. Nosotros.
¿Tú?





Paula Sanz.

jueves, 20 de agosto de 2009

No, darling.


La pura pluralidad de todo

no tendría más sentido si estuvieras aquí.

Y ya puedo hablar,

de hecho,

para infundir coraje en los corazones de otros,

cuando tratan a la vida

como si fuera algo.


No necesito inventarme lo más elevado,

desmembrarlo en su lucha,

ayunarlo en su ego,

para que se quede en mi compañía.


No voy a perforar con mi lenguaje

el absurdo borrón de tu abandono.


La soledad, como pena, no existe

(cómo va a existir si tengo en mí una humanidad entera).




Paula Sanz.

You and Me (the bottle makes three)


Suena Ray LaMontagne de fondo,
muy de fondo,

y ella mira el vaso ahogado de vino a medias (y no es bueno vino, y lo sabe, porque no hay un surco sedoso y denso en la copa), y luego mira la mesa dispuesta para dos (y está bien dispuesta, y lo sabe, simplemente). Merodea por el salón aún por habitar, y ve las estanterías que tanto le ha costado montar por la tarde, las dos hileras de libros (y son buenos libros, y lo sabe, porque sabe mucho) que ha limpiado y colocado para él. Porque a lo mejor le quiere un poco. Porque por qué no (por qué sí, entonces?).

Él entra por la puerta que aún no tiene puerta, que es solo un quicio recién encajado, bonito, de madera de miel. Se sientan a la mesa y se comen cualquier cosa (y no es buena comida, y lo sabe, porque ya es tarde para cocinar), pero sobre todo, se están riendo, mucho, como locos, como debería ser. Entre tanto jaleo de dos, ella se reclina en la silla y le mira, le mira mover los labios y peinarse (despeinarse) el pelo corto, le contempla en su relato, en lo que sea que está diciendo.

Y entonces casi llora.

Hay algo-en todo el eco de esa casa nueva, en la comodidad que le reporta estar a su lado- masoquista y malvado. Pende sobre la cabeza de ella la sombra del pasado de él. Y lo nota, nota cómo esa cena no es quizá para ella, no se lo cree, pero es posible, es posible que él no, que no vaya nunca a considerarla como la única y la verdadera. Que él será de otra, como ella lo es de él. Sonríe porque no quiere que su cara la traicione ( I could make a career of being blue), sonríe mientras agarra el tenedor, pincha, come, mastica y traga (I could dress in black and read Camus). Se limpia con la servilleta de papel (smoke clove cigarettes), bebe un trago del vino, que a estas alturas está repugnante (and drink vermouth), mira el plato, lo mira a él (that would be a scream...).

- Me tengo que ir ya. Si no, veo que al final duermo aquí.-
(...but I don't want to get over you)


Él no intenta evitarlo, y eso es como un martillazo en el vientre. Se dicen adiós. Es complicado el beso de despedida (y es un buen beso, y lo sabe, porque nunca le han dado uno así), es complicado bajar las escaleras, agarrarse al pasamanos, coordinar los pies y sujetar el agua de los ojos. El aire de la calle le azota la mejilla, y hasta eso es complicado. Le entra una náusea. Vomita la cena.

Y da igual.
Al fin y al cabo, no era para ella.


Paula Sanz.





Y así vas caminando sangre adentro,
sangre hacia arriba, hacia el primer encuentro,

sangre hacia ayer en la memoria mía.

[Luis Rosales]

martes, 18 de agosto de 2009


Las palabras que siguen a continuación se concibieron encadenadas con el objetivo de rendir un sonoro homenaje. Cobrarán sentido única y exclusivamente si consiguen representar fielmente al original. Así, dado que Gonçalo se levanta con la música sonando baixinho en los cascos, se va a duchar y enciende la radio, se mete en el coche y pone la música, y así sucesivamente, quien quiera leer esta entrada está obligado a abrir Spotify y darle a Parachutes, de Pearl Jam. Insisto. Quien no se vea presto a seguir estas instrucciones, es imprescindible que deje de leer.




Gonçalo es una abstracción de humanidad.
Se ensambla en la memoria desordenadamente
en un todo complejo
y permanece en ella a modo de collage.
Las imágenes de Gonçalo se suceden por asociación de momentos,
sus frases se atropellan formando pilas de palabras impregnadas
de la cadencia portuguesa,
tengo instalados sus silencios (cómplices sabios pacientes)
color café
como
remansos de dicha entre mis torrentes internos de desasosiego.

Para torrente, lo dolido y lo confeso
en el último momento.
Para torrente, el afán de entrega que apenas sí cabe en su figura
exigua, casi
espiritosa.
Cómo es posible dar tanto
con las manos tan consumidas y apolilladas por el olor a tabaco.
Cómo es posible acusar tanto
-entre punzada y punzada de mirar hastiado-
la carencia de estímulo, la piedra bajo las suelas cuando esta
asfalta la vida.

Inventamos banderas para izarlas entre todos
y esperamos que las personas se icen solas.
Gonçalo se dice en proceso de izado independiente
pero la independencia no escuece:
acuchilla.
La bandera de Gonçalo –en jirones de unicidad–
ondea por días al ritmo que le imprimen
su condición de bohemio de Baixa portuense
–y su consciencia de la misma–,
el pesimismo de la juventud amedrentada:
los estragos que razón y corazón dejan tras sus contiendas,
y los vientos que alientan el fluir del Duero hacia el
Atlántico.

Queda Porto salpicado de colillas de Gonçalo
(fuma en tanta cantidad y con
tanta naturalidad
como se regala a dos desconocidas);
queda Madrid desprovisto de él
(queda Madrid enfermo, por tanto, de un vacío abisal);
queda Paula revolucionariamente mudada
(queda Paula con las ganas de hacerle reír);
queda Gonçalo como baremo del valor de las personas:
en comparación con él…;
queda el día a día todavía más mediocre.


Cuántas jodidas saudades de ti.



paulasánchez

lunes, 17 de agosto de 2009

Woman on the verge.

Sin querer, he ido cegándome ante otros, porque ver implica un esfuerzo que yo no siempre estoy dispuesta a hacer. Me he invalidado para esquivar con ayuda los obstáculos, y así no herirme en soledad las manos, como otras veces, como de un tiempo a esta parte. Sin querer, me he silenciado como mujer y como cuerpo, y el eco de la nada ha rebotado sin parar sobre mi espalda. No sé cómo, pero he eludido la carcoma inevitable, y he hecho de mi amor un terreno ríspido y envenenado. Y no paro de preguntarme de qué estoy hecha, si me he acomodado en la penumbra sin esfuerzo y sin intención; de qué manera hay que ser para erguir un torreón tan sumamente endeble.

Por buscarme en la ignorancia un refugio absurdo, cuando he abierto los ojos he notado el final de un riesgo que hubiese sido maravilloso, de un hallazgo y una alegría que me habrían secado de un soplo los restos de mis lamentos. He visto tu figura de espaldas, dios mío, y de qué forma tan real me han respondido las piernas. Has de saber que sé correr deprisa, y he empezado, un poco, quitándome el letargo de encima, arrancándome las vendas de las retinas, soltándome al aire y dejando vivir a mis dedos, a la punta de cada nervio dolorido y derramando cada frasco de miserias que nunca acaba de agotarse. Pero qué hacer si no te has dado la vuelta y yo he frenado, las lágrimas pesadas, y las uñas devorándome las palmas de las manos, y los labios agrietados en sangre de tu nombre. Qué pelear entonces, si el pasado no hace más que amontonarse y el futuro te lo has guardado en el bolsillo.


No quiero nunca más que sea demasiado tarde.
Ahora voy a vivir adrede.




Paula Sanz.

Razón de ser y un intermedio de Lorca.

La Dignidad Perdida es un experimento literario, un contorno que surge de dos manos (de dos manos, de dos cuerpos, de dos voces, pero de un mismo nombre). Pretendemos crear un conjunto de pequeños momentos, transmitir la furia (el pudor) ante el reto de la página en blanco, la electricidad de sentirnos vivas (muchas veces, mucho tiempo). Declaramos una guerra sin cuartel a la censura. No queremos esconder ni las torpezas ni los deslices (los suyos, los nuestros). Desmentimos que una imagen vale más que mil palabras si estas se engarzan debidamente. Por eso, recorreremos con ellas cada rincón ácido, cada contacto floreado, cada música, cada derrumbe de versos construidos a golpe de dignidad, o, seamos sinceros, a golpe de la pérdida de esta «en cualquier parte». Elevaremos, así, el velo que cubre nuestras manos y el silencio que descansa sobre la tinta; encenderemos los ojos acallados y las historias débiles que permanecen aún en el desván. Desván donde el polvo viejo congrega estatuas y musgos, cajas que guardan silencio de cangrejos devorados en el sitio donde el sueño tropezaba con su realidad.
Allí nuestros pequeños ojos.

Paula y Paula.