lunes, 28 de enero de 2013

It takes everything in me.


Queremos vivir como árboles,
sicomoros resplandecientes en el aire sulfúrico,
cubiertos de cicatrices y aún floreciendo exuberantes,
nuestra pasión animal enraizada en la ciudad
-Adrienne Rich-

Una de dos: o se es libre o no.

Algo me dice que este festín visceral entre mi tormento y mi humanidad no puede significar que soy libre. De hecho, ahora que me fijo, tengo los grilletes en los tobillos, las muñecas costrosas, los talones cuarteados. Sí, creo que no soy libre. Corregidme si me equivoco. Hay muchas maneras de no serlo, como por ejemplo, mirar a la vida de reojo y decirle oye, pero a dónde mierdas vas, que te estás equivocando de dirección. Y la vida ni te mira, y tú no te tiras encima para frenarla, y la vida sigue y sigue mal, porque de haber sido libre, las cadenas no te hubiesen impedido ir a por ella. Corregidme si me equivoco.

Sé que no soy la única así, y en este ínfimo refugio, hallo un amarillento pero sincero consuelo.

Si yo fuera libre, cortaría todos los inviernos de mi carne y elegiría abrazar para siempre al mismo hombre que ahora apenas abrazo, y para siempre significaría lo que a nosotros nos diese la gana, y ya no habría jaulas de pánico ni afinados silencios de distancia. Mi cuerpo alcanzaría su máximo potencial conmovido por el suave tránsito de las pieles, su máxima explosión  de tonos violáceos y tonos marinos bajo los dedos del mismo hombre, y mi voz sería la mejor de mis voces, y el calor entre nosotros estaría limpio. Latiríamos juntos sin palabras, fulminados y vibrantes, juntos, juntísimos.

Sé que no soy la única así, y en este ínfimo refugio, hallo un acuoso pero consciente consuelo.

En mi no-libertad también estoy tratando de abandonar la cárcel del pasado. No me presta, pero lo acepto, ese cúmulo de vaho en mi cerebro que lleva el nombre de sus otras mujeres; esos besos antiguos, esos amores que ha hecho. Supongo que yo también he acariciado otras caras y he arqueado los pies con toda mi inercia. Pero su pasado me despelleja en la medida en la que lo desconozco. Y ese hecho recae sobre mí como un velo de funeral, me tatúa, me vuelve sidosa, corregidme, cancerígena, hemofílica, terminal, pero es que no me equivoco. 

Sé que no soy la única así, y en este ínfimo refugio, hallo un turbio pero sano consuelo.

No sé cómo ni cuándo intercambié mi voluntad por largos días adultos, donde la gente sin gestos solo calcula el precio de todos los objetos brillantes y grandes. Tiene que existir una mejor versión de las cosas. Tiene que poder ser, que la felicidad que encuentran dos personas juntas no se vea minada por terceros. 

Sé que no soy la única así, y en este ínfimo refugio, hallo un sensato consuelo.
Pero una de dos: o escapas o sucumbes a ello.


Paula Sanz
Boston, enero 2013