martes, 29 de diciembre de 2009

Sipping wine (killing time).



Me he descalzado los pies desnudos, como hacía tiempo que no, y me he vendido, de cualquier forma, a una esquina atiborrada de nadie, a darle caladas a un cigarro maldito que más que allanarme las horas, va a fundirme el raciocinio.
(Ya he visto que no vienes, que te vas).

Me estoy convenciendo de que me importa un pimiento, o algo menos ligerito, y multiplico las copas vacías con las pestañas disfrazadas de no sé qué pigmento, como si andar a ponerme guapa fuese a iluminarte la decencia.
(Ya sé que no te valgo, que te cuesto).

Me desahogo con la levedad de mi pulsera, podría romperla, hacer ruido o hacer algo mejor que estar contemplando sombras chinescas en la espalda que me estás dando, sobre la que yo, y perdona que te diga, estaría dispuesta a construir hogueras de supervivencia.
(Ya he oído tu silencio, tu desquite).

Me parece que me estoy emborrachando como una loca teñida de magia transparente y afónica, soy un escaparate artísticolamentable, y vale que no sepa encontrar los márgenes de las aventuras ni el algodón caprichoso que necesitas, pero sé hacer un verso casi de cualquier cosa.
(Ya veo que no te inmutas, que te vas a callar).

Me canso de tanto hacerme compañía y pretendo ponerme de pie en esta noche o lo que sea, la integridad por lo menos no la tengo discapacitada, y voy a dibujar en el espejo del baño el esperpento más bonito que nunca nadie haya observado.
(Ya me he dado cuenta, ya no hables).

03:45, madrugada mal formada, mal enfocada, mal bebida, mal contada, mal sentida, mal herida, mal encarada.
(Ya puedo yo sola, ya me voy yo también).




Paula Sanz.

jueves, 24 de diciembre de 2009

Error nº 7546




De errado parecía plausible
el dos-más-dos que pregoné.
Me consumo en baratijas
de dama terrible,
y verás,
estoy a un trago de enloquecer.

La fachada enternecida que visto
tiene algo de lástima y de carmín.
He pasado por tantas manos
y sin embargo,
asumo la manía de mirarte vivir.

Qué ciego aquel que no se atreve
a sellar con los ojos el placer.
Qué tonta yo por despertarme
con el cuerpo recubierto de hiel.

No he sabido explicarme,
pero pienso
que la penumbra de mi rostro
hizo lo que tenía que hacer.
No he sabido,
pero pienso
que me merezco una catarsis,
que ya no voy a tocarte,
que no he sido un apócope de mujer.




Paula Sanz.

miércoles, 16 de diciembre de 2009

Questa Storia.



Con qué cara de pasmado vas a mirarme, hombre, cuando la altura de mi tacón amenace tu equilibrio cósmico (si aún existen hombres, y si tú te dejas impresionar por mi talla de mentira).
Cómo hacer para quitarme Italia de los oídos, sus ma pensa!, davvero?, va fa'n culo; cómo recomponerme y sacar la compostura de debajo de las sábanas, plancharla un poquito, enfundármela, sacudirle el olor italiano, y que parezca nueva (si es que Italia es prescindible y si es que tú no vas a notar que se ha trastocado su esencia. Si es que su esencia se ha trastocado realmente). Qué puedo hacer yo si verte sonreír de esa manera tan antigua, tan de hace tiempo, me despierta la euforia (si es que 'euforia' aquí no significa algo más romántico). Qué hago, de verdad, qué hago con el barullo de condicionales, de hipótesis, de límites tendiendo a cero, a infinito, a aquí, a América, a la misma tontería de siempre (si se le puede colgar una etiqueta al cataclismo psicológico que me precede).

Con qué responsabilidad vas a asumir tus actos pasados, hombre, al verme aparecer con la sangre tiritando y los ojos como platos (si es que aquí alguien se digna a hacerle frente a la vida). Cómo no pretender que podría bailar Van Morrison con cualquiera, que podría suspirar con cualquiera, que podría con cualquiera (si es que yo aún tengo la capacidad de articularme y de responder ante tu estímulo). En qué parte de questa storia he perdido los papeles, las excusas, el cambio para comprarle a otro su café (si es que tuve papeles en algún momento y si un café hoy se intercambia por un beso).

¿De dónde vas a sacar las fuerzas para abrazarme, hombre: del alma o de la convención social del contacto insufrible? (si es que un saludo puede volverse táctil en los tiempo que corren). Qué hago con los hilos que aún no he atado, con las ideas que me sobran, con las cenas a las que no asistí por aprensión; no hay manera de reescribirme para corregir el inoportuno error de tu perfección (si es que te mereces tal halago). Con qué maestría doblo yo la espada ahora y me retiro, dejándo atrás una ocasión, una cerveza y grazie mile per tutti (si jugar al pilla-pilla fuese una forma de ganarse la vida).

Qué me quieres, hombre, o qué me vas a desquerer cuando compruebes que yo no me arrepiento de sentirlo todo de golpe (si es que hablar directamente va a aligerarnos la carga). Cómo me coloco para intentar hacerme la valiente, la arrojada, la que tiene todo bajo control; en qué dirección hay que caminar para encontrar el punto de partida, de qué forma se agarra una copa y que no te tiemble el pulso, cuándo hay que deslizarse el tirante y no hacer el ridículo

(si es posible no reventar con un simple hola la burbuja perlada de mis expectativas).



Paula Sanz.

Brochette de dinde aux épices (Brochette au goût catalan le quince décembre, Antibes)


Una cucharadita de pimienta negra
Una cucharadita de pimienta de Cayena
Una cucharadita de cilantro (a ser posible molido en el momento)
Una cucharadita de tomillo
Una cucharadita de sal
Un diente de ajo muy picadito
Filetes de pavo para siete personas

El truco: que se te acabe el bote de Piment de Cayenne y sustituirlo por Quatre Épices.


*

Se echan las cinco cucharaditas y el ajo picadito en una fuente de cerámica blanca y un chorrito de aceite. Danzan las yemas de los dedos sobre la salsa imprimiéndola un masaje poco comprometido. Se disfruta de su textura. Se extiende horizontalmente por la superficie de blanca mientras se te oye hablar a mis espaldas. Abres el grifo y derramas agua sobre las piezas de pavo y procedes a explayarlas recto-verso sobre un trapo cuya existencia desconocías hasta ese momento para secarlas. Comentas que, a juzgar por el uso que se le había dado al trapo en esta casa, bien podrías estar empanando los filetes en polvo. Se comprueba que a una le placen sobremanera tus manos. Y tus brazos.

Cortas los filetes en tiras alargadas y se permite que una a una entren en contacto con la salsa, por ambos lados. Se introducen en dos tandas (no caben todas juntas en el mismo recipiente) a máxima potencia en un horno previamente calentado hasta que estén hechos; tan hechos a ti como mis certezas. Se toma cada tira con cuidado de no quemarse los dedos, y se atraviesan con una brochette quedando el pavo engarzado en esta en forma de ese. Ese contorno consuetudinario, casi estándar y sin embargo tan firme de tu perfil en la oscuridad del salón, digo. El mirar límpido, la carcajada franca. Se vierte la cantidad justa (como la de tu amabilidad, como la de tu atención) de aceite y se deja calentar con el fuego alto. Se doran las brochettes, se devuelven a los dos recipientes (uno para la tanda con pimienta de Cayena y otra con las brochettes aux Quatre Épices), se posan ambos sobre la mesa de comedor; las manos que los sirven, los ojos que te observan, subyugados por una expectación que se manifiesta de reojo. Comentas la presencia destacada de las especias. Minutos después te percibo repetir.

Se duerme en una villa a las afueras de Antibes en una cama que han ocupado numerosos cuerpos extraños. Se te oye llamar a las ocho y cuarto de la mañana a las puertas de los dormitorios de tus compañeros de villa, uno de los cuales ha pasado la noche con mi compañera de piso. Se incorpora una y piensa. Poco. Se maquilla la cara que la noche anterior una no se desmaquilló. Se desprende de la camiseta talla XL prestada no por ti, que ojalá, sino por uno de tus compañeros de piso comprada junto con otras cinco iguales porque se las daban “casi regaladas” en Nueva York y que reza I corazón idem, de los leggings de las clases de capoeira y se procede a enfundarse la ropa de la noche anterior. No se desayuna. Se coge el autobús doscientos hacia Niza en la parada de Charles de Gaulle. Se escucha con una sonrisa (le place a la una comprobar que la otra vive) a la compañera de piso de una describir su interacción con otro cuerpo dos habitaciones más allá. Se me informa de que usas gafas por las mañanas. La Costa Azul se levanta Gris. Il fait un froid de canard là-dehors.

*

Esta inseguridad había nacido cuando él, inexplicablemente, había dejado de festejarle sus platillos. Tita se esmeraba con angustia en cocinar cada día mejor. Desesperada, por las noches, obviamente después de tejer un buen tramo de su colcha, inventaba una nueva receta con la intención de recuperar la relación que entre ella y Pedro había surgido a través de la comida. De esta época de sufrimiento nacieron sus mejores recetas. Y así como un poeta juega con las palabras, así ella jugaba a su antojo con los ingredientes y con las cantidades, obteniendo resultados fenomenales. Pero nada, todos sus esfuerzos eran en vano. No lograba arrancar de los labios de Pedro una sola palabra de aprobación. Lo que no sabia es que Mamá Elena le había «pedido» a Pedro que se abstuviera de elogiar la comida […].

Como agua para chocolate, Laura Esquivel.
paulasánchez

lunes, 14 de diciembre de 2009

C'était salement prévisible. Ça sautait aux yeux, quoi.


Moi, qui suis devenue accro au café expresso, à me lever de (trop) bonne heure le matin uniquement pour avoir le temps de lire le journal online, qui préfère de traduire vers le français et pas autrement, qui ai déjà perdu deux bérets dans les rues niçoises, qui ressens une terrible attraction vers les vitrines des petites boulangeries patisseries (voir la reproduction la plus exacte du paradis) genre Paul et La Brioche Dorée, qui adore la convivialité des bus pleins à craquer de gens qui se raccrochent aux barres histoire de ne pas envahir les espaces vitaux des autres pendant les coups de frein et les virages et qui écartent sa main immédiatement après avoir légèrement frôlé celle de quequ'un d'autre qui se raccrochait aussi du cylindre métallique. Moi, qui trouve le seul fait d'être francophone carrément séduisant. Moi, qui adore m'endosser des chapeaux qui passent inaperçus ici mais qui attireraient tous les regards (méprisants) à Madrid, parer mes cheveux avec un serre-tête à plumes et mettre du rouge à lèvres la nuit.

Moi, qui dois admettre mon ignorance par rapport au destin des trucs de patisserie que l'on vend partout : j'ai jamais vu une française à manger un putain de pain au chocolat, ou disons seulement à manger. Moi, qui ai du mal à ne pas ébaucher un sourire quand une bande de gamines croient croquer la vie à pleines dents dès leurs talons hauts et leurs sacs à main à la Hilton. Moi, qui accuse le manque de cours de turc, de claquette et de cuisine multiculturelle, de seminaires sur le conflit en Palestine au milieu de l'été; qui accusera le fait -inhabituel- d'habiter une ville débordante de gens pendant ces mois-là. Moi qui ne m'habitue pas aux plages de cailloux, qui associe d'une façon automatique la mer aux vacances et, du coup, ne prends jamais au sérieux cette palette pastel à l'odeur de la socca, des crêpes au Grand Marnier et des sandwichs d'escalope de dinde à la sauce algérienne à cinq heures du matin. Moi qui crains le risque de devenir une pépètte quelconque, qui commence à témoigner l'erosion des valeurs qui me rendaient unique à mes yeux. Moi, qui ne réussis pas à trouver marrant le sens de l'humour français, qui me sens pas à l'aise lorsque les vendeuses viennent m'aborder chez Sephora armées d'un sourire dévorant, qui trouve écoeurant l'abus de mitigeurs et formules de politesse de la langue française, qui arrive pas à sortir un " putain ! " comme il faut sans me sentir étrangère, qui déteste de tout mon coeur le déploiement insolent de richesse et beauté de la Côte d'Azur.



Moi, je l'avoue : je resterais ici indéfiniment.
*
Quiconque a le malheur d'immigrer une fois -une seule !- restera toujours métèque toute sa vie, et étranger partout, même dans son pays d'origine. C'est notre malédiction à nous, immigrants.
paulasánchez

viernes, 11 de diciembre de 2009

Skinny Love



Qué hago

cuando se me desgasta la sangre
de tanto usarla para barrerte la pena.

A veces

me apetece que me expulses
para ser carne de otro cañón,
para volver a estrellarme contra tu frontera.

Puede

que prefiera desmentirme
y firmar con el cuerpo abierto en canal
la sentencia de mi partida.

Retrocede

mi dulzura cuando veo que te agachas,
cuando veo que vas a ponerme a la cola.

No me explico

qué hay tejido en el paréntesis
que no vamos a desmontar.

No sé, de verdad,

qué motivo te impide
descifrarte ante mi naturaleza muerta.




Paula Sanz.

jueves, 3 de diciembre de 2009

Helado de aguardiente.


Nunca supe exactamente
qué es supurar errores,
como tampoco sé porqué me pesan
los dos gramos de titanio fundido
que derivan impermeabilidad sobre mis venas.
El fardo elegido no debería doler.

Igual que cualquier desobediente
en su espiral fluorescente de verso y sustancia,
me encuentro desbaratada,
los labios rojos,
y tus tonterías me hacen feliz.
El deseo bien pagado no debería ofender.

Tanto remolonear
cuando lo que sé del miedo
es que es absenta en la llaga fría;
tanta pereza por vivir
y luego el tesoro queda siempre bajo piel.
El mutismo, amando, no debería enloquecer.

No encuentro lugar donde consumarme,
donde abrirme paso entre tu ropa.
Qué atrevimiento,
mirar de frente y palidecer.
Qué preciosidad, mi enclave convexo.
Las palabras, si son ciertas, deberían complacer.





Paula Sanz.

L'adhérence vierge, concerto pour piano et orchestre no. 2 en si bémol majeur.




Tenía la habitacion colmada de una agobiante muchedumbre de partituras desde hacía cuatro noches. Arrugadas e incompletas, desde las últimas tres. Llevaba dando vueltas a una letanía de acordes que por no tener no tenía ni cuerpo, ni orden, ni concierto; tan solo la certeza de que se se agenciaría un título como quien sube a un escenario a recoger galones ajenos, y de que, cuando este naciera de la pluma de golondrina como la postdata que se escribe por costumbre, sería largo. Algo así como Tú me recuerdas a lunes, a bossa nova y a pastis, pero en francés.
Componía como quien lucha contra la pena de muerte propia: con una desesperación resignada; se retiraba el pelo de la cara resoplando para arriba, cada vez con más violencia, y con la misma fuerza volvían a derrumbarse sus mechones -las cosas siempre caen por su propio peso-. Jugaban a pellizcar el papel que ella emborronaba con la rapidez impersonal de quien vacía un hogar desahuciado bajo la atenta mirada de quien ejecuta el embargo; apoyado en sus muslos, las rodillas flexionadas. Asistía -parcialmente responsable- al marchite vertiginoso de cada clave de Sol. Tanto mistral por cada mínima predilección, tanto otoño por respuesta; tanto usar el piano con silenciador. Tanto clavo oxidado por el suelo desnudo.
Para desnudez aquella en la que se arremolinaba, desde lo alto del taburete, entre el piano y la pared. La decadencia de la pintura sobre los muros que, como una vieja gloria, como Edith Piaf tiempo después de que cantara L'accordéoniste, comenzaba a descascarillarse y a perder su color vino. El hormigón en carne viva. El erotismo de sus manos -cuya naturaleza exigía deslizarse en una sola, alternarse con las suyas embalsamadas en una fluidez suave e insoportablemente inherente a él, por ser hombre, y a ella, por ser mujer-. Las cinco yemas de sus dedos, que antaño se pasearon por el cebreado del piano como una provocación descarada al testigo promiscuo que resultaban sus ganas. El aroma a piano desafinado y pese a ello soberbio que parecía engullir el pentagrama en blanco de su cuerpo. El sabor a alcohol que destilaba la armónica de tanto posar sobre sus fronteras los labios ebrios de anís. Tanta adherencia virgen, tanta atracción desentrenada. La soberanía tuerta de su pelvis. El romanticismo arrabalero del que -apostaba el vestido negro de los conciertos, el prestado, que aun dormía circunflejo sin estrenar- él preferiría no saber. El puto metrónomo de los días que pasan. El empezar otra vez con los mismos jodidos dodecafonismos. El devanarse por un estrellato que él ni siquiera le había pedido.

Fue entonces, a medio camino entre un si bemol y el enésimo sorbo de 51, cuando supo que había vuelto a colocar una contralto como Dama de las Valquirias y que los más de cien integrantes de la orquesta la estaban devorando bajo un estruendo que ni siquiera precisaba ser ensordecedor; ya empequeñecía ella solita, gracias. Y lo supo, porque en vez de corcheas estaba escribiendo noes. Pares de letras que, inhabitualmente negligentes, rebasaban desorganizadamente los límites de cada uno de los cinco muros negros opresores de las notas. No, al perpetuo -cuán jodidamente reticente- olvido del primer acorde
-[...]: que simplemente estamos vivos-.


*


Elle écoute la java mais elle ne la danse pas,
elle ne regarde même pas la piste.
Et ses yeux amoureux
suivent le jeu nerveux et les doigts secs et longs de l'artiste.
Ça lui rentre dans la peau -par le bas, par le haut-,
elle a envie de chanter:
c'est physique !
Tout son être est tendu,
son souffle est suspendu,
c'est une vraie tordue de la musique.

Edith Piaf - L'accordéoniste
paulasánchez