martes, 29 de diciembre de 2009

Sipping wine (killing time).



Me he descalzado los pies desnudos, como hacía tiempo que no, y me he vendido, de cualquier forma, a una esquina atiborrada de nadie, a darle caladas a un cigarro maldito que más que allanarme las horas, va a fundirme el raciocinio.
(Ya he visto que no vienes, que te vas).

Me estoy convenciendo de que me importa un pimiento, o algo menos ligerito, y multiplico las copas vacías con las pestañas disfrazadas de no sé qué pigmento, como si andar a ponerme guapa fuese a iluminarte la decencia.
(Ya sé que no te valgo, que te cuesto).

Me desahogo con la levedad de mi pulsera, podría romperla, hacer ruido o hacer algo mejor que estar contemplando sombras chinescas en la espalda que me estás dando, sobre la que yo, y perdona que te diga, estaría dispuesta a construir hogueras de supervivencia.
(Ya he oído tu silencio, tu desquite).

Me parece que me estoy emborrachando como una loca teñida de magia transparente y afónica, soy un escaparate artísticolamentable, y vale que no sepa encontrar los márgenes de las aventuras ni el algodón caprichoso que necesitas, pero sé hacer un verso casi de cualquier cosa.
(Ya veo que no te inmutas, que te vas a callar).

Me canso de tanto hacerme compañía y pretendo ponerme de pie en esta noche o lo que sea, la integridad por lo menos no la tengo discapacitada, y voy a dibujar en el espejo del baño el esperpento más bonito que nunca nadie haya observado.
(Ya me he dado cuenta, ya no hables).

03:45, madrugada mal formada, mal enfocada, mal bebida, mal contada, mal sentida, mal herida, mal encarada.
(Ya puedo yo sola, ya me voy yo también).




Paula Sanz.

jueves, 24 de diciembre de 2009

Error nº 7546




De errado parecía plausible
el dos-más-dos que pregoné.
Me consumo en baratijas
de dama terrible,
y verás,
estoy a un trago de enloquecer.

La fachada enternecida que visto
tiene algo de lástima y de carmín.
He pasado por tantas manos
y sin embargo,
asumo la manía de mirarte vivir.

Qué ciego aquel que no se atreve
a sellar con los ojos el placer.
Qué tonta yo por despertarme
con el cuerpo recubierto de hiel.

No he sabido explicarme,
pero pienso
que la penumbra de mi rostro
hizo lo que tenía que hacer.
No he sabido,
pero pienso
que me merezco una catarsis,
que ya no voy a tocarte,
que no he sido un apócope de mujer.




Paula Sanz.

miércoles, 16 de diciembre de 2009

Questa Storia.



Con qué cara de pasmado vas a mirarme, hombre, cuando la altura de mi tacón amenace tu equilibrio cósmico (si aún existen hombres, y si tú te dejas impresionar por mi talla de mentira).
Cómo hacer para quitarme Italia de los oídos, sus ma pensa!, davvero?, va fa'n culo; cómo recomponerme y sacar la compostura de debajo de las sábanas, plancharla un poquito, enfundármela, sacudirle el olor italiano, y que parezca nueva (si es que Italia es prescindible y si es que tú no vas a notar que se ha trastocado su esencia. Si es que su esencia se ha trastocado realmente). Qué puedo hacer yo si verte sonreír de esa manera tan antigua, tan de hace tiempo, me despierta la euforia (si es que 'euforia' aquí no significa algo más romántico). Qué hago, de verdad, qué hago con el barullo de condicionales, de hipótesis, de límites tendiendo a cero, a infinito, a aquí, a América, a la misma tontería de siempre (si se le puede colgar una etiqueta al cataclismo psicológico que me precede).

Con qué responsabilidad vas a asumir tus actos pasados, hombre, al verme aparecer con la sangre tiritando y los ojos como platos (si es que aquí alguien se digna a hacerle frente a la vida). Cómo no pretender que podría bailar Van Morrison con cualquiera, que podría suspirar con cualquiera, que podría con cualquiera (si es que yo aún tengo la capacidad de articularme y de responder ante tu estímulo). En qué parte de questa storia he perdido los papeles, las excusas, el cambio para comprarle a otro su café (si es que tuve papeles en algún momento y si un café hoy se intercambia por un beso).

¿De dónde vas a sacar las fuerzas para abrazarme, hombre: del alma o de la convención social del contacto insufrible? (si es que un saludo puede volverse táctil en los tiempo que corren). Qué hago con los hilos que aún no he atado, con las ideas que me sobran, con las cenas a las que no asistí por aprensión; no hay manera de reescribirme para corregir el inoportuno error de tu perfección (si es que te mereces tal halago). Con qué maestría doblo yo la espada ahora y me retiro, dejándo atrás una ocasión, una cerveza y grazie mile per tutti (si jugar al pilla-pilla fuese una forma de ganarse la vida).

Qué me quieres, hombre, o qué me vas a desquerer cuando compruebes que yo no me arrepiento de sentirlo todo de golpe (si es que hablar directamente va a aligerarnos la carga). Cómo me coloco para intentar hacerme la valiente, la arrojada, la que tiene todo bajo control; en qué dirección hay que caminar para encontrar el punto de partida, de qué forma se agarra una copa y que no te tiemble el pulso, cuándo hay que deslizarse el tirante y no hacer el ridículo

(si es posible no reventar con un simple hola la burbuja perlada de mis expectativas).



Paula Sanz.

Brochette de dinde aux épices (Brochette au goût catalan le quince décembre, Antibes)


Una cucharadita de pimienta negra
Una cucharadita de pimienta de Cayena
Una cucharadita de cilantro (a ser posible molido en el momento)
Una cucharadita de tomillo
Una cucharadita de sal
Un diente de ajo muy picadito
Filetes de pavo para siete personas

El truco: que se te acabe el bote de Piment de Cayenne y sustituirlo por Quatre Épices.


*

Se echan las cinco cucharaditas y el ajo picadito en una fuente de cerámica blanca y un chorrito de aceite. Danzan las yemas de los dedos sobre la salsa imprimiéndola un masaje poco comprometido. Se disfruta de su textura. Se extiende horizontalmente por la superficie de blanca mientras se te oye hablar a mis espaldas. Abres el grifo y derramas agua sobre las piezas de pavo y procedes a explayarlas recto-verso sobre un trapo cuya existencia desconocías hasta ese momento para secarlas. Comentas que, a juzgar por el uso que se le había dado al trapo en esta casa, bien podrías estar empanando los filetes en polvo. Se comprueba que a una le placen sobremanera tus manos. Y tus brazos.

Cortas los filetes en tiras alargadas y se permite que una a una entren en contacto con la salsa, por ambos lados. Se introducen en dos tandas (no caben todas juntas en el mismo recipiente) a máxima potencia en un horno previamente calentado hasta que estén hechos; tan hechos a ti como mis certezas. Se toma cada tira con cuidado de no quemarse los dedos, y se atraviesan con una brochette quedando el pavo engarzado en esta en forma de ese. Ese contorno consuetudinario, casi estándar y sin embargo tan firme de tu perfil en la oscuridad del salón, digo. El mirar límpido, la carcajada franca. Se vierte la cantidad justa (como la de tu amabilidad, como la de tu atención) de aceite y se deja calentar con el fuego alto. Se doran las brochettes, se devuelven a los dos recipientes (uno para la tanda con pimienta de Cayena y otra con las brochettes aux Quatre Épices), se posan ambos sobre la mesa de comedor; las manos que los sirven, los ojos que te observan, subyugados por una expectación que se manifiesta de reojo. Comentas la presencia destacada de las especias. Minutos después te percibo repetir.

Se duerme en una villa a las afueras de Antibes en una cama que han ocupado numerosos cuerpos extraños. Se te oye llamar a las ocho y cuarto de la mañana a las puertas de los dormitorios de tus compañeros de villa, uno de los cuales ha pasado la noche con mi compañera de piso. Se incorpora una y piensa. Poco. Se maquilla la cara que la noche anterior una no se desmaquilló. Se desprende de la camiseta talla XL prestada no por ti, que ojalá, sino por uno de tus compañeros de piso comprada junto con otras cinco iguales porque se las daban “casi regaladas” en Nueva York y que reza I corazón idem, de los leggings de las clases de capoeira y se procede a enfundarse la ropa de la noche anterior. No se desayuna. Se coge el autobús doscientos hacia Niza en la parada de Charles de Gaulle. Se escucha con una sonrisa (le place a la una comprobar que la otra vive) a la compañera de piso de una describir su interacción con otro cuerpo dos habitaciones más allá. Se me informa de que usas gafas por las mañanas. La Costa Azul se levanta Gris. Il fait un froid de canard là-dehors.

*

Esta inseguridad había nacido cuando él, inexplicablemente, había dejado de festejarle sus platillos. Tita se esmeraba con angustia en cocinar cada día mejor. Desesperada, por las noches, obviamente después de tejer un buen tramo de su colcha, inventaba una nueva receta con la intención de recuperar la relación que entre ella y Pedro había surgido a través de la comida. De esta época de sufrimiento nacieron sus mejores recetas. Y así como un poeta juega con las palabras, así ella jugaba a su antojo con los ingredientes y con las cantidades, obteniendo resultados fenomenales. Pero nada, todos sus esfuerzos eran en vano. No lograba arrancar de los labios de Pedro una sola palabra de aprobación. Lo que no sabia es que Mamá Elena le había «pedido» a Pedro que se abstuviera de elogiar la comida […].

Como agua para chocolate, Laura Esquivel.
paulasánchez

lunes, 14 de diciembre de 2009

C'était salement prévisible. Ça sautait aux yeux, quoi.


Moi, qui suis devenue accro au café expresso, à me lever de (trop) bonne heure le matin uniquement pour avoir le temps de lire le journal online, qui préfère de traduire vers le français et pas autrement, qui ai déjà perdu deux bérets dans les rues niçoises, qui ressens une terrible attraction vers les vitrines des petites boulangeries patisseries (voir la reproduction la plus exacte du paradis) genre Paul et La Brioche Dorée, qui adore la convivialité des bus pleins à craquer de gens qui se raccrochent aux barres histoire de ne pas envahir les espaces vitaux des autres pendant les coups de frein et les virages et qui écartent sa main immédiatement après avoir légèrement frôlé celle de quequ'un d'autre qui se raccrochait aussi du cylindre métallique. Moi, qui trouve le seul fait d'être francophone carrément séduisant. Moi, qui adore m'endosser des chapeaux qui passent inaperçus ici mais qui attireraient tous les regards (méprisants) à Madrid, parer mes cheveux avec un serre-tête à plumes et mettre du rouge à lèvres la nuit.

Moi, qui dois admettre mon ignorance par rapport au destin des trucs de patisserie que l'on vend partout : j'ai jamais vu une française à manger un putain de pain au chocolat, ou disons seulement à manger. Moi, qui ai du mal à ne pas ébaucher un sourire quand une bande de gamines croient croquer la vie à pleines dents dès leurs talons hauts et leurs sacs à main à la Hilton. Moi, qui accuse le manque de cours de turc, de claquette et de cuisine multiculturelle, de seminaires sur le conflit en Palestine au milieu de l'été; qui accusera le fait -inhabituel- d'habiter une ville débordante de gens pendant ces mois-là. Moi qui ne m'habitue pas aux plages de cailloux, qui associe d'une façon automatique la mer aux vacances et, du coup, ne prends jamais au sérieux cette palette pastel à l'odeur de la socca, des crêpes au Grand Marnier et des sandwichs d'escalope de dinde à la sauce algérienne à cinq heures du matin. Moi qui crains le risque de devenir une pépètte quelconque, qui commence à témoigner l'erosion des valeurs qui me rendaient unique à mes yeux. Moi, qui ne réussis pas à trouver marrant le sens de l'humour français, qui me sens pas à l'aise lorsque les vendeuses viennent m'aborder chez Sephora armées d'un sourire dévorant, qui trouve écoeurant l'abus de mitigeurs et formules de politesse de la langue française, qui arrive pas à sortir un " putain ! " comme il faut sans me sentir étrangère, qui déteste de tout mon coeur le déploiement insolent de richesse et beauté de la Côte d'Azur.



Moi, je l'avoue : je resterais ici indéfiniment.
*
Quiconque a le malheur d'immigrer une fois -une seule !- restera toujours métèque toute sa vie, et étranger partout, même dans son pays d'origine. C'est notre malédiction à nous, immigrants.
paulasánchez

viernes, 11 de diciembre de 2009

Skinny Love



Qué hago

cuando se me desgasta la sangre
de tanto usarla para barrerte la pena.

A veces

me apetece que me expulses
para ser carne de otro cañón,
para volver a estrellarme contra tu frontera.

Puede

que prefiera desmentirme
y firmar con el cuerpo abierto en canal
la sentencia de mi partida.

Retrocede

mi dulzura cuando veo que te agachas,
cuando veo que vas a ponerme a la cola.

No me explico

qué hay tejido en el paréntesis
que no vamos a desmontar.

No sé, de verdad,

qué motivo te impide
descifrarte ante mi naturaleza muerta.




Paula Sanz.

jueves, 3 de diciembre de 2009

Helado de aguardiente.


Nunca supe exactamente
qué es supurar errores,
como tampoco sé porqué me pesan
los dos gramos de titanio fundido
que derivan impermeabilidad sobre mis venas.
El fardo elegido no debería doler.

Igual que cualquier desobediente
en su espiral fluorescente de verso y sustancia,
me encuentro desbaratada,
los labios rojos,
y tus tonterías me hacen feliz.
El deseo bien pagado no debería ofender.

Tanto remolonear
cuando lo que sé del miedo
es que es absenta en la llaga fría;
tanta pereza por vivir
y luego el tesoro queda siempre bajo piel.
El mutismo, amando, no debería enloquecer.

No encuentro lugar donde consumarme,
donde abrirme paso entre tu ropa.
Qué atrevimiento,
mirar de frente y palidecer.
Qué preciosidad, mi enclave convexo.
Las palabras, si son ciertas, deberían complacer.





Paula Sanz.

L'adhérence vierge, concerto pour piano et orchestre no. 2 en si bémol majeur.




Tenía la habitacion colmada de una agobiante muchedumbre de partituras desde hacía cuatro noches. Arrugadas e incompletas, desde las últimas tres. Llevaba dando vueltas a una letanía de acordes que por no tener no tenía ni cuerpo, ni orden, ni concierto; tan solo la certeza de que se se agenciaría un título como quien sube a un escenario a recoger galones ajenos, y de que, cuando este naciera de la pluma de golondrina como la postdata que se escribe por costumbre, sería largo. Algo así como Tú me recuerdas a lunes, a bossa nova y a pastis, pero en francés.
Componía como quien lucha contra la pena de muerte propia: con una desesperación resignada; se retiraba el pelo de la cara resoplando para arriba, cada vez con más violencia, y con la misma fuerza volvían a derrumbarse sus mechones -las cosas siempre caen por su propio peso-. Jugaban a pellizcar el papel que ella emborronaba con la rapidez impersonal de quien vacía un hogar desahuciado bajo la atenta mirada de quien ejecuta el embargo; apoyado en sus muslos, las rodillas flexionadas. Asistía -parcialmente responsable- al marchite vertiginoso de cada clave de Sol. Tanto mistral por cada mínima predilección, tanto otoño por respuesta; tanto usar el piano con silenciador. Tanto clavo oxidado por el suelo desnudo.
Para desnudez aquella en la que se arremolinaba, desde lo alto del taburete, entre el piano y la pared. La decadencia de la pintura sobre los muros que, como una vieja gloria, como Edith Piaf tiempo después de que cantara L'accordéoniste, comenzaba a descascarillarse y a perder su color vino. El hormigón en carne viva. El erotismo de sus manos -cuya naturaleza exigía deslizarse en una sola, alternarse con las suyas embalsamadas en una fluidez suave e insoportablemente inherente a él, por ser hombre, y a ella, por ser mujer-. Las cinco yemas de sus dedos, que antaño se pasearon por el cebreado del piano como una provocación descarada al testigo promiscuo que resultaban sus ganas. El aroma a piano desafinado y pese a ello soberbio que parecía engullir el pentagrama en blanco de su cuerpo. El sabor a alcohol que destilaba la armónica de tanto posar sobre sus fronteras los labios ebrios de anís. Tanta adherencia virgen, tanta atracción desentrenada. La soberanía tuerta de su pelvis. El romanticismo arrabalero del que -apostaba el vestido negro de los conciertos, el prestado, que aun dormía circunflejo sin estrenar- él preferiría no saber. El puto metrónomo de los días que pasan. El empezar otra vez con los mismos jodidos dodecafonismos. El devanarse por un estrellato que él ni siquiera le había pedido.

Fue entonces, a medio camino entre un si bemol y el enésimo sorbo de 51, cuando supo que había vuelto a colocar una contralto como Dama de las Valquirias y que los más de cien integrantes de la orquesta la estaban devorando bajo un estruendo que ni siquiera precisaba ser ensordecedor; ya empequeñecía ella solita, gracias. Y lo supo, porque en vez de corcheas estaba escribiendo noes. Pares de letras que, inhabitualmente negligentes, rebasaban desorganizadamente los límites de cada uno de los cinco muros negros opresores de las notas. No, al perpetuo -cuán jodidamente reticente- olvido del primer acorde
-[...]: que simplemente estamos vivos-.


*


Elle écoute la java mais elle ne la danse pas,
elle ne regarde même pas la piste.
Et ses yeux amoureux
suivent le jeu nerveux et les doigts secs et longs de l'artiste.
Ça lui rentre dans la peau -par le bas, par le haut-,
elle a envie de chanter:
c'est physique !
Tout son être est tendu,
son souffle est suspendu,
c'est une vraie tordue de la musique.

Edith Piaf - L'accordéoniste
paulasánchez

domingo, 29 de noviembre de 2009

The nearness of you.


No es más complicado que los moños que me retuerzo justo encima del cuello. Lo de dar el paso, digo. A veces, cuando se me sueltan los mechones y me entra la rabia, es la misma sensación que experimentarás tú cuando intentes agarrarme la mano y yo salga corriendo alocada hacia los brazos de otro. Y me anclaré risueña a una espalda cualquiera, porque pensaré que tu no te atreves. A dar el paso, digo. Lo fundamental es tener el pelo flexible. Así, al retorcerlo, se puede hacer de manera compacta y sólida, sin tonterías. No como tú. Si ves que me intereso, será que me intereso. Si ves que siempre digo que no me gustan los trapicheos ni las chiquilladas, será por algo. Si ves que cuando sujeto el pelo, el ímpetu viene desde la muñeca, será que si no, el moño se viene abajo.

Tú te vienes acobardando. En lo de dar el paso, digo. No te creas que no lo sé. Igual que sé que si la goma está dada de sí, el monumento de cabello dura lo mismo que tus intenciones en público: un microsegundo. Serás testigo de mi calor en el asiento que no está al lado del tuyo. Y vas a buscar, con cara de bobo, entre la masa de amigos, de los que te hacen la competencia, de desconocidos, de las que te avivan las llamas, de las que te dan pereza, de amigas, a ver dónde y con qué propósito he optado yo por dejar mi huella. Animadamente, estaré riéndole las gracias al guapo de turno. O qué te crees. Que para alzar el pelo hay que escoger la gravedad con esmero y disposición, zarandearla, tirar de aquí, de allá, colocar el bulto donde se merece. Para no arrepentirse luego de haberlo hecho mal. Es muy fácil hacerse el valiente y después nada. En lo de dar el paso, digo.

Para asegurarse de que el moño aguantará un vendaval, tiene que estar posicionado tan perfectamente como las piedras de un puente.Como las llemas frías de mis dedos en la mejilla masculina más cercana. Aquí la única persona que me hace sentir ígnea eres tú, qué le vamos a hacer. Y si me entra el miedo ante el regusto de unos labios insípidos, ante la muerte, ante vivir estropeada, ante el error, voy a pensar en tí. Que estarás deshaciéndole el tocado a una cualquiera. Como un buen cobarde y un buen imbécil. Pero el pelo recogido siempre con una chispa de tirantez y otra de desenfado, para no desequilibrar la balanza ni cagarla antes de tiempo. No sé si te suena de algo.

Realmente, lo peliagudo es conseguir hacerlo deprisa, con astucia, queriendo, queriendo mucho, de un solo gesto, con las maniobras contadas y las fuerzas repartidas.
Lo peor es controlar el temblor, el sudor en las palmas, las esquinas escurridizas, la forma que tiene el pelo de colarse por todos los rincones y hacer cosquillas. Aunque, de verdad, lo más difícil es intentarlo a la primera, no vaya a ser que no salga y te desanimes. Lo que ocurre es que si te estoy diciéndo que vas bien, es que vas bien. Si asiento y sonrío, será que me gusta cómo lo haces. Estás a punto de caramelo y a mi me urges. Me urge.

Lo de que des el paso, digo.




Paula Sanz.


jueves, 19 de noviembre de 2009

Lui, il fait la bise à l'envers et elle, elle lui offre des pains perdus.


Quizá en el jardín a lo lejos hay una guitarra que se deshace en acordes como quizá antes ya se deshiciera por otra bésame, bésame mucho y una voz cómicamente rasgada la acompaña inventándose la letra de la canción. Lo cierto es que al otro lado de la ventana, ella se prepara un café (descafeinado, que a estas horas ya es por gula) mientras silba bésame, bésame mucho y cada soplo no es sino una evocación furtiva que se derrama de su boca de mujer en forma de corchea liviana. Quizá calle abajo un hombre maldiga el momento en que prometió que le escribiría la canción: la cabeza un incendio de rimas cojas; el pecho un frenesí atravesado de signos de interrogación, como las hiedras que ansiosas devoran el muro del jardín

Il fait nuit, et pendant une seconde deux bouches ont eu le goût du pain, sucre et cannelle en branche.

Quizá cada pregunta íntegramente formulada -cada tilde, cada cataclismo- sea un telón de hojas de sauce que se abre de par en par reveleando los acertijos del coloso. Lo sorprendentemente cierto es que cuando ella se ha querido dar cuenta, el café había desaparecido, se había desvestido y había presionado el interruptor de la luz hacia abajo; y entretanto, bésame, bésame mucho pensando en él. Quizá, si a ella le inquietaba esta volatilidad que parecían padecer sus acciones en la memoria, quizá, y solo quizá, a él le aterrase.

Pendant qu'ils rentraient chez elle, leurs haleines se sont nourries du même air; pourtant aucun d'eux ne s'en est rendu compte.

Quizá en estos momentos él se halle completa, paradójica e inmanejablemente paralizado: que le sea imposible seguir avanzando calle abajo, bésame, bésame mucho tal es la maraña de enredaderas inquisidoras que amordazan sus manos y se prorrogan hasta enraizarlo en el pavimento; quedan hombre y adoquín nizardos oprimidos por la soberbia frondosidad de un jardín inopinado. Lo acojonantemente cierto es que ella habla en francés con cualquiera salvo con él, que ella ahora escucha a Gainsbourg y que ella no se atreve a pronunciar la palabra hombre. Quizá él tampoco veinte.

Lâche-moi, dit-elle (en désirant juste le contraire).

Quizá llegue el día en que él defina con detenimiento los contornos borrosos de su francés huidizo y ella trace la senda de sus pies descarriados; no habrá enredaderas que devoren sino que se regalen muro abajo en un éxtasis de franqueza. Quizá los interrumpa en medio de una conversación el momento en que se observen sin titubeos, se palpen sin pudor, se aprendan sin pensar; y los ladrillos del muro se diluirán de golpe en un riachuelo de queso y miel, bésame, bésame mucho y los nenúfares espolvorearán las mejillas del agua con sus coloretes verdirrojos, y las ramas de los sauces que cosquillean la superficie serán en realidad serpentinas, o regalices de colores, y los acordes difusos testigos de la lontananza, ¡sinfonías...! Lo cabizbajamente cierto, sin embargo, es que uno y otro van a dormir separados, porque las cosas funcionan así y así debe ser. No vayamos a creernos que esto es Jauja.



Un momento antes [...] se hace el oscuro. Y, simultáneamente, los cinco sentidos, respirando hondo en el jardín, apagan sus linternas. Oscuridad absoluta.

El Hombre Deshabitado, Rafael Alberti
paulasánchez

lunes, 16 de noviembre de 2009

That's me inside your head.



De bar en bar mi aroma,
el tuyo de colchón en colchón.
Busco un sucedáneo que te haga justicia,
derivados de caricias,
jaque mate con un peón.

Me gustaría prometerte
el viejo vicio del susurro,
domingos sin luto,
la vida sin cáncer,
adrenalina en mi salón.

Me gustaría prometer, y prometo,
que más que quitándo hierro al asunto,
estamos desflorando a la perdición.

Pero de qué me hablas si no estás seguro,
qué te parece si nos decimos adiós,
rebotando en mis oídos
tengo proposiciones indecentes
de hombres que saben tirarse un farol.

De bar en bar mi nombre,
el tuyo de habitación en habitación.
Busco un poquito de alarde y de alegría,
pan, vino y amnistía,
que yo no tengo remedio
ni tú eres santo de mi devoción.

Paula Sanz.

martes, 10 de noviembre de 2009

Whatever it is, it can't be named.



The Plastiscines truenan en sus oídos, I'm a bitch, I-T-C-H, I-T-C-H, y camina con el mismo ritmo ilógico y desenfrenado de la canción, I'm a BITCH, I'm a BITCH, y casi le dan ganas de gritarlo por la calle, como una loca, a quién mierdas le importa, que con veinte años no piensa pedir perdón por vivir extremadamente. Lleva un gorro de lana enfundado sobre la corriente de pelo que arrasa su espalda, y los cosquilleos del mismo le recuerdan que tiene que arreglar la pluma veneciana, porque sin ella no escribe bien. No escribe nada. I'm a bitch, B-I-T-C-H in disguise, -un poco- piensa, un poco de puta sí que tiene, por lo menos la manera de salivar y de lamerse la comisura del labio, por lo menos las uñas largas y rojas y el surco sugerente que saben trazar si hay algún afortunado que lo merezca. Entorna los ojos, - maldita miopía.¿Borracha no estoy, no?-, y venga, una tras otra, una tras otra, las baquetas estrelladas contra la batería, I-T-C-H, y se regodea en la posibilidad de hacer escocer al prójimo, de poder exprimir el ácido que le provoca este mundo y hacerlo poesía con la tinta morada de su pluma naranja.

Como hace frío, se pone los mitones, lo guantes se los deja a las que quieran esconder sus garras; ella lleva las suyas cual grito de guerra. Parece una especie de vagabunda y una especie de princesa, con los pasos pequeñitos y rápidos, los ojos de seda, las cejas fruncidas, la prenda de las manos roída. Menuda preciosidad de mujer dentro de la categoría de 'inexplicable'.

Se acuerda de que tiene que comprarse un vestido para el viernes, y en seguida, pasa a analizar la estructura interna de la frase que acaba de formularse, y de esa estructura pasa a otra, lee el eslogan del anuncio de la parada de autobús, hace la sintaxis, reorderna, la mejora, la empeora, y ella misma se desdobla morfológicamente en mil y una mujeres diferentes, todas ellas recogiendo palabras, masticándolas, asumiéndolas, apresándolas, poseyéndolas. Qué rito estelar se está produciendo, y qué ciega la gente que no lo nota.

Y de repente.

Suena Blood Bank y se pone triste, y dónde quedaron las intenciones intrépidas y voraces de femme fatale; ahora mira al suelo, se muerde el interior de la mejilla, I'm in love with your honor. Es cierto, tanto como que se ha arrancado la esquina de una de sus uñas pulcrísimas, que está enferma de no saber, de meestoyvolviendoloca, de nada y de todo. Muy enferma por tener que sacar a relucir los antiguos sufrimientos y por tener que comérselos a cucharadas, otra vez, tal vez. You were rubbing both my hands. It teased my head.

Las suyas están resecas del aire, heladas, por momentos envejecidas. Deja de ser sagaz y mala, hiriente y dominadora. Deja de multiplicarse en verso y de modelar oraciones perfectas. Lo deja todo y empieza a ser una persona con un hueco a su lado que no consigue llenar. Y por mucho que use la boca, va a ser inútil. No todos saben a lo mismo. No, lo siento. Lo siente. Se va arrastrando los pies. La melodía no da para más. La desesperación es un camino con muchos monstruos.

-Yo no quiero ser solo un accidente en el corazón ajeno- se dice.

Ha caído de nuevo en la expresión poética.
He ahí su compañía.




Paula Sanz.

viernes, 6 de noviembre de 2009

On était de vrais aveugles avec les idées claires.


Yo he llenado una maleta para Bolivia y la he dejado a los pies de la cama un verano en Madrid. Yo me he fundido en un abrazo al lado de Bolhão cuando empezaba a chispear. Yo he apartado la mano con una vergüenza apresurada cuando tu amigo se daba la vuelta. Yo he escrito me has condecorado con una semana de septiembre de membrillo y una semana antes déjame descansar en ti. Yo he vuelto a sacar la maleta y ahora duerme en un armario francés. Yo he compartido almohada la segunda noche. Yo he espetado busco un reto intelectual y tú no me lo das. Yo he he teni los labios manchados de queso filadelfia y mermelada de arándanos. Yo me he enfundado un vestido de flecos negros que apenas cubría la mitad de mi cuerpo para no salir de un quinto piso sin balcón. Yo me he carcajeado de los aires de Mónaco y Cannes. Yo mantengo un idilio con Niza desde que me reserva las esquinas inferiores izquierdas de sus retratos en plein air. Yo he dejado de ser consciente de mi dignidad tras tres vasos de pastis. Yo aún no he aprendido a liar. Yo pronuncio mi nacionalidad en francés con acentillo. Yo sé con certeza que no me gusta el vino. Yo no llamo a Madrid con tanta frecuencia como debería. Yo he calificado una espalda masculina de suave. Yo recuerdo borroso haber oído cómo me disparaban madura, Paula, madura en un pasillo de supermercado. Yo he experimentado desprecio y condescendencia como quien baja peldaños: uno tras otro, uno tras otro. Yo he habituado mi cuerpo a sobres de Nescafé expreso y soluble. Yo he pintado un friso con un pincel blanco que goteaba. Yo he fumado en el boulevard Cessole mientras tú tocabas la guitarra pintada de hiedras y cantabas en portugués de Brasil. Yo tengo un jersey gris con manchas de pintura blanca en la cesta de la ropa sucia desde hace cuatro días.Yo hago muchas preguntas. Yo no quiero volver a tocar un diccionario jamás. Yo empiezo a vislumbrar certeros los contornos

, pocos,
de ciertas decisiones.





paulasánchez tiene veinte años

martes, 3 de noviembre de 2009

Haste makes waste


7:45 de la mañana.

Sujetador, como aquella vez en aquel recobeco, sin poder agarrarme a nada, se me resbalaban las palmas, y él abarcaba tanto espacio-dentro, fuera- que despojarme de toda la piel que hiciese falta no me importó. Y si tuve ojos, fueron solamente suyos, y si tuve boca, en aquella esquina endemoniada, mi boca solo respondió siendo boca de otro, algo más que una boca, una vida, una maravilla, una declaración de intenciones.

Bragas, estampadas con guitarras, sí, y te ví sonreír, ¿a ver?- dijiste, y yo deslicé brevemente el pantalón, entrelacé mis dedos por dentro, saqué una esquina, qué negras eran y qué blancas las guitarras, blancas las luces de los coches que no dejaban de arrasar la noche, y negra la noche tejida a nuestro alrededor, el cromatismo ideal de tu cara, la lata de cerveza vacía en mi mano. ¿Me acompañas a comprar algo de comer?. Tu voz sonó como el mejor sonido de voz, y se me ocurrió la idea de rozarte, queriendo, la mano, con el miedo y la exquisitez con la que se barren las cuerdas de un instrumento.

Pantalón, y pienso en mí cuando los huesos aún no se habían ensanchado, cuando las líneas rectas de mi contorno lo eran aún más-si cabe-; pienso en los árboles que éran simplemente verdes, y las horas, que no mataban, que se coloreaban deprisa y a lo loco, sin conocer, casi sin padecerlas. Era vertical la vida entonces, unidireccional, plenísima, y sabía a aire frío y a pan, a témperas rojas, celestes, púrpuras.

Camiseta, joder, me he vuelto a manchar; bueno, da igual, me importa más bien poco lo que este piense de mí. ¿Qué hago aquí? No tengo ningún interés, sinceramente. Me quiero ir a casa, tengo que hacer unas llamadas. Vale, Paula, ''hacer unas llamadas'' no, ''hacer una llamada''. Joder, ¿qué pasa? No pasa nada, no es nada raro. Dios mío, ¿y este que está diciendo ahora? Asiente, asiente, que va a pensar que no le escuchas. ¿Qué hora es? Igual no me da tiempo a llamar...bueno, lo intento. Sí, me apetece que charlemos. Y este qué, ¿no va a callarse nunca? Ahora mismo pido la cuenta.

Zapatos, que sin tacón hacen la pierna menos bonita, eso yo ya lo sabía, pero cuando lo dices me hace gracia, me haces gracia, y son tan insoportables las dimensiones en las que te despliegas, me gustan tanto, que siempre me río, y presto atención a lo que haces, a cómo te pasas los dedos por el pelo, a cómo te rascas el cuello incipiente de barba, para luego poder escribirlo con la misma precisión con la que yo te experimento.

Chaqueta, que luego siempre, siempre tengo frío. Hay un morado casi permanente delineando mis labios. En ocasiones, incluso no puedo articularlos bien. La chaqueta, sí, que luego siempre, siempre me la tienen que prestar. Y se me quedan olores ajenos en la sangre que no hacen más que recordarme que si no fueras un capullo y te tuviera, no estaría huérfana de olor.



7:58 de la mañana.
Vísteme despacio, que tengo prisa.







Paula Sanz.

miércoles, 28 de octubre de 2009

Apaga y vámonos.




De aquello que me pertenece,
no recuerdo nada mejor
que el guiño infiel de tu deseo
al otro extremo de la mesa.

De aquello que no hago,
ser paciente es mi dominio;
procuro humedecer el rebordede tu nombre
para ver si también te desquicias.

De aquello que eres,
que no estás dónde deberías,
es una tregua ciega en llamas;
corazón,
qué retorcido juegas.

De aquello que me has quitado,
quédate solo lo último.
Devuélveme la solidez de mi palabrería
y la belleza desparramada de mi alivio;
Ríspidas son y ríspidas serás
las exigencias incómodas de mis retinas.

De aquello que sé,
que vas a darme esquinazo
y a bordarlo con florituras transparentes,
es el pilar
de todos mis infortunios.

De aquello que me sobra,
los besos los malgasto en otros,
la ropa me la quito antes de tiempo,
y la decencia la baño en lejía.
No hago más que embadurnarme
de mundanidad repulsiva;

corazón,
suerte que no fumo de día.






Paula Sanz.

miércoles, 21 de octubre de 2009

Si aún dices venga, yo digo vale.


Paula (Sánchez) ya ha lacrado el sobre de esta noche. Acaba de llegar a casa y ha pensado que si su ánimo estuviese sentado en la cama de cara al armario a punto de escoger atuendo (el disfraz, para ser honestos), se habría enfundado la canción de Damien Rice que te está comentando ahora de pasada el ordenador. Y eso no es buena señal.

Paula tose de todo lo que ha fumado esta noche. En realidad lo que le pasa es que tiene hordas de conquistas a medias, adentro, fugitivas. Y cada esfuerzo que hace cada una de ellas por escapar y ser entera choca contra el pecho, lo voltea, retuerce la garganta y levanta una polvareda tal que Paula se expía a base de sacudidas de aire. Una convulsión por cada gana de volver a verte.

Paula se ha aproximado a cuerpos ajenos esta noche. Paula ha sudado, ha reído, con la colaboración de su par de pies ha reformulado el concepto de salsa, Paula ha posado los labios en una botella de Coronita mirándote de lejos y habría ofrecido al peor postor su don de la palabra por que te fundieras ese preciso instante en vidrio azteca. Para corona, tu mano en mi pelo. Tu palabra tras mi palabra (o el encadenamiento mutuo, ineludible y absoluto), laurel en rama.

Paula es consciente de que tú la has mirado esta noche. Paula ha firmado a regañadientes (la estilográfica aún huele a cicuta) el testimonio de tus ojos sobre otra. De tus manos. De tu vaivén: ahí va tu camisa pegada a dos pechos intrusos; y ven, a comprobar la imperceptibilidad de los míos. Que las manos de Paula han recorrido la curva de una cadera de hombre en vez de esbozar el contorno de las comisuras de tus labios. La ciudad en llamas de embriaguez si estudiaras el dorso y del reverso de las suyas, su pelvis pronunciada a ambos lados, su tendencia a ti.

Paula ha encontrado fácilmente su hueco en un cuerpo que medio le sonaba, esta noche. (Paula se habría derramado sobre el tuyo.) Paula catalogaría estas horas de impulsivas. (Paula habría repetido hasta la infinitud las cuatro que pactamos de improviso el martes trece de octubre; como el rodaje perpetuo de la escena que lanza al estrellato y protege del abismo del olvido; como una vorágine cuya fertilidad alimentamos por el mero hecho de ser dos y habernos encontrado.) Paula ha llevado toda la noche el reloj de otro. (Paula tacha las milésimas de barro en el calendario de arena para ser causa de tus casualidades.) Paula, además de ser causa, quiere ser efecto. (Y que tú la primera, y que tú la segunda). Que seamos indefinidamente viceversa.



Paula irá a desmaquillarse al baño en breves. Paula (algodón en mano, tacones desperdigados por el pasillo) dará irremediablemente con su imagen en el espejo. Paula sabe con certeza que no se va a reconocer.

jueves, 15 de octubre de 2009

Sex&Sexability

Una mujer desnuda y en lo oscuro
es una vocación para las manos.
-M. Benedetti-


En el puro acto sexual de bailar contigo, qué quieres que le haga si me atranco, me pierdo, y se supone que yo guío, que yo sujeto la ligereza de tu cintura y el líquido discurrir de tus susurros (¿¡pero cómo bailas tan mal!?), y lo único que ocurre es que me sale fatal, me siento menos hombre para tí que para ninguna otra (lo siento, te he vuelto a pisar), y maldigo el momento en el que solté la columpiante seguridad de llevar los pantalones para bailar con una cascada de mujer que no hace más que deslizarse sobre mí como caramelo recién cocinado.

En el puro acto sexual de descalzarte, te me antojas de una suculencia que me roza la obscenidad entera, y trazo mapas táctiles desde tus pies pequeños y afilados hasta tu frente sin surcar todavía, sin gemir aún. Me sorprende la escasa suavidad del interior de tus muslos, y me gusta, es más, me encanta que lleves la raza tan al límite, que seas femenina en todo excepto en la piel que más debería serlo, piel que, sin embargo, huele a excesos de corazón y a tintura de melocotón madurando. Y me miro desde dentro, y me asusto (otra vez, joder, ¿cómo lo logras?) ante mi cuerpo insuficiente, la tosquedad de mis hombros y del salvaje tramo que va desde mi ombligo hasta el final. Qué voy a dejarte yo de mí, en tí, contigo y por tí, si yo solo sé ofrecer amor barato y a destiempo, si mis dedos no están educados para hilar tan fino como tú. Como tú así tendida a la penumbra del deseo efervescente. Te recubro con la lentitud más tardía del mundo, te estoy mirando estar (sí que eres guapa, sí), y me tiembla completa la espina dorsal, que me tienes rendido desde que me prestaste tu boca, que me tienes, que me tienes. Tú.

En el puro acto sexual de escucharte, la menudez de mi figura casi sale corriendo, no vaya a ser que descubras sus fallos, que te asqueen sus huecos. Me titubean los dedos ciegos de nervios y de anhelo (¿se puede saber qué clase de cremallera es esta?), la garganta se ríe de mí desde lo profundo, y para profundos, los suspiros que se me escurren de los labios, que avergonzarían a cualquier mujer que se preciase de serlo. La anchura de tu espalda me templa el ánimo, y tapo las deformidades tremendas (qué cuerpo tengo, diosmío, ¡qué hago!), el falso intento de mi escote, la huesudez de lo que soy, y me agarro a tí porque nací para aferrarme a hombres que suenan a melodía salada y a pianos en pleno éxtasis.

En el puro acto sexual de ser sexo contigo, vago por una ensoñación apretada y cargada de asfixia,de chasquidos de lenguas, de cálido y frío, de deprisa y despacio. Cierro los ojos, se cierran ellos por mí, me cierran- no, me abren- , mi cuello no lo soporta, pierde las formas, pierdo la compostura, y eres perfectísimo en cada instante que vives conmigo y de esta manera palpable y universal. Tus manos son lo único que preciso para seguir existiendo, no me sirve respirar, estás por todas partes, la longitud de tus músculos, mi vientre mullido en el reposo aniquilado- ahora tenso-, la verticalidad de tus palabras cristalinas, lo que quiero decirte, lo que te quiero esculpir en el alma, lo que te quiero, te quiero. A tí.





Paula Sanz.

Mais n'te promène donc pas toute nue.


Hay historias cuya existencia ostenta la levedad de una miga de cruasán; la nuestra es puro hojaldre. De la crème Chantilly sobre fuente de plata oxidada. La mejor Pêche Melba del Negresco derramándose en una cascada ebria lienzo de seda abajo. Una alfombra de luces de latón explayándose en detalles para un horizonte azul que ni la escucha. Tus fachadas con maquillaje descascarillado, que ya sé que lavas con jabón de Marsella y sales de lavanda. Y que nuestras escaramuzas no se consumarán en verbenas de farolillos y acordeones, sino esquinadas entre una contraventana abierta y un cartel que vede mi desnudez, eso también lo sé. Me da lo mismo. De hecho, hasta lo prefiero.

Los hay que sacian, como Madrid, que acobardan, como Oriente, y que retan, como tú. Y te voy a ser franca: la una podrá blandir una rutina afilada, el otro disparos a pares (a pares de piernas de mujer), pero como tus esencias tunantes, nada. Y qué más da. Total, los tres se saldan con un esbozo de mujer desvalijada: o se huye, o se provoca la desaparición escalonada de las palabras propias, o se asiste a la conversión de ciertos principios que se juzgaban arraigados. La conversión. Mmmouais. El trueque: mi entereza sin sal por tu vaivén bañado en ron de Martinica. Qué se siente cuando la inestabilidad de uno vuelve inútiles los tacones ajenos, solo tú y tu empedrado asalitrado lo sabéis.

Ahora bien, que no se te suban los humos de Gauloises a tu cabeza de azur. No voy a derramar ni lágrimas morenas ni amargas palabras hispanas por que un acento provenzal, un pasado italiano y un presente excolonial se deshagan en halagos. (Si basta con que me hables en francés para que algo suene a elogio.) No voy a dejar de mirarte a la cara por mucho que te tumbes boca abajo, frenesí occitano. Si estás harto de que horade tus espaldas con mis talones delcazos (para descalzos, tus motivos); la falda a la cintura, los labios sin pintar. Sírveme pastis y deshazte del agua en la fuente del Palais de Justice. Dame fuego con tus manos de adoquín francés.

Eh ben non. Tus simulacros de desidia tienen los días contados desde que firmo mis confesiones con un solo apellido. Como tú. Ahí va: no receles de mis noches de bachata en Túnez ni de mi improvisación acelerada en torno al mero hecho de existir. Es el efecto que produces, se siente. Sabes perfectamente que en ninguna otra noche saben más bohemios los cigarros abalconados ni suenan más amargos los acordeones limosneros. Eres sobradamente consciente de que ni todas las rosas del mundo vendidas por magrebíes con barba de dos días sustituirían a tu piano callejero. (Chi va piano, va sano. Chi va sano, va lontano.) Y yo estoy extralimitadamente convencida del poder de mis alientos sobre tus vientos mediterráneos. ¿O quién hay acaso que te respire como yo?

Desmenucémonos, martes nizardo, que rivalizamos en laberinticidad: mis grietas, tus entrañas.
paulasánchez

miércoles, 7 de octubre de 2009

Concrétion des aubes haineuses.


Vamos a [hacer el favor de] ignorar los platos rotos
y a sembrar de trigo [por decir algo] los escombros.
Vamos a enmarcar las cuatro fotos
que aún siguen en pie
retando a nuestro asombro.

Vamos a sonreírnos ampliamente [quien sonríe el último, sonríe mejor].
Vamos a limar [y quien dice limar, dice raspar muy ligeramente, que tampoco hay que pasarse] las asperezas.
Atrévete a mirarme atentamente
mientras con mi cinismo
cuestiono tus proezas.
Confiésame todas tus mujeres.
Desnúdate de cuerpo para arriba [tu resto me resbala].
Naufraga [por enésima vez y para variar] en la sed de mis placeres
pese a esa fianza tuya
carente de medida.

Muérdeme las uñas como antaño.
Expónnos a miradas ajenas [a ver qué se siente en público].
Que me haces un apócope de daño
y no daño como tal,
iluso, que lo sepas.

Jura que ni conmigo ni sin mí.
Asiste a mi deleite en tu miseria.
Pero cuando haya que zaherir
hazlo con acritud [conmigo, cobardías las justas]
(dispensa las especias).

Ódiame [cosa mala] como una transacción.
Provoca nuestro estar desafinado.
Repudia la palabra rendición,
que ni estamos en Breda
ni el duelo ha terminado.

*

L’homme est capable de tous les héroïsmes;
la femme de tous les martyres.
L’héroïsme ennoblit;
le martyre sublime.
L’homme a la suprématie;
la femme la préférence.
La suprématie signifie la force;
la préférence représente le droit.

L'homme et la femme
Victor Hugo

martes, 6 de octubre de 2009

Go slowly, Discourage



Qué de selvas cuelgan de mis ojos, desde que hago como que no me importas.
Qué de enredaderas, de lianas, de focos de penumbra.
Revolotean plumas de ocre y miel que quema
sobre la larga sequedad de mi ternura.

Qué de tierra abro con los dientes, desde que hago como que no lo noto.
Qué de barro, de polvo, de arcilla espesa.
La frondosidad amarilla de la incertidumbre
no hace más que quedarse pequeña.

Qué de animales se me despiertan, desde que hago como que no te quiero.
Qué de furias, de salvajadas, de posesiones eléctricas.
Voy pretendiendo ser mujer y compostura a medias,
cuando no soy otra cosa que el comienzo de una fiera.

Qué de mareas rebeldes manejo, desde que hago como que no comprendo.
Qué de oleajes, de algas crudas, de torbellinos ilusionados.
Vamos como desconocidos ahogados de indulgencias.
Vamos fingiendo estar solos, pero nos hemos encontrado.






Paula Sanz.

domingo, 4 de octubre de 2009

Quatre-vingt-quinze fois sur cent

la femme s'emmerde en baisant.
Qu'elle le taise ou le confesse c'est pas tous les jours qu'on lui déride les fesses.
Les pauvres bougres convaincus du contraire sont des cocus.
À l'heure de l'œuvre de chair elle est souvent triste, peuchère !
S'il n'entend le cœur qui bat, le corps non plus ne bronche pas.

Brassens



Donde las dan, las toman, pero, cariño, yo paso. De verdad. Ya, desde un principio, desde antes de haber siquiera empezado: renuncio. A hacer daño a nadie, una montaña de un grano de arena y el ridículo, por ese orden. ¿Puedes poner más cara de asco? Puedo. Puedo, pero paso.
Si sí. Si tu cadera tiene una cadencia hipnotizante. Si el eco de tus pulsaciones tiene propiedades sedantes. Si tus palabras danzan con la elegancia de las piernas esbeltas de una bailarina de ballet: tanta belleza junta resultaba fácil de beber (ahora deja un regusto a quitaesmalte). Si supiste ejercer la presión justa al experimentarme táctil. Si has sido el centro del escaparate cuatro días seguidos. Si todo eso te lo concedo.
Pero lo cortés no quita lo valiente.
Cosa guapa.

Porque todavía resuena el eco de tu dignidad masculina asegurando que delante de una mujer a la que hubieras besado nunca besarías a otra -y quien dice besar dice bailar el agua porque aquí o jugamos todos o pinchamos la pelota-, hace tiempo que no sentía nada parecido, me atraes muchísimo como persona, de verdad quiero seguir conociéndote, me encantan tus pechos. Que te me caes. Corazón.
Aquí tiran piedras todos menos el que está libre de pecado. Yo te lo agradezco, pero no. Yo, aquí, hoy: no. Esto empezaba a saber demasiado a agua de molino viejo y a escondite inglés y para lidiar con cobardes y jugar a juegos de críos me podía haber quedado en Madrid, apaga y vámonos. Me sé tus cartas a fuerza de haber pedido a mis contrincantes en anteriores derrotas que me mostraran las suyas, por caridad. Me sé tu jodida baraja de memoria porque llevo jugando desde los dieciséis. Tú llevarás desde los doce, pero retirándote de las partidas a medias y con tus reglas. Y lo que es peor: me sé, por todo eso y por un comodín que tú desprecias y que se llaman creencias (las creencias no son dogmas sino respuestas), cuál será tu estrategia. Y que te va a salir el jodido tiro por la culata, tarde o temprano lo verás. Porque un clavo saca otro clavo y a todo cerdo le llega su San Martín.
Qué guapa eres, qué bonita eres, eres una preciosidad.

Y mira que me da lástima, de verdad. Que No signifique traicionarte a ti y a tu circo de galanterías, de palabras, gestos, sudores, prioridades, salidas de tono, paciencias perdidas cuando una mujer te obligaba a hablar. Gracias a ti tengo un corazón más a prueba de bombas y, para qué engañarnos, el sentido del tacto un poco más agudo. Me debes un par de disculpas y unos gramos de plata, pero no me urgen ninguno, tranquilo. Ya vendrán cuando tengan que venir.



Son las siete y dieciocho de la mañana, yo soy una carcajada incrédula y tú eres un jodido fraude.

viernes, 2 de octubre de 2009

These hazards of life never more will trouble us.




La mujer está hecha al frío de ser humana.
Salen (ignoro de dónde)
las nocturnidades espesas de mis cautelas,
que de pronto no hacen más
que arrancarme la vida de cuajo.
Se multiplican demasiado las tinieblas;
las arenas desesperanzadas
de la coherencia
tienen las horas ya disueltas.
Vivir esta letanía
tiene el precio abrigado
por la monstruosidad dócil de la ausencia.


Después de ser dos ya no se puede ser uno.
Tenerte
escrito en cada curva de mí hasta ahora intacta:
la piel que une mis dedos pulgar e índice,
la concavidad de mis axilas,
las espaldas de mis muslos;
cincelado en las esquinas que recorrimos juntos.
Desliza peligrosamente,
igual que una trampa de mermelada,
el pensar que después de haberte tenido puedo no hacerlo.


Tus veintiochos de agosto son soles de membrillo para mi piel tostada.
Y no sé cómo,
pero tú me colmas el ánimo
de susurros dorados,
y la violencia con que este mundo aprieta,
no tiene hueco en tus huellas.
Has salpicado de pinceladas blancas
el muro de hormigón que la vida me había adjudicado.


Tiemblan mis principios de exilio férreo
(mis veinte años sidos a tientas, a expensas, a solas)
ante la certeza de que tu hierba mullida está deseando
ceder ante el ínfimo temblor de recibirme.


Paula Sanz & paulasánchez.

miércoles, 30 de septiembre de 2009

Le jazz et le gin



Concédeme una tarde de jazz; tú, sí, tú, no él, no ningún otro.Digamos que nadie eleva la voz por encima de la nota más perenne, que solo hacemos esto porque estamos condenados a estar solísimos. Puedes fumarte un cigarro, o sacrificar el humo con palabras, me da igual. Te pido únicamente que me cuentes historias, las más torcidas y alcoholizadas, sobre pieles pálidas y cremosas infectadas de tanta sábana sucia. Mientras ahogo mis labios en ginebra, tú sigue, por lo menos hasta que se me duerma todo por dentro, y explícame qué sentido le encuentras a que esto gire, a que el cuerpo se nos vuelva harapiento, a los vínculos partidos por el camino a causa de la pereza intrínseca de ser medianamente humanos. Háblame de quién eres y de quién buscas, perfílame el contorno exacto de tus exigencias, defíneme perfección, y si se termina la música, por favor levántate y pide que toquen otra.

En una tarde de jazz vale casi cualquier cosa, así que rozaré el tercer vaso de ginebra con hambre, la boca hecha arena, los surcos del pintalabios emborronados por todas partes. No vale, en cambio, que me toques en una tarde de jazz de esa manera tan ambigua, con el peso suficiente como para que yo esté tentada a malinterpretarte. Tienes que guardarme la distancia, es más por mí que por tí, porque yo habré bebido con más rabia y con más volúmen que tú, y no quiero perderme. Como mucho, agárrame la mano, y haz que me crea por un momento, que no vas a sujetar ningún hueso como sujetas el mio; no con el mismo amor, y no con el mismo ánimo. Hazme reir muchísimo, porque si el destino último de estas horas juntos es la soledad descarnada, quiero estar repleta de una risa densa y azucarada.
Y cuando ya estemos llegando al final, y yo apenas pueda sostenerme, mírame el tiempo necesario, dime que yo alcanzo a ser lo que deseas, que tu cuerpo le pide al mio sexo a gritos, dímelo: que si tuvieras que querer, sería a mí. No importa que no sea cierto; me conformo con ver cómo sale de tu garganta algo tan maravilloso. Espera a que te sonría de vuelta, a que me tape la boca con la mano derecha, a que te suelte culaquier frase descompuesta y desorientada, y dalo todo por concluído.

No te pido más que esto. Concédeme una tarde de jazz; tú, solo tú, no ningún otro.
Si tengo que lanzarme a vivir en la orfandad de este mundo estropeado, quiero haber experimentado el éxtasis de ser nosotros.






Paula Sanz.



viernes, 25 de septiembre de 2009

For argument's sake.


Il n'y a que des vagues
estrelladas brutalmente contra mis ganas de tener(te);
de camas vacías están llenas las promesas que preferiría no escuchar.

La tua presenza è sempre arrivo, pero casi que
save the best for last,
que quiero tu mullido corazón
y tus ansias azules,
tu esperanza escamosa y dispuesta a caducar.

Ya no recito la displicencia con que me han tratado,
y abro llamas en las cerillas de todas las pieles antiguas,
de todas las que no son tu piel,
porque yo solo preciso la tuya.

J'ai besoin d'un tremblement de terre bien que ça me fait mal;
yo quiero notar(te) y arrugarme la voz de tanto lanzarla al aire.
El mundo no debería perderse
el instante ilimitado de nuestro jadear.

¿Qué es esto, sino un amor decente, desprovisto de ornamento?
Dime,
¿qué es entonces este minúsculo pulsar renacido desde dentro?

Cómo me hostiga la sangre saber
que you reconciled the acrimony in my life
from the very moment you said goodbye.




Paula Sanz.

viernes, 18 de septiembre de 2009

Irse

lo deja a uno en estado de excepción.


Las tropas de la Lejanía (armadas hasta las trancas de ausencias sorprendemente profundas, soledades fuertemente acusadas y diferencias inicialmente irreconciliables) sitian al que parte, despojándolo de su derecho a una llevar una vida digna, a sustituir el concepto de hogar y a experimentar el placer de saberse habitual. (De puro frecuente, este despojo ha acabado por aceptarse como algo casi natural; algo así como la corrupción). Si ocurre así es porque el sentimiento de vulnerabilidad y de mudanza emocional se han abalanzado literalmente sobre el individuo, quien, impotente, siente avanzar su cuerpo entre una explosión de rostros etruscos y mensajes indescifrables, cada uno de los cuales es la mina que pisará un niño, el fusil que rompe la tregua. Esta noche ha habido un número de bajas notable, mi coronel, fue el resumen del combate librado las últimas horas del catorce de septiembre. De él apenas quedan las trincheras ya, pero las trincheras son perennes.

Libremente en el estómago de uno marcha la milicia del Desubicamiento. Se trata de un ataque sin cuartel, en particular los primeros segundos de la primera noche (la primera de las doscientas ochenta y ocho) que uno experimenta (porque el sentirse desubicado resulta de la suma de un cúmulo de sensaciones indefinibles) tumbado en una cama con la que establece una relación de desconocimiento limitado, la certeza de un aclimatamiento cuya localización en el tiempo se antoja altamente impredecible.

Los enseres de uno se acomodan torpemente a la habitación como si fuesen parte del mismo uno que viste, calza y se siente inhumanamente lejos de casa. A los diccionarios, los vestidos y el icono de Taizé les cuesta y se les nota. Los unos descansan en baldas ajenas y necesitan su tiempo para criar polvo a gusto; los otros, que todavía creen que se trata de una estrategia temporal ante un ataque imprevisto, cuelgan de un armario improvisado con aires de camerino (colgarán con los hombros decaídos, míseros ellos, cuando se dén de bruces con los nueve meses de batalla); el icono no termina de encontrar su sitio entre el salón y el dormitorio, donde se retira humilde de las contiendas por el espacio contra el piano y las maletas, respectivamente. La casa, vacía, respira una nocturnidad azuloscuracasinegra tan solo interrumpida por las luces intermitentes de los locales bajo nuestro primer piso.

Afuera, Niza late inherente a sí misma, pactando alianzas con las motos capitaneadas por mujeres en tacones, acordeones con una gorra salpicada de monedas en frente, boulangeries prohibitivas, playas de guijarros, contraventanas de colores y burocracia altanera (todo ejército tiene un traidor) que la obligan a capitular con abordajes camuflados: son en realidad la más punzante artillería al servicio de la ciudad que condecora con un profundo sentimiento de extranjería a aquellos, pobres civiles, que le rogan alto al fuego.


*


Dès lors, tout s'agite: les idées s'ébranlent comme les bataillons de la grande armée sur le terrain d'une bataille, et la bataille a lieu. Les souvenirs arrivent au pas de charge, enseignes deployées; la cavalerie légère des comparaisons se développe par un magnifique galop; l'artillerie de la logique accourt avec son train et ses gargousses; les traits de l'esprit arrivent en tirailleurs; les figures se dressent; le papier se couvre d'encre, car la veille commence et finit par des torrents d'eau noire,comme la bataille par sa poudre noire.

Traité des excitants modernes,
Honoré de Balzac.

lunes, 14 de septiembre de 2009

My beautiful letdown.


Existen unos labios que no deberían, pero han. Hay un cuerpo que no quería, pero sí. Sucede que ya no, pero antes. Vive una persona que sabe, pero y qué. Pasa que era obvio, aunque quizás. Ocurre que es punto y final, no seguido. Existe una voluntad que se estaba curando, y no. Hay una envergadura en todo esto que se intuía pequeña, no gigante. Qué mal colocadas las palabras, seguro. Qué desastre cortarse con el cristal tan temprano, aunque a tiempo. Habitan rabias hinchadas, si bien no estallan. Zozobran mis intenciones estúpidas, y es cierto. Hay cosas que se embellecen si son breves, como ahora. Pasa que escuece, aunque no importa. No decae la alegría, pese a que. Es demasiado valioso lo que queda, y basta. Así es y así pasó, sin embargo. Igual una risa menos y una gesto más, pero nada. La ingenuidad es dura de roer, he entendido. Hubiese sido distinto, que no equivocado. Hubiese sido, pero no. Si es aprensión, impresión, recelo u hombría a destajo, quizás comprendo. Si son motivos emborronados, entonces no. Yo como causa y causante, como siempre. Existe ahora un día a día más turbio, aún sobreviviendo. Hay algo incorpóreo en mis ojos, que no lágrimas. Se asume, sí. Quedan las historias leves así, leves. Quedan mis oídos cerrados ante esperanzas baratas, por ejemplo. Quedo yo, igual que antes. I think I just heard you say stop, he dicho.




Paula Sanz.

domingo, 13 de septiembre de 2009

La gloire de Dieu c'est l'homme vivant.




Cuando un dios se queda sin fieles sigue existiendo, ¿verdad?
¿Los dioses vagan por el todo, por la nada o se quedan toda la eternidad en su trono de oro o madera roída?
¿Se picarán entre ellos?
¿Se debatirán entre la posibilidad de dejarnos caer alguna pista de que hay algo ahí detrás para mitigar el desasosiego de los atormentados mortales y la obligación de envolver a la muerte con su halo de misterio negro?
¿Es fisiológicamente posible que un dios dude?
¿Será la muerte como un lobby que tiene a los dioses comiendo de su mano y es por eso que no nos han revelado nada nunca sobre ella?
Si la muerte es mujer en español y hombre en ruso, ¿tratará diferente a sus víctimas según la lengua en la que estas hablen?
¿Somos víctimas, clientes o un mero trámite burocrático?
¿Podremos elegir nosotros a nuestro dios o antes de que nadie nazca se le adjudica uno?
¿Los dioses tienen derecho a huelga?
¿La vida que nos tiene guardada cada dios detrás La Puerta es la misma para todos?
¿Tendrán los hindúes envidia de los cristianos, que los tiran pipas desde las nubes del Reino de los Cielos mientras se van reencarnando en elefante, piedra, eritrea condenada a morir a los 25 con tres niños a sus espaldas o multimillonario suizo a lo largo de la eternidad?
¿Los dioses tienen obligación de facilitar hojas de reclamaciones?
¿Los dioses amanecieron un buen día omnipotentes, existieron siempre sobrenaturales o han llegado a donde están ahora porque han tenido más tiempo que nadie para seguir cursos de formación?
¿Somos el practicum de los dioses?
¿Les gustará que les hablemos de tú?
¿Tendrán nombres propios o firmarán todos como “Dios”?
¿Se pondrán en No Conectado cuando estén hasta los Mismísimos de recibir peticiones?
¿Qué sienten? ¿Lo que nosotros sentimos por las personas a las que queremos con locura es apenas un pellizquito del Amor que ellos sienten por su propia creación? ¿O es el amor humano el más inmediato y por tanto el más real, por la sencilla razón de que podemos palparnos, sentirnos, adentrarnos los unos en los otros?
¿Envidian?
¿Lloran?


¿Son?
paulasánchez

jueves, 10 de septiembre de 2009

CrushCrushCrash.

Enero de espumas grises y vientos celestes,
del encierro y esta vez, del no saber que no.
Eres enero cuando me siento herida de huído amor.

Febrero que cae como el alma a mis pies;
la gelidez de la misericordia la inhabilita y ya no sana.
Febrero serás y eres, tendrás y tienes, asumiré y asumo
si machacas mi esperanza.

Explotas como marzo,
entre un silbido floreado y la tierra que plañe;
llegas a mí,
descuartizado en tu vorágine,
y de mi mano la tuya nace.

Abril, qué larga es la soledad de celebrarte
sin tu dueño conmigo;
agua de mayo encuentro en la retaguardia de tus palabras.

Me balanceo como junio
en la ignorancia de quien no posee lo que le tienta.
Mecida por los aires difíciles, eres junio en todas mis letras.

Julio de paciencia virtuosa, de escalones hacia agosto,
que es más yo que mi vida entera.

Desgastado como septiembre es tu silencio sobre mi almohada;
desteñida de pieles en líneas de bronce,
eres septiembre cuando pienso en mañana.

Octubre, porque aún no aborda y viene sucio;
no más noviembres como los existidos en falso.

Diciembre para hacer de las torturas, sacrificios;
para ser desobediente, arrebatado.
Diciembre para izarnos, para no ablandarnos.
Diciembre para no cometer el error de destrozarlo.



Paula Sanz.

lunes, 7 de septiembre de 2009

Inquedanzas.



Mira que me duelen tus vacíos
(mucho más que tus presencias) cuando estoy con otro y antes de acostarme,
mira que ayunas mis excesos y mira que me jode acostumbrarme
a tus besos como escalofríos.

Mira que resbalan tus dos mares:
yo lanzo mis anclas desde tierra y ellos orgullosos las desprecian.
Anda y déjate de juegos, que mi marejada no es de las que arrecian
ante salitres imberbes, y lo sabes.

Mira que me hace flaco servicio
que tu carne descanse de otra carne, que tus brazos queden ociosos,
y aun así no vayan en busca del enclave convexo (hoy ojeroso)
que para ellos reservan los míos.

Mira que eres torpe, corazón
(te lo dice quien de noveles como tú tiene cementerios llenos),
cuando ansian que les pertenezcas pestañas, piernas, caderas, senos;
que resultas hombre cuando no.

Mira que me cuesta no juzgar
la agonía barata de tus esfuerzos y tus disculpas distraídas,
la lontananza de tus socorros, el insulso vaho de nuestras vidas
(cuando "nuestras" aún se podía usar).


¡Ay de ti, canalla, si
tu ausencia ambulante, tu mirada impermeable, la saliva misérrima, la tenencia cualquiera, tanta hombría petulante, mis manos cojas, los abrazos huérfanos, el sudor que te expía, el calor unidireccional y el condicionante de tu manera de existir reverberaran en un crisol de humanidad satisfecha
y no salpimentaran a tu gusto!





paulasánchez

Outside Woman Blues


Venimos con las manos vacías, y con las manos vacías nos marchamos.

Y eso nunca, nunca debería olvidársenos. Así que, si un día amaneces y casi te da miedo articular el cuerpo, recuerda que tú eres lo mejor que tienes, que no hay absolutamente nada imprescindible excepto lo que supones para tí (para el resto, para nadie). Cuando haya horas como las de hoy, como las mías, pero seguro que también como las tuyas alguna vez, en algún oscuro momento de silencio que nunca compartes, por favor cultiva el desapego. Aferrate a él con todo lo que encuentres, alimentate de eso, de mala manera, de bruces contra el mundo, pero hazlo, y prométemelo, porque no consiento que falles como fallo yo con esto. Porque si confundes el afecto con el apego, si de verdad lo ves como yo lo hago, como un nudo rocoso que no se suelta, como una cuerda que levanta la carne, y lo permites, te costará vivir, y ya es suficiente cargar con la responsabilidad de estar aquí y ahora como para acumular fardos. 

Porque no es lo mismo apreciar que necesitar, no se tiñe la tristeza igual que no se descuelgan los errores, no debería dejarse el amor para última hora, cuando el futuro ya está hecho. No se debería querer a destiempo, como un deber en vez de como un milagro en equilibrio, y sin embargo, pasa. Pero tú estás a tiempo de hacerlo bien, de lanzarte al mundo con una embestida humanamente ilícita y perfecta, si me escuchas y comprendes que aún tienes el retorno bajo tus pies.

Hay carencias del alma, desperfectos de la sangre, que me llevan a engancharme a otros, sin sentido, con sentido a veces, que me hacen imposible responder exclusivamente por mí. Por eso, desde lo más profundo de este defecto, desde aquí, que es donde estoy ahora, donde estaré próximamente, creéme cuando te digo que


tú eres lo único que falta en tu vida.




Paula Sanz.