martes, 28 de diciembre de 2010

Il sapore acido della parola (Te preceduta da) Senza.


Creo (que no es ni por asomo lo mismo que afirmo) que has hecho bien en ir para dejarte la piel. En ir para darte íntegra, sin límites ni condiciones. Creo (e insisto en la vacilante naturaleza de creer) que has hecho bien en ir, para quedarte en Milán. Porque lo que ha vuelto no es lo que se fue. You were never the kind who if onlys her life away.

Creo que haces bien en llorar. Porque cada lágrima es una huella y las huellas prueban que has andado. Dime para qué querría nadie una senda intacta. Dime si volverías sobre tus pasos y despojarías una catedral de los símiles con formas de mujer, los cientos de rincones de la indistinguible mezcolanza española de amor y ebriedad, tu lengua materna de los abordajes de la italiana. Don’t regret you got your fingers badly burnt: be glad your hand was eager to approach the fire.

Así que vete, Paula, vete lejos, vete detrás de él, bébete los océanos si crees (no hace falta estar siempre seguro de todo) que vale la pena. Vete a dejar a Góngora a la altura del betún y boquiabiertos a catedráticos extranjeros a golpe de verso libre, en el orden que prefieras. Vete a demostrar a quienes te daban por sentada que se han quedado irrisoriamente cortos. Pull out all the stops. O rehazte a Madrid y llora. Quédate dentro y cierra las ventanas, como un día escribiste. Vístete de luto por la pasión que te viene de raza, por las páginas que vas a llenar de estrofas infectas, por la palabra distancia y por el género que compartís. Start with a clean sheet. I've got aplenty for you.
Tienes derecho a hacer con tu vida lo que te dé la realísima gana a partir de ahora, porque ya has dado la talla todo lo que debías y más. You have the right to call it a day.


paulasánchez

domingo, 26 de diciembre de 2010

Enlighten me.


The Persian nature of your name has lulled my common sense

to rest in luscious aftertastes of dates and saffroned scents.



I’d fingercomb your every curl,

tousled as they might be,

unhurriedly describe their whirl

—and set my hands unfree.


I’d sip your eyelids –blind you mine–

in quest of the serene

blue-gray waters that rest behind

wreaking havoc on me.



Prosaic words (tasteless casualties of vapid talk) rejoice,

brimful of honeyed subtleties, when smothered in your voice.



I’d trace the enticing pathway from

your eyebrows to your nose,

my breath and fingertips agog

over your leaning close.


I’d pour us forth—

I’d breathe you in—

I’d learn –by touch– by heart the unshaven pleasure of your skin

faltering woulds apart.




Droughts of a man [your dearth] wither by half the word woman.

I dry

[for no Eastern zithers play along sere jasmines].


paulasánchez

miércoles, 17 de noviembre de 2010

Réquiem por un intento.


Una elegía me manda hacer mi orgullo
in memoriam a ti y a tu cortejo
de huidas sine die y ex professo,
de mea culpa impropios e inconclusos,

de desapariciones ex abrupto.
Ahora (quede inter nos mi regodeo)
queréis un bis tardío del concierto
tú y tu concepto de Do ut des caduco.

Volaverunt los días de miseria.
-Facta, non verba -espeta, receloso,
el rigor mortis de mis apetencias-.

A persona non grata, oídos sordos.
Gracias por insistir pero Delenda
est Carthago
(quiero decir, nosotros).

paulasánchez

domingo, 14 de noviembre de 2010

L'amour est enfant de Bohême.


Para tí
todos mis días felices,
con su pálpito de cuenta atrás,
con su regusto a especias
y su olor a enjambre y a panal.
Para mí
todos mis días felices,
sin esas sombras iracundas,
sin pobreza en las costuras,
sin locuras diseñadas por satán.

Por tí
las cinco capas de mi piel
y lo que gustes,
la esperanza en la tangencia,
el deseo atemporal.
Por mí
que se tuerzan
los puntos cardinales,
violentar los labios
y siempre, siempre recordar.

Sin tí
a lo mejor me desmenuzo,
vomito al cielo
su juego sucio,
friego triste tu huella vital.
Sin mí
dímelo tú qué pasaría,
brecha de agua
o caminos de avaricia;
lamer tristes nuestra huella mortal.


Paula Sanz.

martes, 2 de noviembre de 2010

Thou shalt come adrift.


Mira que somos los dos más madrileños que los barquillos en San Isidro, pero no ha habido manera de contener un par de lagrimillas mientras exhalábamos vaho sentados en el suelo del balcón, cada uno apoyado en una contraventana azul. Bueno, las lagrimillas (léase goterones) corren a mi cuenta: él se ha quedado callado sin atreverse a mirarme. No vamos a ser nosotros quienes contradigan las tendencias españolísimas a la hipérbole cuando nimio y viceversa, a los cánones de género, al teatral por defecto. La cosa está en que me voy. Bueno, o más bien en que yo vuelvo y que a él poco le queda. A los dos nos encanta Madrid y sin embargo ahí han estado nuestras retinas cantando saetas.

Que para saetas, las que van a atravesarme el donaire capital cuando ponga un pie en la misma. Sabemos los dos, yo más que él, que la manera de ser a la que hemos dado cuerpo en unas coordenadas espacio-temporales dadas aguanta en pie lo que su plazo perentorio. Que yo soy y padezco de equis manera aquí pero que fuera de los corchetes de la ecuación equis no tiene sentido. (Que reprimir las ganas de sustituir “fuera de los corchetes” por hors crochets, pese a la certeza de que lo expresarías más rápido y mejor, va a durarnos dos telediarios porque el francés, como los metales y las ganas de vivir a contrarreloj, tiene tendencia a oxidarse.) Tomar conciencia de que estás a horas de que se desencadenen los primeros síntomas de corrosión y, lo que es peor, de que no tienes derecho a señalar culpables porque el billete de vuelta lo reservaron tus manos y lo sufragó tu bolsillo, te deja la boca seca. Por eso me oigo decir a Javi que el problema no es no estar; es volver. Y él asiente, manteniendo la faz derecha de su rostro pegada a la almohada, los ojos cerrados, el semblante indefinido; como si quisiera derribar mis verdades como puños con su indolencia.

Lo duro, prosigo, y me noto hablar a trompicones: pronunciar una frase es descobijar una certeza, descobijar una certeza (catar su deje amargo) es pisar una mina, y así sucesivamente. Lo duro no va a ser desacostumbrarte a oír erres velares, a hilvanar con acentos agudos todas las palabras, a coger el metro en vez de alquilar una bicicleta. Ni echar de menos un concepto de la religiosidad sui generis: que el nombre de la laicidad sea santificado y las huelgas de la red de ferrocarriles, el pan nuestro de cada día. Ni lijar la agudeza de una conciencia ciudadana que paradójicamente es concienzuda y es ciudadana, siendo el segundo sustantivo, de puro contundente. Ni dejar de encontrar material para escribir largo y tendido en la esquina de cada bulevar, en la tendencia local a la elegancia por defecto, en la abundancia de encuentros fortuitos (más que encuentros, colisiones). A veces arrasa con mi tendencia a las quimeras un cierto espíritu pragmático espetándome que si no tengo nada con lo que alumbrar al mundo, deje en paz las candilejas, y esta es una de ellas.

Lo insoportable va a ser invertir el signo. La naturaleza residual del movimiento. Obligarte a frenar la vorágine. Exigir sensatez a las taquicardias y creerte que no por ello estás extirpándole su sentido al verbo vivir, sino dotándolo de uno diferente. Cuesta arriba se va a hacer rebajar las expectativas para con los otros y con uno mismo: no mantener conversaciones en cinco idiomas simultáneamente y rodearte de personas que considerarían irrisorio el extraer placer de algo así. O mismamente la insultante facilidad de palabra que te otorga el hecho de que, por algún motivo inexplicable, el azar ha querido que tu lengua materna y la tierra que pisas se correspondan. Hercúleo va a ser no rechazar categóricamente el regazo de los orígenes cuando las estadísticas reflejen que estamos en las de siempre, cuando me invada la sensación de que todos a mi alrededor hablan a volúmenes insostenibles, cuando me hayan expropiado Madrid de puro retocada, de puro bulliciosa, de puro magnánima. Vergonzoso, por decirlo finamente, matar los impulsos de condescendencia. Verse venir a uno mismo es de las sensaciones menos gratificantes y al mismo tiempo más reincidentes que existen.

Entre el revuelo de sábanas que levanta mientras se da la vuelta y reajusta su postura oigo murmurar a Javi una ristra semi-inteligible de lecciones cañís: menos gritos, Milagritos, el reloj de la Gare Thiers resta segundos a mis reyertas con la regularidad indolente de quien despacha documentos a golpe de matasellos; a camino largo, paso corto, si tengo los miedos agrupados en caballerías avanzando a paso ligero por mis lizas particulares; y que te lo quiten, que se atrevan a quitártelo, el qué, Javi, lo bailao, Paula, lo bailao.

paulasánchez

lunes, 20 de septiembre de 2010

(Tu) ropa en noches de luna escueta.

Milano.


Así ha querido ser
y así ha sangrado,
la plena luz de la noche escueta
talladita a los huesos de la cadera,
deleitada en el perfil del nervio.

Las voces tibias
que se ramifican para morir
en la blanda lucha de la inercia;
segregar con los labios catapultas.

Rotunda la esperanza
de expurgar las llagas, la desnutrición.
El acoso, el derribo,
ir al amor como a una guerra,
bautizarse en el reclamo de vivir.

Y ya sabía
del tiempo como mañana,
del abandono del camino del ayer.
Así he querido ser
y así ahora ando.
Eterna fidelidad a la gloria,
la cama jugosa,
los ríos de piel.



Paula Sanz

lunes, 13 de septiembre de 2010

A punto de caramelo.




[El suyo no es nombre de tango (ni de hombre); es más bien rock blues acunado bajo la noche cerrada de la stracciatella condensada.]


Descubrir que no queda ropa interior en los cajones, la pobreza desinhibida de quien solo tiene para beber. Caminar por un país cercano donde ninguna cosa te recuerda a casa. Tener, por lo tanto, que construirte una en mitad de Via Muratori, en frente de Mondadori: Libri e DVD. Las macetas con geranios, las bicicletas oxidadas porque un día, aquí no dejará de llover. Los surcos de los charcos antiguos en el asfalto, el amor hasta en la esquina del mantel, esperarte en Porta Romana, y que llegues con Amaro para compartir entre seis. Que me roben flores gigantes artificiales a las dos de la mañana después de comer tarta de manzana y que me agarres como si fuera sin querer. Dos euros y medio por un manjar y gratis los viajes en tranvía, pizza al forno y couture en las vitrinas. Los ruidos nocturnos no reconocibles, responder al móvil diciendo Pronto?, dibujar en tus costillas el Duomo, pensar en si estarías si te dijera ven.


[El otro no es nombre de mujer; es más bien cabello miel con vino tinto, labios de calle, muslos de acertijos y vaivén.]


Abrir la puerta de hierro forjado en pijama de rayas pero las pestañas pintadas, ver películas italianas mientras te espío por el rabillo del ojo las piernas desnudas y las curvas del pie. Ser capaz de inventar un orgasmo, escribirlo y plasmarlo, pero huir cuando noto que va a suceder. Caer del cielo todos los días y no hacerme daño, aprender a comprar medias en idioma de manos. Sugerirte un tatuaje y rozar tu rodilla, redactar en promedio cincuenta y cuatro líneas, congelar en tus cojines mi colonia y mi fe. Escuchar las historias de quien se cruza en mi camino, mojar pan y repetir de vino, limpiarme las comisuras de las sangres pasadas con la euforia y la candidez. Ser el lamido del lamido humano, ser balbuceos, bucles, jabón y calambres sanos. Marcar con saliva tus pasillos y el rencor.

Vamos, que la ciudad nos pide a gritos, que cubrirnos con fantasmas no disuelve los vicios, vamos, que no quiero que se me escarche la piel.




Paula Sanz

miércoles, 18 de agosto de 2010

Las malas hierbas.


El alcohol, ocho euros con sesenta y ocho que al final se quedan en siete y medio la hora, cenar fuera de casa, la bisutería étnica a propósito, la fecha de devolución del depósito de garantía, la imagen [una generación de niñás idénticas], dejarte subir en las escaleras mecánicas de la Gare de Cannes dándote cuenta de que ahora tú también formas parte del rebaño somnoliento que acude a cumplir una función en la colmena a las seis de la mañana, la negativa automática a tiempo al tiempo, la sobrevaloración de la universidad, el desgarro atronador concentrado en la i griega y la a que completan el término Ya, el cainisimo del Ahora, su ligadura al Yo, el despotismo disfrazado de democracia, las gorras de limosna vacías a la puerta de centros comerciales (las ganas de vomitar).

- Profe, yo quiero ser como tú, quiero ser blanca.

Las bolsas de Zara en papel reciclado, los envases de maquillaje caducado, pactar con la casera un el presupuesto de luz y agua a principios de mes, tu mano entre mis piernas, devolver los excesos a finales, la existencia injustificable de ciertos cigarrillos, tu pasado, las otras, ¿Suprimir mensaje? Suprimir todos los mensajes, los ojos rojos por la mañana, el bar de alterne de la insuficiencia, la imagen [quítate la ropa y dime en qué te quedas], el día cinco de cada mes, pensar en hacer la revolución mientras oyes a tu cuerpo pronunciar voilà son café au lait monsieur, recordar cuando tirabas las medias al mínimo descosido (mirarte al espejo y sentirte un puto retal).

- Profe, llévame a España contigo.

Las casas francesas que combaten los signos de fatiga y de envejecimiento, las horas vacías, los celos, el binomio querer necesitar, las básculas, los signos de interrogación que abrazan mi derecho a los juicios de valor, los gajes del oficio: las manos cuarteadas, la espalda derrotada, los pies ansiando recuperar su descalza naturaleza, mi bello perfil de cariátide sustentando el sistema capitalista, la imagen [las leyes gravitatorias que atraen tu totalidad en torno a una sustancia polvorienta y blanquecina: el placer visual], la lucha de clases declamada por un sindicato español, rozarte una llaga y la consciencia certera de que tan solo se trata de la punta del iceberg, el gusto por la demasía, volver a casa sin ti, fumar sin estar acompañado, no sentir un ápice de interés por las vidas ajenas que se exhiben en facebook (la tuya incluida).

- ¿Tú qué quieres ser de mayor?
- Yo, profe, turista.

Las cifras del paro en tu país de origen, los contras, versus y demás palabras esclavas del sistema meritocrático, el pensar en ti ebria, la degradación interna, las tres tarjetas de crédito, los atentados publicitarios, el lunes empiezo, los suelods congelados y los sueldos vitalicios, la exaperante tendencia humana a los celos y la celosía, la familia léxica del verbo exigir, el miedo a acabar solo, el epíteto depredador que todo lo califica, las prerrogativas, los padrenuestros dichos deprisa y corriendo, los tacones sin tapa, los taxis por pereza, tu espalda la noche en que claudicaban mis adentros físicos y metaforícos, la gula, la marginación, el consumo por amora al arte, el desdén, los escaparates y demás superficies reflectantes en los que uno se busca sin cuartel, el empobrecimiento cultural, el y después ¿qué? (la flaqueza de los despueses).

*

Los deberes como ciudadano. La legañas de la conciencia occidental. La ironía de la etiqueta en vías de desarrollo. El deber como obligación y no como voluntad. El lastre de la decencia. La proliferación de las excusas sobre las explicaciones. Las malas hierbas (el miedo a estar enzarzado). La certeza de que solo tienes un cuerpo y una vida y los estás sembrando de minas.
paulasánchez