domingo, 4 de marzo de 2012

Inglorious vices of the upper hand.

Tahrir, 2011. Y. Behrakis (Reuters)

Mischief

Yo no lo sabía, pero al parecer en la fiesta de Libia europea sin previa consulta desde el cuarenta y siete no se presentaron solo Francia e Italia sin invitación. Francia quiso hacer los honores como primero de la clase europea en acción exterior, dado que en economía ya le habían quitado la primera fila. Esto último lo sabía porque la prensa europea lo contó, y si lo hizo fue porque los departamentos de comunicación del entramado de instituciones europeas habían dado el «sí, quiero» previamente. 

‘Gaddafi reached power through a bloodless military coup and fostered this sort of heroic and revolutionary aura around him by setting of the Revolutionary Committees, wandering around the desert setting up tents, and, you know, that sort of   embarrassing stuffActually, he was a pretty good-looking chap.’ Algunos de los hombres de la sala alzan las cejas, sorprendidos. Antropológicamente, resulta interesante ver a una mujer hacer una presentación sobre el papel de la OTAN en Libia. 

Cynicism

Yo sabía también que, sobre las ocho de la tarde UTC/GMT +1, Roma, hora europea se mire por donde se mire del domingo veinte de marzo de 2011, media docena de unidades de la aviación italiana habían despegado de Sicilia rumbo a la zona de exclusión aérea OTAN, donde lo europeo tiene cada vez menos peso, dado el bulto encogido de nuestros bolsillos. Saldría en los periódicos que oh Francia, que oh ahora Italia y que ¡ay de Europa! si, pero pasaría inadvertido que, desde una base en la parte oriental de la isla, le acompañarían F-16 daneses. Nadie sabe cómo, pero la población civil libia se llegó a enterar de la proximidad de munición europea: la recibió de lleno.

‘How come Danish F-16s showed up like out of the blue?’ ‘Yeah, well –se despereza− we were a bit short of money at that time and Danes were pretty much gagging for some action. I truly cannot fathom out how those aircrafts dawned at their bases.’ Acto seguido el ácido de las carcajadas empieza a carcomer las paredes de la sala.

Flamboyance

Yo no lo sabía, pero lo aprendí con moño alto, collar y chal sobre vestido, con la copa de vino apenas sorbida (a mí ni siquiera me gusta el vino, pero una ley no escrita dicta que a los hombres se les deja beber Heineken y las mujeres han de ir tinto en mano) posada en la mesa de nogal lustrado que alguien tuvo que limpiar de nuestros restos después, mientras uno de los hombres que autorizó la venta le anima la tarde del viernes al personal. La araña que pende del techo llega a vibrar ligeramente con la algazara. Le bailan los galones del uniforme a un ritmo decreciente, proporcional a la pérdida de intensidad de su carcajeo.

paulasánchez

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