miércoles, 29 de diciembre de 2010
In the name of the best within us.
martes, 28 de diciembre de 2010
Il sapore acido della parola (Te preceduta da) Senza.

Tienes derecho a hacer con tu vida lo que te dé la realísima gana a partir de ahora, porque ya has dado la talla todo lo que debías y más. You have the right to call it a day.
domingo, 26 de diciembre de 2010
Enlighten me.

The Persian nature of your name has lulled my common sense
to rest in luscious aftertastes of dates and saffroned scents.
I’d fingercomb your every curl,
tousled as they might be,
unhurriedly describe their whirl
—and set my hands unfree.
I’d sip your eyelids –blind you mine–
in quest of the serene
blue-gray waters that rest behind
wreaking havoc on me.
Prosaic words (tasteless casualties of vapid talk) rejoice,
brimful of honeyed subtleties, when smothered in your voice.
I’d trace the enticing pathway from
your eyebrows to your nose,
my breath and fingertips agog
over your leaning close.
I’d pour us forth—
I’d breathe you in—
I’d learn –by touch– by heart the unshaven pleasure of your skin
faltering woulds apart.
Droughts of a man [your dearth] wither by half the word woman.
I dry
[for no Eastern zithers play along sere jasmines].
paulasánchez
miércoles, 17 de noviembre de 2010
Réquiem por un intento.
Una elegía me manda hacer mi orgullo
in memoriam a ti y a tu cortejo
de huidas sine die y ex professo,
de mea culpa impropios e inconclusos,
de desapariciones ex abrupto.
Ahora (quede inter nos mi regodeo)
queréis un bis tardío del concierto
tú y tu concepto de Do ut des caduco.
Volaverunt los días de miseria.
-Facta, non verba -espeta, receloso,
el rigor mortis de mis apetencias-.
A persona non grata, oídos sordos.
Gracias por insistir pero Delenda
est Carthago (quiero decir, nosotros).
paulasánchez
domingo, 14 de noviembre de 2010
L'amour est enfant de Bohême.
martes, 2 de noviembre de 2010
Thou shalt come adrift.
Mira que somos los dos más madrileños que los barquillos en San Isidro, pero no ha habido manera de contener un par de lagrimillas mientras exhalábamos vaho sentados en el suelo del balcón, cada uno apoyado en una contraventana azul. Bueno, las lagrimillas (léase goterones) corren a mi cuenta: él se ha quedado callado sin atreverse a mirarme. No vamos a ser nosotros quienes contradigan las tendencias españolísimas a la hipérbole cuando nimio y viceversa, a los cánones de género, al teatral por defecto. La cosa está en que me voy. Bueno, o más bien en que yo vuelvo y que a él poco le queda. A los dos nos encanta Madrid y sin embargo ahí han estado nuestras retinas cantando saetas.
Que para saetas, las que van a atravesarme el donaire capital cuando ponga un pie en la misma. Sabemos los dos, yo más que él, que la manera de ser a la que hemos dado cuerpo en unas coordenadas espacio-temporales dadas aguanta en pie lo que su plazo perentorio. Que yo soy y padezco de equis manera aquí pero que fuera de los corchetes de la ecuación equis no tiene sentido. (Que reprimir las ganas de sustituir “fuera de los corchetes” por hors crochets, pese a la certeza de que lo expresarías más rápido y mejor, va a durarnos dos telediarios porque el francés, como los metales y las ganas de vivir a contrarreloj, tiene tendencia a oxidarse.) Tomar conciencia de que estás a horas de que se desencadenen los primeros síntomas de corrosión y, lo que es peor, de que no tienes derecho a señalar culpables porque el billete de vuelta lo reservaron tus manos y lo sufragó tu bolsillo, te deja la boca seca. Por eso me oigo decir a Javi que el problema no es no estar; es volver. Y él asiente, manteniendo la faz derecha de su rostro pegada a la almohada, los ojos cerrados, el semblante indefinido; como si quisiera derribar mis verdades como puños con su indolencia.
Lo duro, prosigo, y me noto hablar a trompicones: pronunciar una frase es descobijar una certeza, descobijar una certeza (catar su deje amargo) es pisar una mina, y así sucesivamente. Lo duro no va a ser desacostumbrarte a oír erres velares, a hilvanar con acentos agudos todas las palabras, a coger el metro en vez de alquilar una bicicleta. Ni echar de menos un concepto de la religiosidad sui generis: que el nombre de la laicidad sea santificado y las huelgas de la red de ferrocarriles, el pan nuestro de cada día. Ni lijar la agudeza de una conciencia ciudadana que paradójicamente es concienzuda y es ciudadana, siendo el segundo sustantivo, de puro contundente. Ni dejar de encontrar material para escribir largo y tendido en la esquina de cada bulevar, en la tendencia local a la elegancia por defecto, en la abundancia de encuentros fortuitos (más que encuentros, colisiones). A veces arrasa con mi tendencia a las quimeras un cierto espíritu pragmático espetándome que si no tengo nada con lo que alumbrar al mundo, deje en paz las candilejas, y esta es una de ellas.
Lo insoportable va a ser invertir el signo. La naturaleza residual del movimiento. Obligarte a frenar la vorágine. Exigir sensatez a las taquicardias y creerte que no por ello estás extirpándole su sentido al verbo vivir, sino dotándolo de uno diferente. Cuesta arriba se va a hacer rebajar las expectativas para con los otros y con uno mismo: no mantener conversaciones en cinco idiomas simultáneamente y rodearte de personas que considerarían irrisorio el extraer placer de algo así. O mismamente la insultante facilidad de palabra que te otorga el hecho de que, por algún motivo inexplicable, el azar ha querido que tu lengua materna y la tierra que pisas se correspondan. Hercúleo va a ser no rechazar categóricamente el regazo de los orígenes cuando las estadísticas reflejen que estamos en las de siempre, cuando me invada la sensación de que todos a mi alrededor hablan a volúmenes insostenibles, cuando me hayan expropiado Madrid de puro retocada, de puro bulliciosa, de puro magnánima. Vergonzoso, por decirlo finamente, matar los impulsos de condescendencia. Verse venir a uno mismo es de las sensaciones menos gratificantes y al mismo tiempo más reincidentes que existen.
Entre el revuelo de sábanas que levanta mientras se da la vuelta y reajusta su postura oigo murmurar a Javi una ristra semi-inteligible de lecciones cañís: menos gritos, Milagritos, el reloj de la Gare Thiers resta segundos a mis reyertas con la regularidad indolente de quien despacha documentos a golpe de matasellos; a camino largo, paso corto, si tengo los miedos agrupados en caballerías avanzando a paso ligero por mis lizas particulares; y que te lo quiten, que se atrevan a quitártelo, el qué, Javi, lo bailao, Paula, lo bailao.
paulasánchez
lunes, 20 de septiembre de 2010
(Tu) ropa en noches de luna escueta.
Milano. |
lunes, 13 de septiembre de 2010
A punto de caramelo.
[El suyo no es nombre de tango (ni de hombre); es más bien rock blues acunado bajo la noche cerrada de la stracciatella condensada.]
Descubrir que no queda ropa interior en los cajones, la pobreza desinhibida de quien solo tiene para beber. Caminar por un país cercano donde ninguna cosa te recuerda a casa. Tener, por lo tanto, que construirte una en mitad de Via Muratori, en frente de Mondadori: Libri e DVD. Las macetas con geranios, las bicicletas oxidadas porque un día, aquí no dejará de llover. Los surcos de los charcos antiguos en el asfalto, el amor hasta en la esquina del mantel, esperarte en Porta Romana, y que llegues con Amaro para compartir entre seis. Que me roben flores gigantes artificiales a las dos de la mañana después de comer tarta de manzana y que me agarres como si fuera sin querer. Dos euros y medio por un manjar y gratis los viajes en tranvía, pizza al forno y couture en las vitrinas. Los ruidos nocturnos no reconocibles, responder al móvil diciendo Pronto?, dibujar en tus costillas el Duomo, pensar en si estarías si te dijera ven.
[El otro no es nombre de mujer; es más bien cabello miel con vino tinto, labios de calle, muslos de acertijos y vaivén.]
Abrir la puerta de hierro forjado en pijama de rayas pero las pestañas pintadas, ver películas italianas mientras te espío por el rabillo del ojo las piernas desnudas y las curvas del pie. Ser capaz de inventar un orgasmo, escribirlo y plasmarlo, pero huir cuando noto que va a suceder. Caer del cielo todos los días y no hacerme daño, aprender a comprar medias en idioma de manos. Sugerirte un tatuaje y rozar tu rodilla, redactar en promedio cincuenta y cuatro líneas, congelar en tus cojines mi colonia y mi fe. Escuchar las historias de quien se cruza en mi camino, mojar pan y repetir de vino, limpiarme las comisuras de las sangres pasadas con la euforia y la candidez. Ser el lamido del lamido humano, ser balbuceos, bucles, jabón y calambres sanos. Marcar con saliva tus pasillos y el rencor.
Vamos, que la ciudad nos pide a gritos, que cubrirnos con fantasmas no disuelve los vicios, vamos, que no quiero que se me escarche la piel.