jueves, 20 de agosto de 2009

You and Me (the bottle makes three)


Suena Ray LaMontagne de fondo,
muy de fondo,

y ella mira el vaso ahogado de vino a medias (y no es bueno vino, y lo sabe, porque no hay un surco sedoso y denso en la copa), y luego mira la mesa dispuesta para dos (y está bien dispuesta, y lo sabe, simplemente). Merodea por el salón aún por habitar, y ve las estanterías que tanto le ha costado montar por la tarde, las dos hileras de libros (y son buenos libros, y lo sabe, porque sabe mucho) que ha limpiado y colocado para él. Porque a lo mejor le quiere un poco. Porque por qué no (por qué sí, entonces?).

Él entra por la puerta que aún no tiene puerta, que es solo un quicio recién encajado, bonito, de madera de miel. Se sientan a la mesa y se comen cualquier cosa (y no es buena comida, y lo sabe, porque ya es tarde para cocinar), pero sobre todo, se están riendo, mucho, como locos, como debería ser. Entre tanto jaleo de dos, ella se reclina en la silla y le mira, le mira mover los labios y peinarse (despeinarse) el pelo corto, le contempla en su relato, en lo que sea que está diciendo.

Y entonces casi llora.

Hay algo-en todo el eco de esa casa nueva, en la comodidad que le reporta estar a su lado- masoquista y malvado. Pende sobre la cabeza de ella la sombra del pasado de él. Y lo nota, nota cómo esa cena no es quizá para ella, no se lo cree, pero es posible, es posible que él no, que no vaya nunca a considerarla como la única y la verdadera. Que él será de otra, como ella lo es de él. Sonríe porque no quiere que su cara la traicione ( I could make a career of being blue), sonríe mientras agarra el tenedor, pincha, come, mastica y traga (I could dress in black and read Camus). Se limpia con la servilleta de papel (smoke clove cigarettes), bebe un trago del vino, que a estas alturas está repugnante (and drink vermouth), mira el plato, lo mira a él (that would be a scream...).

- Me tengo que ir ya. Si no, veo que al final duermo aquí.-
(...but I don't want to get over you)


Él no intenta evitarlo, y eso es como un martillazo en el vientre. Se dicen adiós. Es complicado el beso de despedida (y es un buen beso, y lo sabe, porque nunca le han dado uno así), es complicado bajar las escaleras, agarrarse al pasamanos, coordinar los pies y sujetar el agua de los ojos. El aire de la calle le azota la mejilla, y hasta eso es complicado. Le entra una náusea. Vomita la cena.

Y da igual.
Al fin y al cabo, no era para ella.


Paula Sanz.





Y así vas caminando sangre adentro,
sangre hacia arriba, hacia el primer encuentro,

sangre hacia ayer en la memoria mía.

[Luis Rosales]

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