domingo, 11 de abril de 2010

Un día la vida echará abajo tu puerta.

The foolish man seeks happiness in the distance, the wise grows it under his feet.

Corren tiempos revueltos, tiempos de cruz y copla, de infiernos con voz propia y de dueños de anomalías vitales que no se explican si no es a base de mutaciones del desangramiento. Esta es la mejor de las épocas y la peor, aquí estamos arrancando pero luego no, hacemos por poder pero no pudiendo, y se me atrofian las necesidades y las metas, no hay pies para sostenerme, tanta miel para tantas bocas de asno. Veinte son los años extraños, las sonrisas merecidas que he otorgado, las piedras aquejadas de delitos y tropiezos que veinte veces se han saldado con la carne deleznable de mis rodillas. Veinte hincadas en tierra de nadie son las que pregono, las que tengo, las que protesto. Y en torno a este desajuste caleidoscópico- que nadie comprende porque no sé si alguien está siguiendo el ritmo de este huracán soterrado, de este irme hacia abajo en silencio- las míseras muestras de decencia que encuentro caducan con solo tocarlas. Se me van los jardines en rociar a mis cerdos con margaritas, siempre el tiempo agitado en lazadas sobre mi cintura, siempre vacío el recipiente de sudor y sangre. Mis años, que en el cuerpo son menos y en los prejuicios son más, mi edad del olvido y de la auténtica reminiscencia, mis yo sin tí y mis tú sin nada, lo barata que puede llegar a ser mi piel. Lo caro que me cobro cada error, cada apalancamiento. No vuelvo porque no sé, no lo dejo porque no quiero, pasar páginas anula demasiado el corazón y yo prefiero vivir con mi siembra, archivar las etiquetas que me cuelgan, tragar con esa mentira que vendo, moverme despacio y volcanizarme luego.
Malditos los veinte años que padezco, el testimonio que tengo para ofrecer, lo temibles que pueden llegar a ser mis pensamientos oscuros, el cariz suicida que veo algunas horas, la locura que invade mi cabeza amueblada en abundancia. No encontrar una época de mi talla, mecanizar el desapego, entrar en contacto con materia y echar el pestillo sobre el espíritu que me ha tocado. Que no me sirva el cuerpo, ser y serlo tanto, saber y sabérmelo tanto que cuando me tratan de cualquiera, no reunir el esfuerzo para contraatacar. Así son estos veinte años. Crudos y no. Admirables y no. Razonables o no. Veinte formas de derivar mi sensibilidad, veinte besos y diez-y-muchos insípidos, la pobreza de lo que cuento cuando veinte años no dan para mucho, no pedir perdón por pretender ser un cruce entre intento fallido y mujer hecha y derecha.

Maldita mi edad de astillas y de reptiles entre las piernas, de condenas absurdas y flechas de media punta.
Maldito entrar en razón, que llegará tarde, cuando la vida eche abajo tu puerta.


Paula Sanz.

1 comentario:

  1. Mis años, que en el cuerpo son menos y en los prejuicios son más, lo barata que puede llegar a ser mi piel. Lo caro que me cobro cada error, cada apalancamiento.

    Hasta. Luego. A donde vamos a ir a parar y por qué pasamos de dos textos q abrian puertas a dos textos q las cierran, todo a la vez. Vaya brutalidad de texto.

    ResponderEliminar