martes, 30 de agosto de 2011

Blissful, giddy, lowly heights.

Círculo de Bellas Artes, Madrid

Se aprende de lo dichoso.

Hay seres humanos que se cincelaron acertadamente en el momento de su creación.
La recepción de estímulos visuales placenteros correrá el telón ante un público ciego pero con ganas de vitorear.
Una escucha atenta danzando al son de un asentimiento pausado y dos párpados cetrinos que se abren y se cierran (pero cómo se abren y se cierran) deletrea el ritmo como jamás antes.  
Una sonrisa franca es un cumplido.
Una barba descuidada adrede es un peligro.


Se aprende de lo vertiginoso.

Un parmigiano que rebasa los veintiséis euros el kilo es un atraco.
El hombre que se distrae una vez, se distrae una segunda.
Aproximarse y anticiparse son verbos que han de ejercerse con moderación.
«Ella (la anterior) no era así.»
Ceder el regazo de uno en azoteas de Madrid es innecesario. De hecho, es torcido.


Se aprende de lo mortecino.

El hecho de que una mujer no gire, no ha de deberse necesariamente a su gracilidad ausente. Quizá es que no se ha sabido guiarla.
Duplicar obras ajenas no es saber dibujar.
La falsa modestia resulta hasta cierto punto nauseabunda.
Equiparar nombres bajo el común denominador de la idéntica composición corporal (sí, todo mi género y yo poseemos orificios y capacidad de dar placer) es jugar a hacer tabla rasa con la humanidad ajena.
A las recámaras, cuando lo que se almacena son mujeres, se las come la podredumbre.


paulasánchez hace balance 
y (te) pone entre paréntesis por educación

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