jueves, 3 de diciembre de 2009

L'adhérence vierge, concerto pour piano et orchestre no. 2 en si bémol majeur.




Tenía la habitacion colmada de una agobiante muchedumbre de partituras desde hacía cuatro noches. Arrugadas e incompletas, desde las últimas tres. Llevaba dando vueltas a una letanía de acordes que por no tener no tenía ni cuerpo, ni orden, ni concierto; tan solo la certeza de que se se agenciaría un título como quien sube a un escenario a recoger galones ajenos, y de que, cuando este naciera de la pluma de golondrina como la postdata que se escribe por costumbre, sería largo. Algo así como Tú me recuerdas a lunes, a bossa nova y a pastis, pero en francés.
Componía como quien lucha contra la pena de muerte propia: con una desesperación resignada; se retiraba el pelo de la cara resoplando para arriba, cada vez con más violencia, y con la misma fuerza volvían a derrumbarse sus mechones -las cosas siempre caen por su propio peso-. Jugaban a pellizcar el papel que ella emborronaba con la rapidez impersonal de quien vacía un hogar desahuciado bajo la atenta mirada de quien ejecuta el embargo; apoyado en sus muslos, las rodillas flexionadas. Asistía -parcialmente responsable- al marchite vertiginoso de cada clave de Sol. Tanto mistral por cada mínima predilección, tanto otoño por respuesta; tanto usar el piano con silenciador. Tanto clavo oxidado por el suelo desnudo.
Para desnudez aquella en la que se arremolinaba, desde lo alto del taburete, entre el piano y la pared. La decadencia de la pintura sobre los muros que, como una vieja gloria, como Edith Piaf tiempo después de que cantara L'accordéoniste, comenzaba a descascarillarse y a perder su color vino. El hormigón en carne viva. El erotismo de sus manos -cuya naturaleza exigía deslizarse en una sola, alternarse con las suyas embalsamadas en una fluidez suave e insoportablemente inherente a él, por ser hombre, y a ella, por ser mujer-. Las cinco yemas de sus dedos, que antaño se pasearon por el cebreado del piano como una provocación descarada al testigo promiscuo que resultaban sus ganas. El aroma a piano desafinado y pese a ello soberbio que parecía engullir el pentagrama en blanco de su cuerpo. El sabor a alcohol que destilaba la armónica de tanto posar sobre sus fronteras los labios ebrios de anís. Tanta adherencia virgen, tanta atracción desentrenada. La soberanía tuerta de su pelvis. El romanticismo arrabalero del que -apostaba el vestido negro de los conciertos, el prestado, que aun dormía circunflejo sin estrenar- él preferiría no saber. El puto metrónomo de los días que pasan. El empezar otra vez con los mismos jodidos dodecafonismos. El devanarse por un estrellato que él ni siquiera le había pedido.

Fue entonces, a medio camino entre un si bemol y el enésimo sorbo de 51, cuando supo que había vuelto a colocar una contralto como Dama de las Valquirias y que los más de cien integrantes de la orquesta la estaban devorando bajo un estruendo que ni siquiera precisaba ser ensordecedor; ya empequeñecía ella solita, gracias. Y lo supo, porque en vez de corcheas estaba escribiendo noes. Pares de letras que, inhabitualmente negligentes, rebasaban desorganizadamente los límites de cada uno de los cinco muros negros opresores de las notas. No, al perpetuo -cuán jodidamente reticente- olvido del primer acorde
-[...]: que simplemente estamos vivos-.


*


Elle écoute la java mais elle ne la danse pas,
elle ne regarde même pas la piste.
Et ses yeux amoureux
suivent le jeu nerveux et les doigts secs et longs de l'artiste.
Ça lui rentre dans la peau -par le bas, par le haut-,
elle a envie de chanter:
c'est physique !
Tout son être est tendu,
son souffle est suspendu,
c'est une vraie tordue de la musique.

Edith Piaf - L'accordéoniste
paulasánchez

1 comentario:

  1. brutal TODO. Brutal el título, brutal la foto, brutal el campo semántico musical, brutal la entrada entera.
    Y BRUTAL Edith Piaf, claro está;)

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