lunes, 8 de febrero de 2010

L'amour selon l'art naïf.


El amor es una amalgama de sábanas blancas y mantas ocres arrugadas en torno al mediodía del lecho. La borrasca que constituye la ropa de cama tacha su convenida existencia (el ir vestido siempre fue una convención) de prescindible bajo el peso de una rodilla flexionada de mujer de raza aria. La desnudez serena de la mujer y su contorno sinuoso (la sonrisa convexa de sus hombros, la media luna de sus muslos, el arco sin flechas de sus tobillos) dibujan un horizonte irregular de dunas sobre el fondo blanco de la pared. Este Sahara de carnes (oasis para el tacto) se apoya solo de un costado, encoge un brazo cuyo fin se esconde bajo la almohada y extiende otro como un puente tendido a lo ancho del colchón cuyo dedo índice mesa los rizos color latón de un corte de pelo à la garçon. Dos únicos granos de pimienta negra sazonan su cuerpo de loza blanca: su ombligo y su pubis; ella tan bella y tan humana que arrancaría las lágrimas del ciego.
El impudor espolvoreado con polvos de talco y azúcar glas yace regalándose a la vista de un burócrata sentado en la esquina sudoeste (si tomamos como norte la almohada de bordes sinuosos) del cuadrilátero de muelles que el ser humano ha convenido utilizar (el follar en la cama siempre fue una convención) para sus incendios. Hacia él alza ligeramente su cabeza de porcelana, con un aire incierto, interrogante, desordenado que exige el deletreo de la presencia del retrato de hombre en sepia. Una espalda que lleva el concepto de rectitud a la extenuación (y provoca la estupefacción de la mullida invitación del lecho) percha una camisa impolutamente blanca bajo el amparo de una americana negra sobriamente adornada por cuatro botones negros que un tronco uniforme conecta artificialmente con una pierna angulada bajo el muslo vestido de unos pantalones café con leche que una plancha ha tersado a conciencia. Una pajarita bronce ahoga la integridad de un cuello que se advierte digno y se resulta absurdo. El alambre oxidado de un par de gafas anémicas regala bostezos a un perfil donde una nariz ganchuda, unas orejas magnánimas y un mentón tímido encierran en su correccional a unos labios interesantemente entreabiertos y unos ojitos ávidos de contemplar. La contradicción entre el ensimismamiento de la vista y el estatismo de los cimientos confluyen en la tierra de nadie de la flaca naturaleza humana, que parece querer retirarse de la contienda, como si se le hubiera regalado la Luna y no supiera qué hacer con ella.
El hombre mantiene a buen recaudo una mano posada sobre su propia rodilla (la naturalidad de la maja desnuda se carcajea). La otra, en cambio, asiste incrédula al alarde de valentía temblorosa que despliega su aventurero dedo índice, a escasos centímetros de la cara interna de un muslo de mujer.

El amor es una venus descolocada por un burócrata de escayola que no la osa rozar.

1 comentario:

  1. La foto va PERFECTA con el texto.
    No se me ocurre una manera más elegante de explicarlo: El hombre mantiene a buen recaudo una mano posada sobre su propia rodilla (la naturalidad de la maja desnuda se carcajea). La otra, en cambio, asiste incrédula al alarde de valentía temblorosa que despliega su aventurero dedo índice, a escasos centímetros de la cara interna de un muslo de mujer.

    Me encanta justo eso, lo elegante que es todo lo que escribes.;)

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