lunes, 29 de marzo de 2010

El desenredo de los ejes danzantes.


A quienes nos cambiaron deprisa y corriendo la casaca del concepto de Dos por motivo de fuerza mayor, se nos hace cuesta arriba angular bien el espejo en el que han de reflejarse los actos y palabras de uno. A quienes tenemos de baja por desorientación preventiva la manera en que estilamos existir, se nos antoja prodigiosa la capacidad ajena de vivir improvisando. A quienes la ubicuidad de las tentaciones nos tiene acojonados, la desvergonzadamente excelsa asiduidad de nuestros síes, ya ni te cuento. A quienes aceptamos devoluciones en la sección de Entrega, nos gusta refunfuñar (con la boca pequeña y de refilón, apresurándonos a dibujar una sonrisa para tener contento al otro flanco del mostrador) que el cliente no siempre lleva la razón. A quienes nunca tiramos de lejía por miedo a resultar corrosivos se nos acumulan los trapos sucios en el armario y a quienes nunca terminamos de escurrir bien por miedo a retorcer en exceso nos proliferan las goteras por la casa. A quienes no nos da miedo prometer, terminamos con la sensación de vivir hipotecados sobre bienes vacuos ante acreedores ingratos. A quienes no leemos la letra pequeña, nos dan por culo más de lo recomendable. A quienes nos saltamos los paréntesis, la matemática de las pasiones nos parece una ciencia resbaladizamente inexacta. A quienes hemos barrido los cristales rotos de otros, cargado a la espalda los fardos de otros, digerido las palabras caducas de otros y transformado las ruinas de una en palacio renacentista, no se nos caen los anillos por llamarte guapo. A quienes por suerte o por desgracia los pinchazos de conciencia no nos dejan indiferentes, barrer, cargar y digerir constituyen nuestro particular servicio militar. A quienes leemos primero la última página, los finales previsibles se nos dan de puta madre. De ahí que a quienes sabemos dónde y cuándo vamos a trazar (así de pasada, como quien firma un aviso de llegada) efe i latina ene punto y final nos invade un hedor putrefacto a utilitarismo y practicidad que asemeja nuestra filantropía (llamar amor al amor es de valientes), más que a soneto de Lope, a manual de instrucciones de electrodoméstico de baja gama.
A quienes la vida se nos ha revelado una danza de ejes inconscientes del valor de la razón ejercitada, de la espera y del otro, no estamos por la labor de descorchar nuestro mejor champán por un venga, un aquí y un ahora. Porque no es plan.

1 comentario:

  1. ''A quienes la ubicuidad de las tentaciones nos tiene acojonados, la desvergonzadamente excelsa asiduidad de nuestros síes, ya ni te cuento.''

    Y dejo de hacer copy-paste, porque entonces pego enterito el trozo del ''no se me caen los anillos por llamarte guapo''.

    Y OLE por lo de descorchar el champán.
    Qué bien lo haces siempre, Paula. Qué bien.

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