jueves, 15 de julio de 2010

La vida por costumbre.


Buenos días, por decir algo.
He acudido a la cita (o llamamiento a la guillotina) que habíamos acordado antes de este paréntesis (o salida de emergencia) por educación. Salta a la vista: traigo la frente resquebrajada de tanto ceño fruncido por defecto, las ventanas exhaustas de tanto resoplar por no estallar, los ojos en huelga de tanto aborrecer las vistas, los labios deformes de tanto resistir improperios y la mandíbula desencajada de repetidamente boquiabierta ante la desvergüenza de Occidente.
¿Ve usted la cartera rebosante de papeles que asen mis puños? Son los testamentos de veinte fallecidos. ¿Percibe usted los cardenales sobre mi rostro? Son el eco de veinte piedras desarraigadas de su senda para emplearse en la dilapidación. ¿Observa estos muñones relucientes? Son veinte minas antipersona: después de su aurora no queda sino miseria. Cuidado no tropiece con mi rastro de hojarasca. Es el eco de mis palabras: veinte soliloquios de los cuales ni uno se salva de la hoguera. Y gracias por mandar a colgar este sudario carmesí que socava mi entereza: son las veinte gotas de sangre excretadas en el proceso de reverenciarse reticentes óleos, linos y talones peripuestos ante una frente ramplona pero incondicionalmente alta.
¿Qué (coño) ve(mos), si no es indiscreción?
No, si no hace falta que conteste: sé que va a camuflar su ceguera con estadísticas, tasas y cifras pero es que a mí las matemáticas (cuando al servicio de uno) me ponen enferma. Tiene la humanidad un peso de (mala) conciencia y un volumen de cuentas pendientes tal que me da la risa solo de pensar en cuantificar los daños y perjuicios.
¿Cuánto (mereces, vales, adquieres, precisas, cedes, piensas)?
Cuánto valiente y qué poca patera, cuánta noche y qué poco faro. Hay que joderse. Cuán agria la certeza de saberse incierto: hiel de pomelo. Cuán incomodo el lecho del que va dando tumbos: dosel de rocas. Cuán irónicamente ansiado el tener donde caerse muerto: qué enternecedor por parte del ser humano necesitar una cuna fija donde retornar al cabo de la jornada a mecerse en sus desgracias. Cuán paradójicamente desaconsejable el ejercicio de la razón, se da un aire al desquite que siente el ser humano por la democracia cuando ya la ha vivido en sus carnes. Cuán conflictivos el pesimismo por defecto y las ansias de revolución: las mismas arcadas que produce un cuerpo virgen adyacente a una jeringa infecta. Cuán inquietante la imagen de lo que en su día alumbró el mundo con los pocos haces de sentido que su desequilibrada naturaleza tolera: cirio pascual reducido a cuatro míseras gotas de cera. Cuán vacuas hoy las palabras que otrora se desbordaban de puro orondas: demolir el parlamento por desuso, esperar sentados por amor al arte, claudicar las redenciones y peroratas burguesas (a ver si nos entendemos: los paripés).
Qué de portadas le habremos dedicado a nuestras páginas de sociedad.
En horas de vergüenza, qué poca importancia adquiere lo propio y cuánta lo lejano.
Lo que un día dolió la autocompasión, hoy duele la ingratitud perseverante.
Estamos todos vacíos de puro llenos.
Es sentarse a cavilar y se le saltan las lágrimas a una.
Si me paro a pensarlo ni duele (solo un poco, por inercia).


paula, en proceso de (¿re?)construcción

1 comentario:

  1. Primero, qué gustazo tenerte de vuelta!
    Segundo, MENUDA vuelta.
    Tercero, el primer párrafo rebasa todos los límites de la genialidad!

    ''Si me paro a pensarlo ni duele (solo un poco, por inercia).''
    Bestial...!

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