miércoles, 16 de diciembre de 2009

Brochette de dinde aux épices (Brochette au goût catalan le quince décembre, Antibes)


Una cucharadita de pimienta negra
Una cucharadita de pimienta de Cayena
Una cucharadita de cilantro (a ser posible molido en el momento)
Una cucharadita de tomillo
Una cucharadita de sal
Un diente de ajo muy picadito
Filetes de pavo para siete personas

El truco: que se te acabe el bote de Piment de Cayenne y sustituirlo por Quatre Épices.


*

Se echan las cinco cucharaditas y el ajo picadito en una fuente de cerámica blanca y un chorrito de aceite. Danzan las yemas de los dedos sobre la salsa imprimiéndola un masaje poco comprometido. Se disfruta de su textura. Se extiende horizontalmente por la superficie de blanca mientras se te oye hablar a mis espaldas. Abres el grifo y derramas agua sobre las piezas de pavo y procedes a explayarlas recto-verso sobre un trapo cuya existencia desconocías hasta ese momento para secarlas. Comentas que, a juzgar por el uso que se le había dado al trapo en esta casa, bien podrías estar empanando los filetes en polvo. Se comprueba que a una le placen sobremanera tus manos. Y tus brazos.

Cortas los filetes en tiras alargadas y se permite que una a una entren en contacto con la salsa, por ambos lados. Se introducen en dos tandas (no caben todas juntas en el mismo recipiente) a máxima potencia en un horno previamente calentado hasta que estén hechos; tan hechos a ti como mis certezas. Se toma cada tira con cuidado de no quemarse los dedos, y se atraviesan con una brochette quedando el pavo engarzado en esta en forma de ese. Ese contorno consuetudinario, casi estándar y sin embargo tan firme de tu perfil en la oscuridad del salón, digo. El mirar límpido, la carcajada franca. Se vierte la cantidad justa (como la de tu amabilidad, como la de tu atención) de aceite y se deja calentar con el fuego alto. Se doran las brochettes, se devuelven a los dos recipientes (uno para la tanda con pimienta de Cayena y otra con las brochettes aux Quatre Épices), se posan ambos sobre la mesa de comedor; las manos que los sirven, los ojos que te observan, subyugados por una expectación que se manifiesta de reojo. Comentas la presencia destacada de las especias. Minutos después te percibo repetir.

Se duerme en una villa a las afueras de Antibes en una cama que han ocupado numerosos cuerpos extraños. Se te oye llamar a las ocho y cuarto de la mañana a las puertas de los dormitorios de tus compañeros de villa, uno de los cuales ha pasado la noche con mi compañera de piso. Se incorpora una y piensa. Poco. Se maquilla la cara que la noche anterior una no se desmaquilló. Se desprende de la camiseta talla XL prestada no por ti, que ojalá, sino por uno de tus compañeros de piso comprada junto con otras cinco iguales porque se las daban “casi regaladas” en Nueva York y que reza I corazón idem, de los leggings de las clases de capoeira y se procede a enfundarse la ropa de la noche anterior. No se desayuna. Se coge el autobús doscientos hacia Niza en la parada de Charles de Gaulle. Se escucha con una sonrisa (le place a la una comprobar que la otra vive) a la compañera de piso de una describir su interacción con otro cuerpo dos habitaciones más allá. Se me informa de que usas gafas por las mañanas. La Costa Azul se levanta Gris. Il fait un froid de canard là-dehors.

*

Esta inseguridad había nacido cuando él, inexplicablemente, había dejado de festejarle sus platillos. Tita se esmeraba con angustia en cocinar cada día mejor. Desesperada, por las noches, obviamente después de tejer un buen tramo de su colcha, inventaba una nueva receta con la intención de recuperar la relación que entre ella y Pedro había surgido a través de la comida. De esta época de sufrimiento nacieron sus mejores recetas. Y así como un poeta juega con las palabras, así ella jugaba a su antojo con los ingredientes y con las cantidades, obteniendo resultados fenomenales. Pero nada, todos sus esfuerzos eran en vano. No lograba arrancar de los labios de Pedro una sola palabra de aprobación. Lo que no sabia es que Mamá Elena le había «pedido» a Pedro que se abstuviera de elogiar la comida […].

Como agua para chocolate, Laura Esquivel.
paulasánchez

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