martes, 5 de enero de 2010

Anima nostra, ignavia sua.


1.

Los cobardes siempre aparecen a media tarde; es un hecho. Hay excepciones, claro está, pero las excepciones solo existen para confirmar la regla. Como los cobardes para crear las suyas propias. Durante aquella media tarde de principios de curso parecía que las reglas estaban dispuestas sobre la mesa –toda baraja se juega de acuerdo con un código establecido–. Sin embargo, todos sabemos que quienes se conocen de farol están abocados a la luz intermitente y, más tarde o más temprano, forzosamente extinta; es un hecho axiomático –qué excepción ni qué niño muerto–, como el de la media tarde.
Los cobardes tienden a manifestarse a través de su sentido del humor y del deber (el deber de encandilar, o el deber de hacerte ver que eres la vigesimoquinta a la que más se ha entregado, agraciada de ti entre todos los mortales si recuerda tu fecha de nacimiento), la ley de su gracia y la sinuosidad fascinante de su cuerpo. Que como una también sabe dónde, cuándo y cómo sacar partido del suyo pues como que está mal quejarse, ¿no?
Así, una nunca sabe cómo pero acaba devanándose la cabeza –un desván donde cogen polvo poemas de Benedetti, lenguas anglosajonas y demás trastos inservibles– en intentos de dar con lo que no tuvo, blandiendo refranes y urdiendo resarcimientos.

2.

Los cobardes siempre aparecen de madrugada; es un hecho. Hay excepciones, claro está, pero las excepciones solo existen para confirmar la regla. Como las madrugadas para dejar en entredicho el buen juicio de una. Y aquella madrugada de muy a principios de curso no había reglas más allá de la que medía las distancias –milimétricas– ni juicios más allá de los aproximativos: de madrugada uno nunca sabe como será el otro; no queda sino conjeturarse, esbozarse a mano alzada mutuamente. Sin embargo, todos sabemos que un hombre postulando a una mujer y viceversa no llegan juntos ni a la vuelta de la esquina; es un hecho matemático que no tiene vuelta de página, como el de la madrugada.
Los cobardes tienden a pedir caridad en cuanto se les reprende, a pasar de acuartelarse porque sí en la vida de una a escabullirse de ella con tanta frecuencia y naturalidad como se pasa de nublado a lluvioso, y, de manera especialmente llamativa, a dárselas de buenos cristianos. Que como el cristianismo de una tiene unas goteras del tamaño de archipiélagos pues como que está mal quejarse, ¿no?
Así, una confirma sus peores predicciones y se petrifica al contemplarse aguardando en vano la respuesta jamás mecanografiada o la explicación que él jamás pensó que le debería, acorralando furtivamente cada una de sus huellas, cerrándose con llave y pestillo y atrancando la puerta con los muebles.



Lo importante de todo esto es la ley que prevalece por encima de todas las leyes de la física: el oleaje cobarde siempre topará con el mismo malecón. Tras meses de darse el pésame a una misma por su integridad fallecida, de escuchar las insufribles súplicas de su orgullo agonizante, de cuantificar los catastróficos efectos con los que las riadas se han saldado en la región de los lacrimales, habrá llegado el momento. El cobarde tratará en vano de cuadrar sus espaldas y acuartelarse una última vez. Pero con educación, sabes, con porfavores, losientos y toda la parafernalia. Y en ese preciso instante una habrá decidido –y digo decidido porque muchas veces una ni siquiera es consciente de que está abriendo la boca para emitir sonidos concretos, nefastos por lo general– pronunciar, muy lentamente, casi sin creérselo del todo:
- Porque el mundo es injusto, chaval, pero, si me provocan, yo también sé jugarme la boca. Yo también sé besar.



paulasánchez & Joaquín Sabina acerca de y para Paula Sanz

1 comentario:

  1. GRACIASGRACIASGRACIAS.
    Este es otro de esos textos tuyos que imprimo, o enmarco, o llevo en la cartera para cuando me topo con el siguiente cobarde de última hora;)
    Espectacular el texto, yo ya es que me quedo sin halagos tia!;)

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