sábado, 2 de enero de 2010

No desordenes mi taller.


Lo bueno de los tres primeros segundos al despertar es que tienes la mente en blanco. Puedes haber pasado la noche anterior reviviendo palabras cobardes, puedes ostentar un corazón tan resacoso como jamás emanó de alcohol ninguno (ni del más abrasivo, ni del más barato), y aun así los tres primeros instantes permanecerán desnudos de todo harapo emocional. Peregrinamente, a veces me acuerdo de ti por las mañanas: el espejo boquiabierto (quién te ha visto y quién te ve) firma el testimonio de mi cara cada vez más limpia y de mi moño, cuya improvisación es objeto de una meticulosidad creciente, cada vez más elevado.

¿Sabes cuando te quedas mirando tan fijamente un punto que al final dejas realmente de verlo y tienes que parpadear varias veces para volver a la realidad? ¿Y cuando te tiras una hora para leer un párrafo y al cabo de esta te das cuenta de que no te has enterado de una mísera palabra? A mí la expectación de un reencuentro me nubla la vista y las lecturas. Inescrutablemente (tanto que puede resultar aterrador), a veces me acuerdo de ti en almuerzos difícilmente adjetivables: dos entes a tientas (la experimentación del otro, cuando termina mal, siempre es demasiado reciente) mientras el queso filadelfia con pimienta, atún, nuez y vino de Oporto despiertan hasta el más milimétrico resquicio de las lenguas y un cappuccino mediocre corteja saudades de Francia.

Las lágrimas de un Madrid ceniciento fallecen respetando unas constantes insultantemente regulares bajo la fuerza implacable de los parabrisas. Yo echo cinco euros apresurados de gasolina como antaño. Tener el motor vacío recupera los charcos de un Madrid allende las cruces habituales. Un calvario para las ansias de ceguera e irresponsabilidad. A veces me acuerdo de ti a media tarde: las gotas de lluvia prometen una rutina que me niego ni a oler; las lágrimas resultan casi profanas si se enjuagan en una cadena de restaurantes.
Rien n'est jamais acquis à l'homme. Ni sa force ni sa faiblesse ni son cœur. Et quand il croit ouvrir ses bras, son ombre est celle d'une croix. Et quand il croit serrer son bonheur, il le broie. Sa vie est un étrange et douloureux divorce.

Desgraciadamente, a veces me acuerdo de ti a las tres y pico ante meridian: el tacto rugoso de los muslos aún patente en las palmas de las manos y el olor a pasas placenteramente ajeno que desprende la piel. Y que me amputen la memoria, que me dispongan virgen de todos tus vestigios, que me desvalijen entera y que con suerte no quede ni rastro de la desastrosa inevitabilidad de la carne, del obscenamente ininterrumpido horario de apertura de los sentidos, de la humanidad por defecto. Parece que el verbo escarmentar es como el reírse de uno mismo: que cuesta.
paulasánchez

4 comentarios:

  1. Parece que el verbo escarmentar es como el reírse de uno mismo: que cuesta.

    (PERFECTO)

    ESPERO MÁS ENTRADAS.

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  2. el olvido o la aceptación, ese bien propio que no ajeno que todo el mundo ha codiciado y siempre resulta mucho más fácil de poner en palabras que en práctica. La receta: paciencia y tiempo, como para casi todo.

    Gran blog, escribe usted muy bien.
    Visitando de casualidad pero me hago un hueco con intención de quedarme a leer :)

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  3. Has clavado el último párrafo. Me viene como anillo al dedo xD

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  4. Has sido un gran descubrimiento, me he reconocido en tus frases, en tu tono y en tu estilo...también me convertiré en una asidua. Un madrileña que, aun doliente por la pasión hacia ese hombre independiente, disfruta deshilvanando esos sentimientos que ahogan y que me inundan.
    Gracias

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