lunes, 3 de enero de 2011

An end has a start.


No era justa, aquella indiferencia. No era de ninguna manera lógica, y sin embargo, ahí estaba, taladrando a poquitos su paciencia, su mísero aguante. Pero quizás no era tan leve. Quizás su templanza merecía un monumento. Por no caerse redonda todas las veces que se encontraba mal, por no llorar sobre los hombros de los desconocidos, por caminar recto en la calle, por pretender que La Vida no le estaba sorbiendo su vida, por seguir levantándose por las mañanas con la inocencia apretada contra los labios. Nadie procuraba comprenderla, porque la daban por loca. Loca de amor y loca de quicio y loca de muchas otras cosas que no vale la pena enumerar. Tenía una brecha morada dentro del cuerpo, imperceptible al ojo torpe del humano común, y sangraba siempre, gotas verticales y ácidas, todas las horas, y le dolían el cuello y la cabeza, le dolían el desuso y el mal uso de su cuerpo jóven y viejo. Tenía una brecha morada que se rasgó de golpe cuando llego la indiferencia, cuando se la castigó con un silencio inmerecido y extraño. Y nadie venía al rescate porque ya nadie hace eso, y además, ¿cómo se salva un naufragio?. No es posible la reconstrucción de las velas rotas, del mástil despedazado, de los nervios hechos añicos. Lo que más sabía era que los minutos eran plastosos y que los cafés ya no podía tomarlos con azúcar. Sabía que no le quedaba nada, nada, nada, y el tonto que se atreviera a llevarle la contraria acabaría por darle la razón si la viera llorar. Lloraba mucho pero en dosis limitadas, por respeto al prójimo, por no abrumar. Le llovieron navajas encima el día que llegó La Indiferencia, se le hicieron más prominentes los huesos. No se podía curar aquello, lo que  tenía no se sanaba. Había un ladrillo atascado a media garganta, sobre el que iban a parar todas las angustias. Y ni se le iban a la sangre ni se le iban a la boca, pero se guarecían de ese modo asqueroso y ella, que andaba recto por la calle y no lloraba sobre los hombros de los desconocidos ni tampoco se caía redonda cuando de verdad se encontraba mal, ella, que perdió el norte, el sur y el este cuando levantó vuelo su avión, ella no se merecía que él la hiciese morir tan fríamente.



Paula Sanz. 

1 comentario:

  1. Entre ¿Cómo se salva un naufragio?, "No lloraba por respeto al prójimo" y la fotografía, francamente no sabría con cuál quedarme.

    ResponderEliminar